El subidón de España

Nunca he conocido una reacción tan unánime mezclando dolor y esperanza, pensando que se había perdido una semifinal y se había ganado una selección llena de talento

Los jugadores de la selección española de fútbol, durante la tanda de penaltis del partido de semifinales de la Eurocopa 2020 entre España e Italia, en Wembley.Kiko Huesca (EFE)

Ya les he contado más de una vez que la superstición me lleva a destinos curiosos. Esta vez, me pasé los primeros 45 minutos observando a la vez, la puesta de sol desde el cabo Trafalgar y la aplicación en la que sigo los partidos a distancia. El descanso me permitió entender que el juego español era más que bueno y que el partido estaba razonablemente controlado, por lo que volvimos a Vejer, y justo cuando dejábamos el coche oímos un grito de gol… de Italia. Veamos. ¿Hay motivos para la superstición? ¿Si me hubiera quedado en la oscuridad de Trafalgar el tiro de Chiesa se hubiera ido fuera? Y...

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Ya les he contado más de una vez que la superstición me lleva a destinos curiosos. Esta vez, me pasé los primeros 45 minutos observando a la vez, la puesta de sol desde el cabo Trafalgar y la aplicación en la que sigo los partidos a distancia. El descanso me permitió entender que el juego español era más que bueno y que el partido estaba razonablemente controlado, por lo que volvimos a Vejer, y justo cuando dejábamos el coche oímos un grito de gol… de Italia. Veamos. ¿Hay motivos para la superstición? ¿Si me hubiera quedado en la oscuridad de Trafalgar el tiro de Chiesa se hubiera ido fuera? Y la pregunta clave: ¿había sido buena idea ir al cabo Trafalgar, referencia de una de las más terribles derrotas de la Armada española? ¿No era eso llamar al mal fario? Sumido en tantas cuestiones trascendentales y a punto de concretarme para ver lo que quedaba de segunda parte, un grito rompió la noche gaditana: Gooooooooooool.

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No me hizo falta la aplicación para saber que España acababa de empatar, que la luz del Faro de Trafalgar iluminaba el camino y que la capacidad de resistir, eso que se llama resiliencia y que si necesitábamos un nuevo ejemplo en un año lleno de ellos, devolvía a la selección al camino de la final. Y a partir de ese momento busqué la banda sonora en directo de la gente en la calle para seguir el resultado a la vez que veía la imagen de la tele. Pero los gritos de júbilo solo volvieron cuando Unai Simón paró el primer penalti. Luego el silencio se apoderó de la noche y solo los murmullos, bajito para no molestar, acabaron por decir: “Hemos merecido más. Estos chicos son muy buenos, ese Olmo es un diablo y ese Pedri es el fútbol en estado puro”. Y seguían caminando con un suspiro que mezclaba pena, decepción y una gota de ilusión con un “a ver si en el Mundial la armamos”.

Para el futuro

Creo que nunca he conocido una reacción tan unánime mezclando dolor y esperanza, pensando que se había perdido una semifinal y se había ganado una selección llena de talento que está dispuesta a defender el fútbol español como merece. Y un seleccionador, don Luis Enrique Martínez, que ha mostrado sus capacidades de gestión, liderazgo y talento futbolístico, que esto no es solo tener a los jugadores involucrados, tensos y deseosos de competir. Que esto es trabajar cada plan de partido con sus matices, con los que juegan y con los que no, las decepciones de cada 90 minutos, la condición física para un equipo que ha querido ser siempre protagonista del juego con el desgaste que eso supone y que ha finalizado con un solo jugador lesionado, Pablo Sarabia, en el partido contra Suiza y que es la cifra más baja del torneo cuando los jugadores llegaban después de una temporada extenuante en lo físico pero también en lo mental.

Y ese mantra del inicio del torneo de que la selección no enganchaba ha acabado con una subida de autoestima y con la convicción de que este equipo merece la pena y hay que seguir viéndolo crecer de cerca porque huele a aventuras emocionantes. Que son jugadores que hablan de fútbol, sienten el fútbol, se conjuran a partir del fútbol, en unos tiempos donde parece que el talento viene asociado al número de seguidores en redes sociales y no a las capacidades de jugar bien, más que bien, excelentemente a ese juego de equipo maravilloso que es el fútbol.

Siempre se dice que las grandes competiciones son el punto final a los proyectos de selección, pero esta vez la selección de Luis Enrique nos habla de presente y, sobre todo, de futuro. Le cojo prestada la frase con la que cerraba su crónica Santiago Segurola un 23 de junio de 1996: “Una noche en Wembley… Así comenzarán las historias”.

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