La marcha busca la primera medalla española en el Mundial de Atletismo: “Hay que tener el día”
El extremeño Álvaro Martín y la granadina María Pérez, cuartos en los Juegos de Tokio, entre los aspirantes al metal en Oregón
Álvaro Martín (Llerena, 28 años) mira a su alrededor y alucina. El campus de la Universidad de Oregón es un entorno idílico para el deportista, con sus zonas verdes, sus residencias de estudiantes, su estadio de atletismo, su tradición deportiva y su cercanía al río Williamette y a sus interminables senderos, tan cubiertos de arboleda en algunos tramos que atravesarlos parece un viaje en el tiempo, del día a la noche, y vuelta a empezar. “Ojalá tuviéramos esto en España”, excla...
Álvaro Martín (Llerena, 28 años) mira a su alrededor y alucina. El campus de la Universidad de Oregón es un entorno idílico para el deportista, con sus zonas verdes, sus residencias de estudiantes, su estadio de atletismo, su tradición deportiva y su cercanía al río Williamette y a sus interminables senderos, tan cubiertos de arboleda en algunos tramos que atravesarlos parece un viaje en el tiempo, del día a la noche, y vuelta a empezar. “Ojalá tuviéramos esto en España”, exclama el marchador, inquilino temporal de una vivienda en ese universo creado para ampliar conocimientos y ejercitar el físico.
Estos días, los estudiantes han dejado paso a los casi 2.000 atletas que participan en el Mundial de Oregón. Los profesionales, llegados de los cinco continentes, mueven sus maletas algo desorientados, comen juntos, se reencuentran con viejos conocidos, toman el aire en la terraza y pasean para estirar las piernas y calmar la tensa espera previa al rito del dorsal, que para eso han venido.
Entre ellos está Martín, el gran aspirante español a la medalla este viernes por la noche (Teledeporte, 00.10, hora peninsular española) en los 20 kilómetros marcha masculinos. Si estudiara entre sus aulas, el extremeño seguramente estaría entre los empollones: tras terminar Ciencias Políticas, le queda un año para acabar Derecho, y se debate entre hacer luego un máster o cursar Economía. “Hay que desterrar la idea de que el atleta no puede estudiar. He visto a muchos dejar las clases para intentar hacerse profesionales y quedarse tirados sin estudios y sin un duro cuando no lo consiguen”, dice con aires de tomarse el asunto como algo personal.
El marchador, 1.85 metros, 68 kilos, luce especialmente delgado. Se lo dice su novia, y lo confirma el pudor que, reconoce, siente al quitarse la camiseta en la piscina. El cuerpo seco por los kilómetros. Hasta 150 semanales en la concentración previa en Longmont (Colorado), donde viajó el 21 de junio junto al resto de marchadores y a Carlos Mayo (10.000m) para entrenar a 1.500 metros de altitud y evitar aterrizar con los días contados y un jet lag de aúpa. Está fino Álvaro Martín, como se suele decir en el mundillo. Se mueve en algo cercano a lo que él denomina el límite: ese lugar donde estás mejor que nunca pero existe peligro de lesión.
Todo ese esfuerzo se pone a examen esta noche. En Colorado, desde donde llegaron a Eugene este martes, explica que tuvo vida de monje: marchar, comer y dormir. Con pequeñas dosis de Netflix. Y una lectura sobre Wagner y Parsifal. “Es un caballero que va en busca del Santo Grial. Pero no es una búsqueda física. Puede interpretarse como un viaje espiritual en busca de la perfección”, apunta. Esa excursión hacia la excelencia se la aplica el marchador a su disciplina atlética, tan exigente. Y a unas horas de enfrentarse a los temibles japoneses, que en Tokio coparon dos de los tres puestos del podio —el ganador, Massimo Stano, participará en los 35 kilómetros—, y a dos compatriotas de peso como su compañero de habitación Alberto Amezcua, y Diego García, se dice listo para la refriega. 20 vueltas a un circuito de un kilómetro donde no sólo cuentan piernas, pulmones y corazón. También la guerra psicológica.
“Intento no mostrar emociones. Voy con mis gafas de sol y mi gorra y pongo cara de póker aunque me esté muriendo”, admite Martín. Todo puede pasar, pero espera una carrera lenta en los primeros 10 kilómetros, luego un aumento del ritmo, y finalmente cinco kilómetros frenéticos en los que se la jugarán entre cinco o seis. Ahí quiere estar Martín, como un Parsifal en zapatillas de rostro impasible, para ser un detector de sufrimientos ajenos, y escanear las caras descompuestas y las respiraciones agitadas antes del gran ataque final. “El miedo se huele, a veces desde la salida”, hace notar.
Aunque no hará el calor de Doha, a la hora de la prueba (15h10 en Eugene) las altas temperaturas serán un factor más. Por el extraño horario competitivo, se conformará con tomar a las 11.30 un par de tostadas de aceite y jamón de pavo, un zumo de naranja y un café. Su desayuno de siempre. Y luego hará lo que más le gusta desde que a los 13 años eligió marchar sobre correr, su otro talento. Tan concentrado que pese al sufrimiento asegura que el tiempo se le pasa rápido una vez metido en faena.
Cuando Martín empiece, la granadina de Orce María Pérez (26 años), ya llevará unos minutos recuperando el resuello. La atleta caminaba sola este miércoles por el campus rumbo a una partida de cartas UNO con el resto de marchadores. Era día de descanso. De convivencia y paseo para asimilar esfuerzos y guardar energías.
Pérez no solo comparte distancia con Álvaro Martín. También su condición de favorita para luchar por el podio (22.10 horas) y un agridulce cuarto puesto en los Juegos de Tokio que ya tiene entre ceja y ceja convertir en metal en París 2024. Ha ido bajando progresivamente la intensidad desde los 130 kilómetros semanales del comienzo de la concentración en altitud. Y se ve preparada. “Estoy en mucha mejor forma que en los Juegos”, dispara. “Pero no somos robots. Hay que tener el día”.
En su caso, espera una carrera rápida desde el principio, con las asiáticas y alguna sudamericana al frente. Hasta que llega ese momento, las tardes se le hacen largas en su habitación individual, pero aún así prefiere un cierto aislamiento: no toca las redes sociales desde hace siete días, duerme más y está leyendo El monje que vendió su Ferrari.
El circuito de un kilómetro lo tiene a un paseo de distancia, pero nunca los visita antes de competir. Las veinte vueltas que le esperan hoy, más el calentamiento previo, le parecen más que suficientes. ¿Qué le pasa por la cabeza cuando compite? “En esos momentos ni pienso ni siento. Mente fría, corazón caliente y para adelante”.
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