Alberto Dainese gana al ‘sprint’ la primera etapa sin Girmay en el Giro de Italia

El velocista italiano y Juanpe López, siempre de rosa, festejan en el podio de Reggio en Emilia con botellas de prosecco que les entregan ya abiertas para evitar más accidentes

Dainese riega con prosecco a los espectadores de su podio tras la victoria.MAURIZIO BRAMBATTI (EFE)

Poverino Mauro Vegni! ¡Pobre del director del Giro el día siguiente del taponazo!

Si una persona merece compasión, comprensión y perdón por dejarse hundir en la frustración es él, desfilando ante la prensa en las vallas de Santarcangelo di Romaña, salida de la undécima etapa, la más aburrida de un Giro que no ha gozado de grandes momentos, y un pequeño consuelo le ofrece el sprint final en la recta del ...

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Poverino Mauro Vegni! ¡Pobre del director del Giro el día siguiente del taponazo!

Si una persona merece compasión, comprensión y perdón por dejarse hundir en la frustración es él, desfilando ante la prensa en las vallas de Santarcangelo di Romaña, salida de la undécima etapa, la más aburrida de un Giro que no ha gozado de grandes momentos, y un pequeño consuelo le ofrece el sprint final en la recta del viale Isonzo junto a los palacios renacentistas de Reggio en Emilia y la victoria, at last, de un ciclista italiano, el velocista baby face Alberto Dainese, un paduano tímido de 24 años que dejó el baloncesto porque no crecía y se pasó a la bici, una afición que le invadió por las muchas horas que pasaba ante la tele con sus abuelos viendo las etapas del Giro de niño, y casi sin creérselo, en los últimos 150 metros, partiendo de lejos, un 54/11 que mueve con facilidad ayudado por el viento de espaldas, remonta al casi imbatible Démare y supera a Gaviria, quien ya se creía ganador.

Los otros dos grandes históricos, Ewan y Cavendish -sin Morkov, retirado, no es lo mismo-, de espectadores, detrás. Ante el podio de premiación, minutos después, puro morbo de espectadores, que bromean, qué mala idea, con el deseo de una nueva parábola en órbita hacia un ojo del tapón de la botella de espumoso, y gritan ¡cuidado! cuando agarran la botella Dainese o Juanpe, siempre de rosa, para después exhalar un gemido de decepción, un vaya que acompaña al torrente de espuma que de la boca de la botella brota como de un aspersor en la huerta: precavidamente, les entregan la botella ya descorchada y los ciclistas solo tienen que agitarla. “No se pierde placer así, sin tapón”, dice Juanpe. “Pero quizás sea porque ya tengo menos fuerzas que el primer día [y ya era la octava vez que repetía la ceremonia rosa], pero me ha parecido que salía menos espuma…”.

Pero de la victoria de un italiano que hará, al menos, que el Giro, casi invisible en sus portadas por un problema empresarial, ocupe algo más de presencia en el periódico rosa dueño de la carrera, La Gazzetta dello Sport, no puede saber nada Vegni, ni la espera, a las 11 de la mañana, y ahí está, la misma cara de pena de todos los días, pero más aún, hablando con medias palabras de un hecho de drama bufo, si se permite la contradicción, que domina todas las crónicas, en lugar de exaltarse épicamente en vanaglorias a la epopeya de Biniam Girmay, el ciclista eritreo que la víspera, en un sprint lanzado de 400 metros, había hecho sentarse a Mathieu van der Poel, el divino profeta del ciclismo del siglo XXI, nada menos, antes de, tristemente estar a punto de saltarse un ojo, o reventárselo, con el corcho de un botellón, una Jeroboán de tres litros, de prosecco rosa e hirviente en la ceremonia de premiación, un avatar que a los cinéfilos viejos les hizo recordar el fotograma del Viaje a la luna, de George Méliès, la cara de cabreo de la luna herida con la cápsula de los intrépidos viajeros incrustada en su ojo derecho.

Girmay, con un hermoso hematoma en su ojo izquierdo y un parche protector, no sigue en el Giro, y su ausencia la llora, obviamente, su equipo, el Intermarché que le ha renovado el contrato por tres temporadas más a razón de 1,2 millones de euros por año, y, después de la exhibición de Las Marcas en Jesi, ya se apresuraba a añadir a su lista de éxitos la maglia ciclamino de la general por puntos, y un par de etapas más, al menos, la del viernes en Cuneo, rozando ya los Alpes, y la del jueves en el puerto de Génova, que inaugura para el ciclismo el viaducto de San Giorgio, obra de Renzo Piano, mil metros de autopista suspendida, en el lugar en el que se hundió hace cuatro años el viaducto Morandi. La llora también Vegni, que quería hablar de otros grandes pioneros del deporte africanos, de Abebe Bikila, el etíope que ganó descalzo el maratón de los Juegos de Roma 60, y calzado el de Tokio 64, de Kip Keino, el keniano que en México 68 derrotó a Jim Ryun en los 1.500 e inició la gran era de dominio keniano del medio fondo mundial, y Girmay ya se podría parangonar con ellos, o casi. La llora, sobre todo, la afición, para la que solo el duelo fulminante de Girmay Van der Poel daba sentido al Giro, dada la exasperante premiosidad de los escaladores, y Carapaz derrocha energía para rebañar 3s de bonificación en una meta volante que le permiten adelantar a Almeida y ser segundo en la general, a 12s de Juanpe.

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