La barbarie ‘hooligan’ destroza el Camp Nou
En la final de Recopa de 1972 entre Dinamo de Moscú y Glasgow Rangers la invasión de los hinchas duró dos horas y la copa tuvo que ser entregada en los vestuarios
Sevilla se esponjó la semana pasada para recibir a 150.000 hinchas alemanes o escoceses, sólo 40.000 con entrada. El destino de los demás era errar por las calles a 38 grados a la sombra, beber mucha cerveza y ver el partido en pantalla gigante en una de las dos fan-zones preparadas al efecto. Aparte de unas pocas peleas en la tarde del partido, no pasó nada....
Sevilla se esponjó la semana pasada para recibir a 150.000 hinchas alemanes o escoceses, sólo 40.000 con entrada. El destino de los demás era errar por las calles a 38 grados a la sombra, beber mucha cerveza y ver el partido en pantalla gigante en una de las dos fan-zones preparadas al efecto. Aparte de unas pocas peleas en la tarde del partido, no pasó nada. Volaron cuatro sillas, hubo un contusionado… Nada más.
Para felicitarnos. A los que ya andamos por encima del sexto piso de nuestras vidas, un escalofrío nos había recorrido el espinazo con el recuerdo del día en que España vio la cara de perro de la violencia hooligan
Sucedió en el Camp Nou, donde la final de Recopa enfrentó al Dinamo de Moscú y al Glasgow Rangers. El Dinamo traía al gran Yashin de embajador y 200 acompañantes, gente de confianza de la nomenklatura que no iba a aprovechar el viaje para escaparse. No era el mismo caso de Escocia, claro, que desparramó por la ciudad hasta 15.000 hinchas con sus camisetas, gorros y banderas, ávidos de cerveza. Todo un colorido. Por la época no era usual que aquí los hinchas vistieran camisetas de sus equipos, si acaso a los niños se les daba una banderita de papel.
En cuanto a los hooligans, se les tenía por un fenómeno raro y ajeno. De cuando en cuando salían informaciones en prensa que hablaban del destrozo de un tren perpetrado por hinchas en algún lugar de Gran Bretaña, se sabía que se cerraban los bares cerca del campo los días del partido... Pero sonaba tan lejano como las cíclicas inundaciones en China.
El dispositivo se redujo a 60 grises, los policías de la época, llamados así por el color de su uniforme. Altos, bien plantados, con su buena porra, acostumbrados en aquella España franquista a que se obedeciera su primera orden: (“Disuélvanse, no me formen grupos”). Algún amago de carga en la Universidad, eso era todo. Al fútbol iban en pequeño número, se sentaban en taburetes de madera alrededor del campo, mirando el juego. Cuando vecinos de asiento elevaban el tono de la discusión a la categoría de alboroto, una pareja subía y se los llevaba, sin más.
El Barça no tenía vallas
Había 60 de esos para 15.000 escoceses, en su mayoría ebrios. El partido fue bueno. Ganaba el Rangers 3-2 a dos minutos del final cuando el árbitro, Ortiz de Mendivil, pitó una falta contra el Rangers y algunos empezaron a saltar al campo, quizá para impedir el saque, quizá pensando que el partido estaba acabado. El Barça no tenía vallas, sino, solución más elegante, un foso de 2 metros de profundidad otros 2 de ancho. Disuasorio, pero alguien suficientemente joven y atrevido podía saltarlo.
Lo consiguieron muchos, a otros les pesaron los años o la cerveza y acabaron abajo. Los grises se vieron frente a una avalancha creciente: uno contra cinco, uno contra diez, uno contra veinte, uno contra cincuenta… Tiraban de porra con saña, pero por cada uno que caía aparecían tres. Los primeros en meterse en la refriega, los más atrevidos, tiraban de navaja o de cadenas de bicicleta, su equipamiento habitual para las broncas; las nuevas remesas, menos preparadas de antemano, saltaban armadas con los asientos que arrancaban previamente o con botellas que habían robado en los bares del estadio. Utilizaban los bancos de madera de las filas bajas para hacer pasarelas y cruzar el foso.
La barbarie duró dos horas. La copa no pudo ser entregada como estaba previsto, sino que se le dio al Rangers en los vestuarios.
El césped quedó arrasado (muchos se llevaron pedazos, de recuerdo), lleno de cristales rotos, salpicado de cadenas y navajas. Hubo 87 escoceses y 20 policías heridos, se comunicaron dos fallecimientos por infarto, aunque finalmente solo hubo uno, el otro fue recuperado en el hospital. Solo diez arrestados.
Aquello espantó a la pacata España de la época. El Barça retuvo, de acuerdo con la UEFA, la mitad de la taquilla para reparar asientos, lavabos y replantar el césped. La UEFA meditó a demanda del Dinamo de Moscú darles el título a los rusos, que denunciaron haber jugado intimidados. El alcalde de Glasgow envió un telegrama de excusas al de Barcelona. Exteriores presentó una protesta ante la Embajada Británica por la actitud de los hinchas y la versión de los tabloides, que atribuyeron los hechos a “la brutalidad de la policía franquista”. Pero tanto la prensa seria inglesa como la de otros países con enviados especiales abominó la actitud de los hinchas. El Corriere della Sera llegó a preguntarse: “¿Qué hubiera ocurrido si llegan a perder?”.
Fue el 24 de mayo de 1972. Estos días hace cincuenta años.
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