Cuando el ciclismo colombiano gana por goleada al fútbol
Los campeones ciclistas colombianos son los ídolos que generan alegría, esperanza y unión del pueblo, no el enfrentamiento y la violencia asociados con sus futbolistas
Con Egan Bernal de rosa el Giro recorre el confín nororiental de la península y roza Trieste, donde Joyce dejó su alma, donde Nairo ganó el Giro del 14, a donde, en 1946, en el primer Giro tras la guerra, Giordano Cottur se empeñó en llegar pese a que partisanos yugoslavos bloqueaban la carretera reclamando la ciudad para su patria. Cottur llegó a Trieste y en bicicleta proclamó su italianidad entre las aclamaciones de los ciudadanos, tan felices quizás como aquellos habitante...
Con Egan Bernal de rosa el Giro recorre el confín nororiental de la península y roza Trieste, donde Joyce dejó su alma, donde Nairo ganó el Giro del 14, a donde, en 1946, en el primer Giro tras la guerra, Giordano Cottur se empeñó en llegar pese a que partisanos yugoslavos bloqueaban la carretera reclamando la ciudad para su patria. Cottur llegó a Trieste y en bicicleta proclamó su italianidad entre las aclamaciones de los ciudadanos, tan felices quizás como aquellos habitantes de Manizales que aclamaron y pasearon a hombros como a un torero en triunfo a Efraín Forero, quien ascendiendo, y descendiendo, el tremendo Alto de Letras en bicicleta, había probado en octubre de 1950 que se podía hacer una Vuelta ciclista a una Colombia desgarrada entonces en una auténtica guerra civil entre liberales y conservadores. “No se daban condiciones para una carrera nacional, y sin embargo, hubo carrera”, cuenta Matt Rendell en su magnífico libro Colombia es pasión. “Esta paradoja histórica refleja tanto el país de sorpresas que es Colombia como el lugar que el ciclismo ocupa en su alma”, añade.
Forero ganó, claro, la primera Vuelta a Colombia, que comenzó en Bogotá el 5 de enero de 1951, y a su paso se congregaban multitudes que, de repente, cobraban conciencia de que formaban parte de una unidad nacional, de que estaban, entre todos, creando una identidad nacional, de que había algo más allá de las montañas que rodeaban sus pueblos. El ciclismo ha convertido a la bicicleta, la herramienta básica de movilidad de la comunidad campesina, en objeto de lujo, deseado y exhibido por las clases más pudientes, y ha hecho de un campesino hijo de campesinos boyacenses, Nairo Quintana, un dios venerado que se sube al podio de la Vuelta a España que gana, en septiembre de 2015, y proclama la bondad del proceso de paz del presidente Santos.
Y haciéndole eco, desde la Italia que conquista de rosa, Egan Bernal, de Zipaquirá, en el altiplano de Cundinamarca, como Forero, recuerda casi diariamente que no olvida el conflicto social que cumple ya tres semanas en Colombia pero que no quiere hablar de ellos, que para él la mejor forma de contribuir a su fin es la victoria, da alegrías a la gente de Colombia, darle esperanza. Y las noticias de sus hazañas en las montañas italianas, de los Abruzos a los Alpes, compiten con los paros para ocupar el espacio en las primeras de los periódicos.
No son Nairo ni Egan los únicos que saliendo de su Colombia a triunfar en Europa hacen que los colombianos se sientan de vez en cuando orgullosos de serlo. Antes abrieron camino otros hijos del pueblo, como Cochise Rodríguez, el primer colombiano que triunfó en Italia, ganó etapas del Giro y batió el récord de la hora; como Lucho Herrera, que ganó la Vuelta de 1987; como Fabio Parra, podio en el Tour del 88; como Santiago Botero, campeón del mundo contrarreloj, y entre todos han creado una tradición cultural única en Latinoamérica, y un sentido de pertenencia colectiva. Y cuando las FARC secuestraron a Lucho en marzo de 2000 se alzó toda la sociedad contra los guerrilleros, y fue tal el movimiento que el Jardinerito de Fusagasugá fue liberado en apenas 24 horas al aceptar las FARC la primera oferta económica, 4.000 millones de pesos colombianos, de la familia del ciclista.
Es tanta la fuerza, y la calidad, y su enraizamiento en la cultura popular, de su ciclismo, que Colombia es quizás el primer país del mundo en el que el fútbol, su selección, pena para competir en popularidad con él. No solo es una selección con una larga serie de fracasos a sus espaldas, sino que allí donde el ciclismo une a los que si no, no tendrían nada de qué conversar, el fútbol enfrenta, genera violencia, bronca, conflicto. Fracasa en el Mundial de Estados Unidos, adonde había acudido tras el 0-5 de Buenos Aires convencida de que saldría campeona del mundo, y pocos días después de su eliminación rápida se asesina a Andrés Escobar, el defensa que cometió el delito de marcar un gol en propia puerta. Tiene suerte el fútbol, de que el ciclismo esté al quite. Pierde Colombia la organización del Mundial 86 y al año siguiente Lucho gana la Vuelta a España, y ocho años después organiza un Mundial de ciclismo para Indurain, Olano y Pantani. Pierde la Copa América porque el país, en medio de la violencia y brutalidad policial-militar, no puede asegurar el buen desarrollo de un torneo, mientras Egan, el nuevo Zipa indomable, demuestra en Italia que el ciclismo colombiano no tiene fronteras ni límites.