Luis Enrique resucita a un muerto
Unos jugadores que hace tres días no existían en el imaginario colectivo se revelan como figuras de gran nivel
Saber de fútbol. El que juega al fútbol durante 15 años, alguna conclusión tendrá que sacar con respecto al juego. El que a partir de entonces se convierte en entrenador, agrega al conocimiento práctico muchas horas de reflexión, de análisis, de experiencia que sus jugadores testean en el campo y que permiten (acierto-error) ir afinando las decisiones. Dicho esto, podemos interpretar como un abuso de posición el “yo sé más de fútbol que los periodistas” de Luis Enrique, pero en ningún ca...
Saber de fútbol. El que juega al fútbol durante 15 años, alguna conclusión tendrá que sacar con respecto al juego. El que a partir de entonces se convierte en entrenador, agrega al conocimiento práctico muchas horas de reflexión, de análisis, de experiencia que sus jugadores testean en el campo y que permiten (acierto-error) ir afinando las decisiones. Dicho esto, podemos interpretar como un abuso de posición el “yo sé más de fútbol que los periodistas” de Luis Enrique, pero en ningún caso negarle la razón. Sabe más que cualquier periodista porque alcanzó el más alto nivel dedicándole su vida al fútbol, desarrollando ideas y poniéndolas en riesgo en cada decisión. El periodista, o el comentarista, es otro tipo de experto, una especie de traductor del juego para que la audiencia digiera mejor el insondable fútbol. En los dos casos, saber de fútbol es saber de sistemas y, sobre todo, de jugadores que dan sentido a los sistemas.
Menudencias decisivas. Pero en 90 minutos cabe una vida. Un partido está hecho de un continuo. La última acción es hija de la penúltima y así sucesivamente. Sesudos planes, por supuesto, pero también accidentes, casualidades, cosas mínimas que alteran cualquier previsión, impactos con consecuencias terribles en el desarrollo del juego y en el estado de ánimo. Subestimamos la fuerza del azar y de las menudencias impensadas (un error grosero, un mal bote, un traspié, un resbalón, un malentendido entre el portero y el defensa…) que pueden modificar un partido más que cualquier previsión. Hablo de acciones que rompen la línea argumental y producen, además, una seria cadena de consecuencias. Así, la lógica de un partido, que se basa en argumentos previsibles que crean una atmósfera, se rompe en mil pedazos. Cuestiones que escapan al análisis y que nos llevan a creer que, de fútbol, nadie sabe lo suficiente.
El mal del comentarista. Por esa razón el comentarista, que debe pensar a la velocidad del partido, a menudo es víctima de imprevistos que encantan a los profetas de las cosas que ya ocurrieron. Lo llaman “el mal del comentarista”, pero habría que decir que es el secreto del fútbol. Se recomienda ser prudente, pero en un territorio pasional eso no es ni posible ni deseable. Puede ocurrir, entonces, que Kroos encadene 30 pases perfectos y el comentarista, haciéndose el vivo y arrastrado por el entusiasmo, le diga al relator: “Si ves fallar un pase de Kroos te regalo un coche”. Puede ocurrir que lo siguiente que haga Kroos sea equivocarse en un pase de una manera tan grosera que al equipo le cueste un gol. Si el comentarista (que puedo ser yo) fuera respetable, el error le costaría un coche y, en todo caso, de lo que no se privará es del privilegio de reventar las redes. Trending topic por “gafe” y “gilipollas”.
Sabe y se le agradece. A todo esto, la España futbolera tiene un problema, no sabe si la Liga de Naciones merece o no la pena. Desde luego que no se trata de un campeonato que, ganándolo, recordarán las futuras generaciones. Pero la importancia de un evento se mide por la categoría de los participantes y ganarlo pasando por encima del reciente campeón de la Eurocopa y del último campeón del mundo sería muy relevante. Hacerlo con jugadores jóvenes, en estos momentos en que la Liga ha perdido capacidad de seducción por la ausencia de figuras, es un logro magnífico que pone en órbita a un puñado de jugadores que hace tres días no existían en el imaginario colectivo y empiezan a revelarse como figuras de gran nivel. Más que mirarle la jeta a Luis Enrique para decidir si nos gusta o no, empecemos a darle las gracias por estar resucitando a un muerto.
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