Un pelotón epistolar
‘De Santander a Santander’ recoge la experiencia personal y deportiva del exciclista Peter Winnen, un tipo peculiar
A veces, una metedura de pata te puede cambiar la vida para bien. También el aburrimiento. A Peter Winnen le sucedió mientras hacía el servicio militar en los Países Bajos. Cansado de montar, desmontar y limpiar una y otra vez el arma, decidió gastarle una broma a su superior durante la instrucción. Lo encañonó y le dijo algo parecido a “¡manos arriba!”. Lo mandaron directamente a comparecer ante el Servicio Central de Psiquiatría. En el examen, se abstuvo de mencionar la pasión deportiva que bullía en su interior. Tenía miedo a que pensaran que lo había hecho para poder sentarse de nuevo sobr...
A veces, una metedura de pata te puede cambiar la vida para bien. También el aburrimiento. A Peter Winnen le sucedió mientras hacía el servicio militar en los Países Bajos. Cansado de montar, desmontar y limpiar una y otra vez el arma, decidió gastarle una broma a su superior durante la instrucción. Lo encañonó y le dijo algo parecido a “¡manos arriba!”. Lo mandaron directamente a comparecer ante el Servicio Central de Psiquiatría. En el examen, se abstuvo de mencionar la pasión deportiva que bullía en su interior. Tenía miedo a que pensaran que lo había hecho para poder sentarse de nuevo sobre una bicicleta y continuar pedaleando en dirección a su sueño: convertirse en ciclista profesional. Una semana después de aquel incidente, estaba entrenando por las carreteras de la Costa Brava.
De Santander a Santander (Libros de ruta), recoge, a través de cartas escritas desde el pelotón, la experiencia personal y deportiva del exciclista Peter Winnen. Un tipo peculiar que, más allá de sus méritos deportivos —un tercer puesto en el Tour de 1983 o dos victorias en el Alpe d’Huez, por ejemplo— ha hecho carrera en el periodismo deportivo. Tiene, además, estudios en Historia del Arte y varios libros publicados.
Winnen describe la emoción de recibir la primera bicicleta patrocinada —”una Rossin, italiana, lisa y sobria, con horquilla delantera cromada”—; la sensación de quedarse desubicado ante la formación de abanicos —”delante de mí los corredores zigzaguean de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Me hundo en los movimientos ondulatorios del pelotón. Todos buscamos lo mismo: protección”—; la crueldad y la violencia de las caídas —”oigo, detrás de mí, el chirrido de radios rompiéndose y la fricción del metal contra el asfalto. Y también delante de mí. Me escabullo justo a tiempo entre dos cuerpos que se retuercen de dolor y esquivo por los pelos una rueda de bicicleta que rebota en círculos”—. También la mezcla de sensaciones que se unen al coronar en primer lugar una cumbre mítica: “En el kilómetro final la masa no se asoma hasta el ultimísimo momento. Produce un aullido de avión de combate que engulle cualquier otro sonido. La masa es más alta que yo. Apenas si puedo ver la pancarta que señala la cima. Pateo como un animal. En el vacío de mi tórax resuena un eco: ¡Uno, dos! ¡Uno, dos!”. Victoria.
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