Aperitivos
Los movimientos ofensivos de los equipos de Guardiola se inician con una mariposa batiendo las alas en el Amazona
La grandeza de un partido se puede medir, entre otras cosas, por la cantidad de aperitivos desplegados para su disfrute. Los hay de bolsa de pipas y gracias, como la mayoría de los que se disputan en la fase de grupos de la Liga de Campeones, y los hay de nécoras, mejillones, empanada de zamburiñas y algo de fruta para desengrasar, como el que jugaron PSG y Manchester City. “Partido de ricos”, se indignaban algunos en la previa. Son los mismos que, hasta hace cuatro días, trampeaban el espíritu na...
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La grandeza de un partido se puede medir, entre otras cosas, por la cantidad de aperitivos desplegados para su disfrute. Los hay de bolsa de pipas y gracias, como la mayoría de los que se disputan en la fase de grupos de la Liga de Campeones, y los hay de nécoras, mejillones, empanada de zamburiñas y algo de fruta para desengrasar, como el que jugaron PSG y Manchester City. “Partido de ricos”, se indignaban algunos en la previa. Son los mismos que, hasta hace cuatro días, trampeaban el espíritu navideño sentando un pobre a la mesa, como en Plácido, lo que en lenguaje futbolístico se traduce en fichar lo que te apetece y esperar que el club vendedor, encima, te dé las gracias: ahí están las hemerotecas para quienes no priorizan una mínima cantidad de fósforo en su dieta.
Ver a mi padre ir y venir de la cocina al salón, con dos o tres platos en la mano cada vez, me recordó a los tiempos en que yo ejercía de anfitrión y mis amigos se pasaban por casa para ver los grandes partidos de cada temporada. El Barça de Guardiola le dio mucho al fútbol, pero a mí me dejó tieso en lo económico y con la mitad de las firmas necesarias estampadas sobre un acuerdo de divorcio: daños colaterales de la felicidad sobrevenida. Pero más allá de gustos o colores, lo cierto es que cuesta mucho no contagiarse de la pasión que el catalán le pone al negocio, un poco como cuando uno ve Mad Men por primera vez y siente unas ganas irrefrenables de comenzar a fumar. Y no un tabaco cualquiera, no: Lucky Strike, como Don Draper y Roger Sterling.
El otro Sterling, Raheem, se quedó ayer en el banquillo porque a su entrenador le gusta atacar sin apenas atacantes, al menos en el sentido estricto del concepto. Los movimientos ofensivos de los equipos de Guardiola se inician con una mariposa batiendo las alas en el Amazona. O en Ortigueira, dependiendo del rival y del partido. “No entiendo cómo puede ser que no jueguen Gabriel Jesús o Agüero”, decía un comentarista de radio durante el mismo. Lo que nos faltaba: ya no basta con disfrutar el manoseo táctico del catalán, ahora también queremos comprenderlo. Lo que tenía enfrente, un portaaviones poderoso con Neymar, Mbappé y Di María en el castillo de proa, apenas rondó el área de Ederson en toda la segunda parte y eso, se mire como se mire, es una anomalía que solo se explica admitiendo que casi nunca entendemos nada.
“Queda media empanada en la cocina”, dijo mi padre nada más terminar el partido. A su manera, comprende a Guardiola mejor que muchos de sus críticos, empeñados en empequeñecer rivales e inventar remiendos en lugar de disfrutar la obra. También la naturaleza del fútbol y las celebraciones. “Ojo con la fiesta anticipada, que te la quitan de los fuciños”, advertía en su día Arsenio Iglesias a la parroquia coruñesa. El eco de sus palabras es, a esta hora, una mariposa batiendo sus alas en el Orzán que puede catapultar al Manchester City hasta la final de Estambul y la constatación, más o menos científica, de que los aperitivos no son ni más ni menos que eso: aperitivos.
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