La gloria del Real Madrid es infinita
Los blancos logran su 14ª Copa de Europa con un colosal Courtois y un gol de Vinicius, suficiente para fundir a un meritorio Liverpool
Un colosal Courtois y un puntual Vinicius acentuaron la leyenda del Real Madrid, tan glorioso en los años 50 como ahora. En la fundación de la Copa de Europa y 67 años después. Es su fábula. Un éxito sin parangón que se perpetúa y cala de generación en generación. Y no tiene réplica. Es el Real Madrid. Sin más. Porque nadie gana como este club, que tiene pasmado al fútbol mundial. Como fichas de dominó cayeron el PSG, el Chelsea, el City... Y el Liv...
Un colosal Courtois y un puntual Vinicius acentuaron la leyenda del Real Madrid, tan glorioso en los años 50 como ahora. En la fundación de la Copa de Europa y 67 años después. Es su fábula. Un éxito sin parangón que se perpetúa y cala de generación en generación. Y no tiene réplica. Es el Real Madrid. Sin más. Porque nadie gana como este club, que tiene pasmado al fútbol mundial. Como fichas de dominó cayeron el PSG, el Chelsea, el City... Y el Liverpool.
Ninguno de los vencidos podrá decir que fue inferior. Todos hicieron méritos. Pero Lineker no atinó del todo. El fútbol no es ese deporte en el que siempre canta bingo Alemania. El exdelantero inglés se olvidó del Madrid, que ha perdido tres finales de 17 en la Copa de Europa, la última en el pleistoceno futbolístico (1981). En París, patio particular de Rafa Nadal, entusiasmado espectador en Saint-Denis, se encumbró de nuevo. No precisó sus míticas remontadas. Le bastó un croché de Vinicius y la inspiración infinita de Courtois. Del resto se encargó el frustrado Liverpool. Jugar, jugó, y mejor que el Madrid. Pero cuando se trata de ganar, con el Madrid no se juega. Eso es otro asunto.
El Real Madrid se retrasó tanto como el partido, marcado para la historia por los caóticos prolegómenos, con muchos seguidores pujando por convertir Saint-Denis en un coladero. Llegado el fútbol, ya se sabe: para este equipo los encuentros acaban, no empiezan. Lo suyo es la puntilla cuando ya no queda tiempo ni de parpadear. Cabe que intente el descabello cuando anochece el primer tiempo, lo que deja capacidad de reacción al rival, pero también aflige de lo lindo un azote justo antes de la tregua. Máxime si hasta entonces el verdugo ha estado sometido, caso del Real, de ese Real que juega en la sala de espera hasta que se dé su momento. Solo el Madrid sabe de qué habla. Sus contrarios se lo huelen. Lo intuyen aunque no haya motivos. El Real ataja como nadie. No hay equipo más cuentista que el del bienaventurado Carlo Ancelotti, tan a la altura del Madrid que ya es el técnico con más Orejonas.
Salvo ese extraordinario y puntual centinela que es Courtois, ni menudencias había dejado el Madrid cuando cerca del descanso llegó el enredo con el gol no gol de Benzema. El capitán madridista cazó en tanga a la zaga del Liverpool. Amagó al portero Alisson y la jugada, chocante con Benzema en el fregado, se embrolló. Un rebote entre el meta brasileño y su camarada Konaté. Valverde acudió al asalto y provocó otro rechace, esta vez en Fabinho. La pelota, disparatada, derivó en Benzema, que embocó. El VAR convocó un simposio y varios minutos después: jugada anulada. Quizá se interpretó que en el rechazo de Valverde, previo al de Fabinho, el ariete francés ya estaba fuera de lugar. Quizá, quizá, quizá. En ese hiperprofesionalizado fútbol resulta que los comisarios, los de campo y los de los Rayos X, ocultan al personal los motivos de sus decisiones.
Antes del alivio por el decreto judicial, el Liverpool tuvo tocado al Madrid durante la primera media hora. Frente al frenesí de los de Jürgen Klopp, un Real moroso, muy contenido en su rancho. Nadie ventilaba a los blancos, pese a los aspavientos elocuentes de Benzema, Modric... y no digamos de Courtois. Salah y Thiago le pusieron a prueba con mala uva. Repitió el egipcio y no se contuvo Mané, pero el belga, que tiene pértigas por brazos, desvió el disparo del senegalés a su poste derecho. Eran momentos en los que el cuadro inglés encapotaba al Real. Nadie tiraba de muleta para el temple, y hasta Konaté, que no es jamaicano, ganaba alguna carrera a Vinicius. El Real, en las cuerdas, paciente con el Real. Iba e iba el Liverpool. Ya iría el Madrid... y vaya si fue.
No hubo otras pistas tras el intermedio. De nuevo cargaban los reds, ordenados por Thiago —que con Klopp calca a Toni Kroos—, lanzados por Alexander-Arnold y agitados por Luis Díaz, Mané y Salah. El Real se sacudía la tralla como podía. Y cuando no podía: Courtois, inmenso de principio a fin.
Tienen mucho de pugilismo los partidos de este Madrid, tan encajador, tan noqueador clínico. Resiste que resiste hasta que soltó el gancho. Valverde abrió gas por la banda derecha y su centro con dinamita pilló a Alexander-Arnold en la luna de París. Vinicius se ha vuelto tan optimista del gol que ya hasta es un tunante.
Del gol de Vinicius se volvió a la escena de Courtois. El Madrid de las áreas, donde tantas contiendas se dirimen. El portero belga puso el cierre una y otra vez, para desesperación de los muchachos de Anfield. Sobre todo de Salah, superado con creces por Courtois, héroe de la 14ª que certificó Vinicius a la manera de este Real Madrid: porque sí. Prohibidos los milagros. Lo de este Madrid solo tiene que ver con el Madrid. Al Madrid solo cabe admirarlo. Es el Madrid y punto. Desde hace siglos, el campeón de campeones. Europa es su liga. Y liga como nadie. El Real Madrid es infinito.
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