Carlos Sainz, avanzar sin perder la alegría inocente
El deporte exige un esfuerzo supremo y no garantiza ningún resultado: para no desesperar en el camino hay que encontrar algo que nos guíe
La ilusión es un motor fundamental en la vida. En el deporte profesional, donde los grandes objetivos exigen a largo plazo, disfrutar del camino es indispensable. Sin ese sueño diario, lejos de una pasión que nos mueva, es imposible acercarnos a lo que un día nos hizo dar el primer paso. Avanzar sin perder esa alegría inocente es complicado, y es lo que separa a los buenos deportistas de los grandes competidores.
El deporte plantea un sendero bien claro: exige un esfuerzo supremo y no garantiza ningún resultado. Para no desesperar en ese camino, donde tantos acaban bajando los brazos, h...
La ilusión es un motor fundamental en la vida. En el deporte profesional, donde los grandes objetivos exigen a largo plazo, disfrutar del camino es indispensable. Sin ese sueño diario, lejos de una pasión que nos mueva, es imposible acercarnos a lo que un día nos hizo dar el primer paso. Avanzar sin perder esa alegría inocente es complicado, y es lo que separa a los buenos deportistas de los grandes competidores.
El deporte plantea un sendero bien claro: exige un esfuerzo supremo y no garantiza ningún resultado. Para no desesperar en ese camino, donde tantos acaban bajando los brazos, hay que encontrar algo que nos guíe. Un estímulo adicional que nos mantenga firmes como el primer día. El amor por el deporte es ese motor, valorar cada paso del camino como el que nos lleve a consumar el resultado.
Hace apenas unos días, Carlos Sainz lograba en el circuito de Silverstone su primera victoria en el Mundial de Fórmula 1. Nacido en una familia insignia del automovilismo, con la figura de su padre como gran referente, el madrileño ha palpado desde bien pequeño la pasión por los trazados. Tener ese entorno ayuda a construir un sueño, pero es necesaria la pasión verdadera y el talento para emular esos pasos.
Carlos se ha forjado en esa cultura desde pequeño, mejorando como deportista y escalando en las diferentes categorías del automovilismo hasta llegar a la primera línea. Es un deporte donde nadie regala nada, en el que se juega la vida en cada carrera y entrenamiento intentando ser el más rápido. Una disciplina de reflejos, decisiones fugaces y pericia, en el que una mente decidida, movida por un enorme deseo de triunfar, es fundamental sobre el asfalto.
Parece evidente la importancia del equipo, desde los ingenieros que diseñan el vehículo, los mecánicos encargados de su puesta a punto y las estrategias del cuerpo directivo. No cabe duda de la base que suponen sus conocimientos y decisiones. Pero la persona que exprime las prestaciones del coche a nivel mundial es el piloto, cuyo trabajo se pone a prueba bajo la máxima presión imaginable.
Carlos aterrizó el año pasado en Ferrari, una de las escuderías más legendarias del paddock, firmando uno de los mejores contratos de su carrera y entrando en la historia del automovilismo español. Consciente de que Ferrari podía darle lo que todo piloto anhela, uno de los coches punteros de la parrilla. Su talento no ha tardado en mostrar los frutos de ese vínculo con la casa italiana. Varios podios y grandes carreras le colocaban como uno de los principales pilotos del Mundial, a la espera de dar el paso con su primera gran victoria.
Ese premio llegó en Silverstone, uno de los trazados más venerados en el mundo del automovilismo. En el GP de Gran Bretaña, su nombre quedó grabado para la historia del deporte. Un triunfo que había buscado durante carreras y un anhelo que ya ha tenido la posibilidad de consumar.
Disfrutemos de los grandes talentos que brinda el deporte. Sainz es ya uno de los mejores pilotos del mundo, y con paciencia y perseverancia, tarde o temprano volverá a llegar su oportunidad. Ojalá le veamos levantar el puño hoy mismo en el GP de Austria.
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