Una rivalidad atípica
Ambos equipos protagonizan este sábado una final de Copa inédita y apasionante entre vecinos sin grandes enfrentamientos
En diciembre de 2010, la Comisión Estatal contra la Violencia declaró el partido de Liga entre la Real Sociedad y el Athletic como de alto riesgo. Tanto en Bilbao como en San Sebastián la decisión de los funcionarios del Consejo Superior de Deportes causó asombro. Las relaciones entre ambos clubes eran correctas, no había ninguna sombra de duda sobre el comportamiento de las aficiones.
Resultaba evidente que ninguna de las personas que tomó aquella decisión conocía de primera mano cómo s...
En diciembre de 2010, la Comisión Estatal contra la Violencia declaró el partido de Liga entre la Real Sociedad y el Athletic como de alto riesgo. Tanto en Bilbao como en San Sebastián la decisión de los funcionarios del Consejo Superior de Deportes causó asombro. Las relaciones entre ambos clubes eran correctas, no había ninguna sombra de duda sobre el comportamiento de las aficiones.
Resultaba evidente que ninguna de las personas que tomó aquella decisión conocía de primera mano cómo se desarrolla en las calles de la ciudad que acoge el partido y en las gradas de su estadio, la rivalidad entre las aficiones, que tiene mucho de fiesta y muy poco, por no decir nada, de violencia.
Las batallas campales que preceden o se producen después de otros choques de rivalidad en cualquier otra parte del mundo, incluido el resto de España, poco tienen que ver con lo que se siente en un derbi vasco, donde las aficiones comparten grada o aceptan con deportividad las burlas del ganador, sea quien sea. La final de Copa entre el Athletic y la Real Sociedad (Telecinco, 21.30) se mueve entre el temor a ser humillado durante meses por el familiar, el amigo o el compañero de trabajo, y la ilusión por mirar con aire de superioridad al cuñado, al jefe o al médico de familia que viste los colores equivocados. Todo hasta el siguiente derbi. No pasa de ahí la relación amor-odio entre el Athletic y la Real, por mucho que las redes sociales y algunos medios de comunicación hayan intentado abrir alguna brecha por otros caminos más tortuosos.
La rivalidad existió siempre. Ya en 1910, las crónicas hablaban de un partido en el que hubo incidentes y ruidosas protestas del público que lanzó algunas piedras. El año anterior se había producido una fuerte bronca en otro choque. El Athletic se fue del campo pero “atendiendo a algunas indicaciones”, regresó. El Heraldo de Madrid tituló su crónica “San Sebastián contra Bilbao”.
En 1911 hubo más. El campeonato se jugaba en Getxo, en Jolaseta, y poco antes de comenzar llegó la sorpresa de la Real Sociedad en forma de carta: “Habiendo oído en boca de muchas personas que nuestra sociedad venía dispuesta a deslucir el campeonato y sembrar cizaña, decidimos retirarnos, decisión que mereció plácemenes de todo San Sebastián”. En 1915, la Real Sociedad exigió, para jugar en San Mamés, que se acabaran las “campañas de prensa” contra su equipo.
En 1916, la alineación de Sansinenea, jugador de la Real, montó otra polémica ya que obligó a que se repitiera un partido. Durante dos meses hubo disputa por buscar campo, hasta que el Gobernador Civil de Gipuzkoa lo suspendió, “ante el temor de que pudiera producirse una perturbación del orden”.
Los incidentes entre Athletic y Real, frecuentes antes de 1920, se apaciguaron hasta desaparecer en las décadas siguientes. Que el Athletic fuera uno de los poderosos del fútbol español durante años y la Real Sociedad un equipo secundario, propició la paz. En los años ochenta, cuando ambos dominaron la Liga, los futbolistas de ambos equipos solían concertar cenas conjuntas a mitad de camino entre Bilbao y San Sebastián. Cuando en 1982, la Real se jugó el título en la última jornada frente al Athletic, los bilbaínos no opusieron demasiada resistencia. Ocurrió al revés dos años más tarde.
Las relaciones se agriaron con la fuga de Joseba Etxeberria de la Real al Athletic; por el fichaje de Zubiaurre, con contrato en vigor por la Real, en un caso que acabó en un juicio, y hace dos años por la marcha de Iñigo Martínez, que pagó su cláusula de 32 millones de euros. Sin embargo, las polémicas en los despachos no trascendieron casi nunca a la grada. Se produjeron varias rupturas de relaciones institucionales, pero las aficiones se siguieron mezclando como siempre por las calles. Nunca hubo una situación de alto riesgo. Lo hubieran hecho en Sevilla. Solo la pandemia lo impidió.
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