Bob Jungels saca provecho de la fuga y gana la novena etapa del Tour de Francia
Los españoles Jonathan Castroviejo y Carlos Verona terminan segundo y tercero. Pogacar continúa de amarillo antes de la primera jornada de descanso
Consumada gran parte de su creación, el noveno día Tadej Pogacar descansó. Apalancado en la cabeza del pelotón con sus ángeles volándole, el líder del Tour dejó hacer a los mortales. En los alpinos valles suizos, de película de sábado, tan ordenaditos y espectaculares, y carreteras de asfalto tan maravilloso, los protagonistas fueron los secundarios del Tour, ninguneados hasta ahora. De su carne y sus huesos, y su corazón, está hecho el ciclismo. Y una bolsita de hielo en la jorob...
Consumada gran parte de su creación, el noveno día Tadej Pogacar descansó. Apalancado en la cabeza del pelotón con sus ángeles volándole, el líder del Tour dejó hacer a los mortales. En los alpinos valles suizos, de película de sábado, tan ordenaditos y espectaculares, y carreteras de asfalto tan maravilloso, los protagonistas fueron los secundarios del Tour, ninguneados hasta ahora. De su carne y sus huesos, y su corazón, está hecho el ciclismo. Y una bolsita de hielo en la joroba para combatir el calor.
La primera de las consideradas etapas de montaña, dos puertos de primera cercanos a los 1.500 metros, la ganó en Châtel, al otro lado de la frontera, cuesta abajo, el luxemburgués Bob Jungels, de 29 años, un Matt Damon a los pedales, según sus muchas fans, quienes celebran felices su victoria, la primera en los dos años con los franceses del Ag2r, subrayando que al menos pone algo de guapura a la carrera. Pero los aficionados resabiados responden que sí, que el ganador de la Lieja de 2018 será muy guapo, pero que también es muy jeta, como los corredores de antes, que, tras dar el pelotazo de un buen fichaje, solo cumplían con las expectativas y el sueldo el año que terminaba su contrato. Su victoria cura en cierta forma la amargura de su equipo, que llegó al Tour emocionado con la idea de poner en lo más alto a su australiano O’Connor y, dos días después y un par de caídas por medio, se encontraba desolado, desesperanzado.
La combatividad la puso Thibaut Pinot, el francés que a los 32 años, harto de no poder con la tensión que machaca y deprime a los que intentan ganar el Tour y no pueden, ha regresado a la casilla de salida, a sus inicios espectaculares de escalador sin miedo. Terminó cuarto y se ganó el aplauso de la afición francesa, tan hambrienta, nostálgica de una gloria olvidada, enamorada a la fuerza de este perfil de corredor, el luchador derrotado.
Pinot no fue ni segundo pese a que en la última ascensión se acercó al luxemburgués, rodador de clase y potencia, no solo guapo, hasta casi tocarle y asustarle. Le adelantaron en los últimos metros, ya pájara estaba, tanto le dio a su deseo, dos españoles, Jonathan Castroviejo y Carlos Verona, hombres de equipo y de oficio, que dejaron por un día de mirar para atrás, preocupados por sus líderes en el Ineos y el Movistar, quitándoles el aire, para mirar adelante, pensar en ellos, en una recompensa hermosa a su trabajo. Ambos, como otros dos españoles veteranos y expertos, Ion Izagirre y Luis León Sánchez, y ellos cuatro son el 44,44% de todo el pelotón español, nueve, este Tour, cogieron la fuga de 21. Izagirre se desgastó trabajando para que Geschke, su compañero en el Cofidis, se vistiera de lunares, y Luis León no pudo mucho, pero Castroviejo y Verona calcularon demasiado, midieron sus fuerzas y los movimientos de Jungels y Pinot, y se movieron con decisión, pero tarde. No llegaron hasta el luxemburgués por poco, lo que dejó mal gusto al vasco, segundo a 22s de Jungels. “Casi nunca tengo oportunidades de estar en la fuga, he gastado demasiado, he estado toda la semana trabajando mucho”, dice Castroviejo, atado a sus obligaciones con Thomas y Yates todos los días menos uno. “Jungels cogió mucho tiempo en pocos kilómetros, y yo tenía piernas para ganar y no pude. Y estoy enfadado por eso”. Los contadores siguen girando. Ya son 79 etapas del Tour sin victoria española; 105 contando las tres grandes, Vuelta, Giro y Tour. Al menos Enric Mas, siempre delante, vio cómo uno de sus rivales, Vlasov, cedió unos cuantos segundos más en el calor, y otro, el colombiano Dani Martínez, posible líder del Ineos, 16 minutos.
Pogacar, esclavo de sus fuerzas y su vitalidad, es incapaz de no aparecer por la pantalla en algún momento. Lo hace en el sprint final en el repecho por la quinta plaza, nada menos. Cuando le preguntan por qué hace estas cosas, un sprint que en Lausana le dio 4s de bonificación y en Châtel 3s sobre todos salvo para Vingegaard, pegado a su rueda, el niño esloveno responde con una respuesta de oficio, “para agradecer el trabajo de mi equipo todo el día, el equipo más fuerte del Tour”, y con una del alma. “Me gusta esprintar”, dice, “porque cuando empecé era tan renacuajo que siempre me machacaban los más desarrollados, y me empeñé en aprender a esprintar para ganarles”. Y Vingegaard, tan menudito como él, seguramente pensará que es sincero. ¿No era él, el escalador danés que en vez de a las montañas que no hay en su país, desafiaba al viento y así se fortaleció, también un niño menudo al que machacaban sus compañeros en el equipo de fútbol? Ambos son los gigantes del Tour, now.
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