El italiano Oldani lidera la fuga del Giro de Italia en la Génova de los viaductos

El neerlandés Kelderman recupera ocho minutos al infiltrarse en una escapada de 24 corredores y ya está a tres del líder, que sigue siendo Juanpe López

El pelotón entra en Génova por la autopista del puente de San Giorgio.LUCA ZENNARO (EFE)

Se ríen de los bypass matadores que aterrorizan a los automovilistas, que son Génova, estrecha entre Mediterráneo y Apeninos, y ante ellos se abre la ciudad como a Moisés se le abrió el mar Rojo, pero no les persigue nadie, son la vanguardia de un mismo ejército, que, deslumbrada por la visión, atraviesa Génova desde las alturas de sus autopistas en el cielo, y a 70 por el puente de San Giorgio, una recta ligera y volada de un kilómetro, y pilares altos como rascacielos neoyorquinos, construida más con la prisa de ciclista acelerado, un Van der Poel insaciable hasta el agotamiento, quiz...

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Se ríen de los bypass matadores que aterrorizan a los automovilistas, que son Génova, estrecha entre Mediterráneo y Apeninos, y ante ellos se abre la ciudad como a Moisés se le abrió el mar Rojo, pero no les persigue nadie, son la vanguardia de un mismo ejército, que, deslumbrada por la visión, atraviesa Génova desde las alturas de sus autopistas en el cielo, y a 70 por el puente de San Giorgio, una recta ligera y volada de un kilómetro, y pilares altos como rascacielos neoyorquinos, construida más con la prisa de ciclista acelerado, un Van der Poel insaciable hasta el agotamiento, quizás, que con la gracia del tiempo lento para sustituir el hundido por la desidia viaducto Morandi, tienen el mundo a sus pies. A la izquierda, la ciudad vieja, acumulación de edificios en altura, como frases sin respiro, todos mirando el mar, al sol que se pone al fondo. A la derecha, las catedrales flotando en el puerto, los cruceros extraordinarios, y la curva izquierda, ya en tierra firme, y la brisa del mar que les empuja hasta la meta, al final de la última recta, altos soportales, suelos de mármol multicolor, y una cuesta engañosa, en la puerta de la Bolsa de Valores, donde suben las acciones de Kelderman, uno de los de la fuga de 24, que recupera junto al mar ocho de los 11 minutos que perdió en el Blockhaus y se vuelve a creer capaz de ganar el Giro.

La etapa. Una ciudad maravillosa. Una fuga desintegrada. Un final a tres. Un neerlandés casi niño, Leemreize, que se inventa el corte de la curva, inútil. Una victoria foto finish de otro italiano nuevo, Stefano Oldani, de 24 años, que, como el Dainese de la víspera, se ha formado y crecido en equipos no italianos, en el Kometa de los jóvenes de Contador, donde coincidió con Juanpe, siempre de rosa, y luego en Bélgica, en el Lotto y ahora en el Alpecin, donde le mima Van der Poel, y le ayuda a conseguir la primera victoria de su vida. Pero Oldani es diferente y, entre otras cosas, no puede participar en las concentraciones de su Alpecin, porque todos sus compañeros duermen en cámaras hipobáricas, pobres en oxígeno, para simular estancias en altura, 2.000 o 2.500 metros, un método que él no puede utilizar porque está prohibido por las leyes italianas. “Somos el único país que las prohíbe. Y es una estupidez”, dice. “Y todavía nos preguntamos por qué el ciclismo italiano está a veces tan lejos de todos los demás… Es un poco deprimente”.

Otro italiano en equipo belga, Lorenzo Rota, del Intermarché de Girmay, ha sido el encargado de destrozar la fuga en el col de la Colletta, Apeninos ligures, y su descenso vertiginoso, vertical hasta el mar, y antes, en el paso del Bocco hacia Chiavari, por el lado fácil, claro, los viejos se acuerdan de Indurain herido en el 94, de una cronoescalada de Chiavari al Bocco, por el lado duro, claro, en la que el cometa Berzin le hizo inclinarse, final, y se acuerdan también, claro, y lloran, de que Luis Ocaña no estaba allí, comentándolo para la radio. Tres semanas antes, un 19 de mayo, sí, en vez de coger el coche para unirse a un Giro más, el campeón de Cuenca se pegó un tiro en la cabeza frente a sus viñedos de Armañac.

Tendrían que pasar tres años para que naciera Juanpe, a quien los problemas que le plantean no le hacen sufrir, sino reír abierto. En inglés le preguntan si no debería firmar Juampe, y no Juanpe, como recomienda la RAE, y él se carcajea, harto de una polémica que le resbala, y que no habría existido si no llevara ya nueve días de rosa. “Soy Juanpe, con ene, [y lo pronuncia recalcando la ene] y siempre he sido Juanpe”, responde en inglés, claro. “Y no voy a dejar de ser Juanpe, lo diga quien lo diga”.

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