El Bernabéu se presenta a Mbappé
El francés adelanta al PSG, el VAR le anula dos goles, recibe el cariño de la grada y el peso de su gozo: “¡Así, así gana el Madrid!”
Además de algo de cariño del Bernabéu, Kylian Mbappé recibió allí una pequeña lección inmersiva de lo que pesa el Real Madrid. Fue después del minuto 78, cuando Benzema acababa de marcar el 3-1 y de repente desaparecieron del campo todos los jugadores del equipo contrario. Courtois se tiró de rodillas a los pies del fondo norte, mientras que en el otro extremo, los futbolistas de campo se apiñaban en los alrededores del banderín de córner. Mbappé agarró la pelota y la llevó al centro. La depositó s...
Además de algo de cariño del Bernabéu, Kylian Mbappé recibió allí una pequeña lección inmersiva de lo que pesa el Real Madrid. Fue después del minuto 78, cuando Benzema acababa de marcar el 3-1 y de repente desaparecieron del campo todos los jugadores del equipo contrario. Courtois se tiró de rodillas a los pies del fondo norte, mientras que en el otro extremo, los futbolistas de campo se apiñaban en los alrededores del banderín de córner. Mbappé agarró la pelota y la llevó al centro. La depositó sobre el punto blanco y se dispuso a esperar, con los brazos en jarra. Transcurrieron dos minutos, que debieron de ser larguísimos para él. Aguardaba el final del festejo, solo en mitad de un páramo desierto, ante el balón colocado en el lugar que marca la derrota, mientras el estadio, desatado, se arrancaba con el: “¡Así, así, así gana el Madrid!”.
Luego, cuando se reanudó el juego, tuvo ocasión de conocer también el “¡Reyes de Europa, somos los reyes de Europa!”. Aunque no toda su experiencia nocturna en Chamartín tuvo ese tenor, porque el francés se encuentra en un momento extrañísimo y ambivalente en el que representa para el madridismo todo lo contrario que Gareth Bale, una promesa perfecta, lejana e intacta a la que aplaudir cuando el speaker recita las alineaciones y que la grada empieza a silbar cuando corre con la pelota. A Bale, allá cuando jugaba, le sucedía al revés: le silbaban cuando las alineaciones, y pasaban a jalearle cuando se acercaba a la portería. Pero Mbappé todavía no ha decepcionado, al menos no de manera definitiva —el disgusto de París fue pasajero—.
Antes de empezar, sin jugadores sobre la hierba, cuando el locutor del estadio llegó a su nombre, el gentío, que venía pitando a los anteriores de la lista, le ovacionó. Y enseguida se desahogó abucheando a Neymar y, de manera particularmente íntima, a Messi, quien más veces les ha roto la ilusión en los últimos años. El comportamiento del graderío no seguía del todo la norma que relaciona el miedo con la intensidad del rumor. Y también al revés, la expectativa de un instante feliz con el murmullo. Así cuenta la leyenda que medían la categoría de un extremo en un campo inglés. Por el cla, cla, cla que se propagaba por la grada a medida que avanzaba por la banda: el tipo corría y a su paso se levantaba la gente y los asientos golpeaban los respaldos, componiendo una especie de estela sonora de la carrera de un hombre hacia el gol. En el PSG eso lo lleva ahora Mbappé, aunque en los prolegómenos lo olvidara el madridismo.
Y no solo lo dejó de lado el que habita las gradas. Cuando Vinicius se encontró al francés en la escalinata del túnel de salida al campo, se acercó a abrazarlo, como en el partido de ida. Aunque es verdad que el brasileño estaba por abrazar a todo el mundo. Después se agarró a Neymar, y se quedó charlando unos instantes con su compañero de selección. Y ya sobre la hierba, antes del saque inicial, atravesó con los brazos al otro campo para tener un cariño con Messi. Se podría también pensar en un ritual como el del protagonista de la película Intacto, un sicario del gafe que entraba en los casinos a cortarle la racha a la gente poniéndoles la mano encima. Pero lo de Vinicius parecía sincero, y de paladar exquisito: el tridente más renombrado del mundo.
Vuelo y gol, y al final consuelo
Vini sabe a quién abrazar y Mbappé, a quién pegar. Casi en la primera jugada, cuando Militão saltó a despejar de cabeza, el francés le metió la cadera y le tiró al suelo. A Mbappé le daban igual los aplausos y las carantoñas, también las liturgias locales. Cuando el estadio cumplía con el “¡Illa, illa, illa, Juanito Maravilla!” del minuto siete, Neymar le lanza una pelota al espacio, y él vuela hasta plantarse ante Courtois, agobiado por Militão.
El primer tiro, la primera parada del belga. También el segundo es suyo, y también la despejó Courtois. La grada olvida esa cortesía inicial, como de día de presentación veraniega, y empieza a reaccionar con silbidos al terror que desata el francés. Tanto, que enseguida marca, aunque el VAR encuentra un fuera de juego. Le dio igual, poco después, en otra carrera, volvió a rematar al mismo lugar de la portería de Courtois, y eso sí que fue el 0-1. De nuevo el terror de París, prolongado en el segundo tiempo, cuando marcó después de un regate con el que tumbó a Courtois sin tocar la pelota, a lo Pelé, con aroma de Ronaldo Nazario. Pero eso también se lo llevó el VAR, que pareció marcar también el final de la ilusión parisina.
El último abrazo que recibió Mbappé en el Bernabéu se lo dio Alaba para consolarlo, mientras el austriaco volaba ya camino de los cuartos de final.
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