Ledecky conquista su cuarto título mundial de 1500
La mejor fondista de todos los tiempos prologa su insólita secuencia ganadora en la distancia más larga de las pruebas de piscina
Katie Ledecky conquistó su cuarto título mundial de 1.500 metros en Budapest. A su manera. Como una lancha con motor fuera de borda en los primeros 500 metros, impuso la clase de ritmo que nadie más que ella ha sabido sostener en las largas distancias. Cuando acabó la faena, 15 segundos más rápida que su perseguidora más próxima, se la vio sola y aislada como un buque en medio del océano. Ni la calma chicha la detuvo camino de un oro que celebró con más rabia que alegría. El cronómetro indi...
Katie Ledecky conquistó su cuarto título mundial de 1.500 metros en Budapest. A su manera. Como una lancha con motor fuera de borda en los primeros 500 metros, impuso la clase de ritmo que nadie más que ella ha sabido sostener en las largas distancias. Cuando acabó la faena, 15 segundos más rápida que su perseguidora más próxima, se la vio sola y aislada como un buque en medio del océano. Ni la calma chicha la detuvo camino de un oro que celebró con más rabia que alegría. El cronómetro indicó 15 minutos, y 30,15 segundos. Diez segundos más que el mejor tiempo de su vida, aquel 15m 20,48s de una lejana tarde de mayo de 2018 en Indianápolis.
”¡Ya veremos!”, respondió, moviendo apenas los labios, hierática y sin poder esconder su malhumor, cuando el animador del centro acuático del Dnubio le preguntó si esperaba batir su propio récord mundial en la final de 800, el próximo viernes. Acababa de salir de la piscina y el agua goteaba por su frente. No necesitó graduarse en Psicología en Stanford para comprender que el periodo de las mejores marcas se agota en su cuerpo y en su mente. Con 25 años, la mejor fondista de todos los tiempos ha emprendido la curva declinante que reserva la natación a quienes se aventuran en sus límites.
Ledecky consiguió en Budapest la sexta mejor marca de su historial, lo que supone el sexto mejor registro de todos los tiempos. Una chincheta más en una trayectoria consagrada a proezas que hasta ahora han resultado inaccesibles para cualquier nadadora. Ni Janet Evans, ni Pellegrini, ni Jenniffer Turrall, ni Shane Gould, ni Debbie Meyer, condicionadas por épocas más restrictuvas, se le aproximan. En Washington, en California o en Florida, con Meehan o con Nasty, no ha habido piscina, ni entrenador, ni método ni atmósfera que haya alterado el curso de Ledecky. Solo interrumpió su secuencia de hazañas en las pruebas de 1500 en 2019, cuando se retiró de los Mundiales alegando una “enfermedad” sin especificar. En Budapest retomó el hilo nadando su propia carrera, lejos del cardumen que la persiguió sin esperanza mientras ella empujaba agua con su portentoso tren superior, arrastrando las piernas, apenas dos patadas por ciclo de brazada. La joven Katie Grimes, paisana de Las Vegas, acabó segunda en 15m 44,89s, media piscina por detrás.
La piscina del Duna Arena ya estaba caliente cuando Ledecky surcó sus aguas en la segunda carrera de la tarde del lunes. Antes la había puesto en ebullición el rumano David Popovici. Solo tiene 17 años pero demostró a las claras que en sus pulmones, en su corazón, en sus brazos de pulpo, se aloja uno de los récords mundiales más inaccesibles que existen. La marca de 200 libre que estableció el alemán Paul Biedermann en 2009, valiéndose de un mono de goma que le ayudó a flotar hacia un tiempo sideral: 1m 42,00 segundos.
Popovici en el “infierno”
Espoleado por el bravo Tom Dean, Popovici nadó por encima del agua, simétrico rotando alrededor de su espinazo, arriba como un madero, sin apenas producir burbujas, más rápido que Biedermann en los primeros tres largos. En el último se descolgó por centímetros. Tocó la placa en 1m 43,21 segundos. Ni Thorpe ni Phelps fueron capaces de un cronómetro así.
“Estoy absolutamente cansado”, declaró, “cansado como en el infierno”.
Las cámaras le habían registrado taciturno en el cuarto de llamadas, sentado en el fondo, a la sombra y con las gafas puestas mientras Aubock y Smith hacían el ganso. Le pesaba su condición de ídolo nacional. Popovici, que mide 1,90 y está en los huesos, es el deportista rumano en vigencia más popular en su país. “Hago esto por la gente que me apoya en Rumanía”, dijo, sereno y feliz de ocupar el lugar que ocupaba, en el umbral de lo imposible. El récord de Biedermann está en sus manos.
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