Las tripas del ciclismo a toda pantalla en Netflix
Se estrena la segunda temporada de ‘El día menos pensado’, serie documental sobre el interior del Movistar durante 2020
No hay aficionado más voyeur, salvando lo obvio, que el aficionado al ciclismo, pues no hay deporte que enseñe por la tele más superficie y menos intríngulis y en el que más distancia haya entre comunicados oficiales y realidad sufrida. No hay deporte en el que más cosas pasen imperceptiblemente ni hay otro, quizás, en el que las tripas feas y malolientes puedan ser más atractivas incluso que la propia belleza del atleta pedaleando, y no hay patrón como Telefónica ni equipo como el Movistar de Valverde y Mas más dispuesto...
No hay aficionado más voyeur, salvando lo obvio, que el aficionado al ciclismo, pues no hay deporte que enseñe por la tele más superficie y menos intríngulis y en el que más distancia haya entre comunicados oficiales y realidad sufrida. No hay deporte en el que más cosas pasen imperceptiblemente ni hay otro, quizás, en el que las tripas feas y malolientes puedan ser más atractivas incluso que la propia belleza del atleta pedaleando, y no hay patrón como Telefónica ni equipo como el Movistar de Valverde y Mas más dispuestos a satisfacer a mirones y aficionados a la tripería desnudándose en público. Lo mostró el año pasado con la serie documental El día menos pensado, cuya segunda temporada, seis capítulos de 25 minutos también dirigidos por José Larraza y Marc Pons, se estrena en Netflix again.
Lejos de ellos la tentación de la visión edulcorada y glamorosa, las facilidad épica tan publicitaria. Lejos el pecado de la autocensura de Adolfo García, el camarógrafo que pasa más días encastrado en el equipo que quizás muchos de sus corredores y goza de acceso directo a los lugares en los que todo se cocina, los coches, el autobús, la mesa de la cena y el desayuno. Su cámara y su micrófono viola la intimidad, desacraliza, el vestuario del equipo, lugar que no hay deportista, técnico, masajista, utilero, de cualquier deporte que no lo considere un santuario del que nada debe salir, ni un ruido. Y del vestuario del Movistar surgen discusiones menores que en el calor de la carrera parecen descomunales, críticas entre compañeros, desavenencias entre los técnicos magnificadas. Asuntos que, habitualmente, duran lo que duran, nada, y aquí reviven.
Se trata de enseñar las tripas y los responsables del documental proceden como el matarife que después de desangrar al cochino y quemarle las cerdas de la piel lo cuelga y lo abre en canal, y de su interior salen a las vista humeantes todos los órganos del bicho, y Eusebio Unzue, el mánager deportivo del equipo, confiesa que no es nada agradable enseñar las tripas, pero que el hacerlo forma parte del compromiso del equipo. En él, y en todo su equipo, permanece, de todas maneras, la duda fundada de que el espectador se recreará en el morbo de las situaciones, y devolverá a la actualidad polémicas pasadas como la de la etapa de la Vuelta en La Covatilla, las críticas al material mecánico nuevo o los ires y venires de Marc Soler del Giro al Tour y vuelta, más que gratificarse y enriquecerse moralmente con las desventuras de los frágiles ciclistas enfrentados a tareas superiores a sus medios y a sus miedos, seres para quienes un segundo de gozar suele llegar solo después de 100 horas de penar.
De entre las tripas, como si el bicho las hubiera tragado y se quedaran allí alojadas, sin digerir, surgen pepitas brillantes, humanas. Es la autocrítica de Enric Mas, quien se confiesa borde y autoexigente, posee una cabeza en la que solo vive la duda que nunca resuelve y lamenta no haber podido ganar una etapa o acabar en el podio del Tour (quedó quinto), y agradece los cuidados a un Alejandro Valverde que peca de falta de confianza y de miedo, que no se siente el ganador de siempre, que necesita siempre a alguien que le diga, venga, que tú puedes; es el lamento de Marc Soler, a quien el director Pablo Lastras rescata del coche escoba en una etapa de los Pirineos del Tour haciéndole agarrar repetidamente bidones del coche, que le arrastran hasta la grupeta, y el catalán, que se había caído el primer día y arrastraba dolores por todo el cuerpo, confiesa: “Aquí estoy, cogiendo bidones para sobrevivir, me da rabia”. Es el homenaje a los gregarios, generosos, duros aunque también frágiles, es José Joaquín Rojas, que se cae varias veces y vendado como una momia se niega a retirarse, a dejar de ser el salvavidas de todos sus compañeros, a abrirles paso, a protegerlos; es el gran Imanol Erviti, a quien su madre le dice, “hijo mío, contigo hay que poner la tele pronto para poder verte. Si me descuido, ya no estás”.
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