La Juventus y la conquista de lo inútil
El club era una máquina de ganar campeonatos y llegó a dos finales de Champions, pero se fijó un nuevo destino estético que lo ha hecho embarrancar en la cima de sus últimas hazañas
El atasco estos días del mercante Ever Given en el canal de Suez recuerda a aquella historia de Brian Sweeney Fitzgerald. Un comerciante de caucho apasionado de la ópera que se propuso construir un teatro en la selva de Iquitos para que la voz de su adorado Enrico Caruso resonase entre los árboles. Necesitaba dinero. Y antes quiso transportar un enorme barco de vapor de 320 toneladas por la montaña arrastrado por cientos de indígenas. La odisea, que el cineasta Werner Herzog tituló Fitzcarraldo (1982), consistía en llevar la nave de una sola pieza para que pudiese surcar un aflue...
El atasco estos días del mercante Ever Given en el canal de Suez recuerda a aquella historia de Brian Sweeney Fitzgerald. Un comerciante de caucho apasionado de la ópera que se propuso construir un teatro en la selva de Iquitos para que la voz de su adorado Enrico Caruso resonase entre los árboles. Necesitaba dinero. Y antes quiso transportar un enorme barco de vapor de 320 toneladas por la montaña arrastrado por cientos de indígenas. La odisea, que el cineasta Werner Herzog tituló Fitzcarraldo (1982), consistía en llevar la nave de una sola pieza para que pudiese surcar un afluente del Amazonas rico en caucho. El rodaje fue un calvario casi idéntico al de la historia original. Algunos jívaros se prestaron incluso a asesinar al protagonista, Klaus Kinski, completamente enajenado. Herzog, como relata irónicamente en el documental Mi enemigo íntimo (1999), lo rechazó por mera planificación. La historia de aquel maravilloso despropósito quedó impresa en el libro Conquista de lo inútil, del propio Herzog (Blackie Books, 2010), crónica de un naufragio en la cima de una montaña. Una metáfora estupenda para toda gran empresa estética.
La Juventus de Andrea Agnelli, aburrida de su propia navegación (9 scudetti consecutivos), lleva varias temporadas intentando cruzar una enorme montaña con el barco de su historia en volandas. Ganar la Serie A no bastaba. Jugar como a la italiana, tampoco. Obsesionado con la belleza y con la figura de Guardiola, trató de fabricarlo al modo juventino y convocó a la caseta al último gran mito que dirigió su centro del campo. Pero Andrea Pirlo se ha embarcado en un cambio de paradigma en el que nada encaja y donde personajes como el centrocampista Arthur (llegado del Barça en un cambalache financiero), muestran nítidamente el desajuste del equipo: la semana pasada dio un pase terrible en su área que le costó a la Juve el partido contra el Benevento (quinto por la cola) y la humillación en una temporada ya perdida.
La Juve ha ganado nueve scudetti seguidos, ver cómo se esfuma el décimo tampoco debería ser un drama. El problema es el aroma a decadencia. Y el momento: febrero, a diez jornadas todavía del final. El Inter, si ningún descalabro cambia su rumbo, será el vencedor de la Serie A este año (le lleva 6 puntos y un partido menos al Milan). También podría desdramatizarse fácilmente no ganar la Champions (no sucede desde 1995-96), pero caer en octavos con el Oporto es una anomalía para los turineses. El club ha cometido muchos errores. Se ha gastado 200 millones inútiles solo en esta temporada y siguen sin un delantero puro, un director de orquesta o un lateral izquierdo que dé descanso a Alex Sandro.
El naufragio lo representa mejor que nadie Cristiano Ronaldo. Un jugador de 36 años que le cuesta un dineral a la Juventus y que se ha borrado de todos los partidos importantes. Contra el Oporto fue la primera vez que no marcó en una eliminatoria de Champions y un error suyo le costó la salida del campeonato. Luego fue a curarse la herida el fin de semana siguiente con tres goles y una agresión al portero con un colista como el Cagliari. Las portadas en Turín ya muestran las dudas y Mendes empieza a moverse.
La Juventus (36 títulos de liga y dos Champions) ha entregado el mando de la expedición a un mito. Y la emotividad y el afecto a hacia Pirlo han desatado un principio de ceguera que conduce irremediablemente hacia la culminación de esa conquista de lo inútil -que siempre tiene que ver con una cierta idea de belleza- en la que lleva embarcado Andrea Agnelli ya algunos años. La afición y el club están ahora ante un monumento, Pirlo no es Maurizio Sarri, a quien despreciaron porque iba en chándal al banquillo, fumaba y blasfemaba en las ruedas de prensa (aunque llevase 10 puntos más a estas alturas).
El conflicto es enorme y lo resume casi todo: una visión propia de la historia contra la exigencia de los resultados. El club despidió a los dos últimos entrenadores atormentado por una idea estética de un nuevo destino y los resultados, en el campo y en las hojas de Excel, son ahora un calvario. Como le sucedió a Fitzcarraldo antes de alcanzar la cuenca del Amazonas para construir su gran ópera, Agnelli consume estos días prestigio y dinero en empresas sin demasiado futuro. Un barco, en suma, varado en la cima de sus últimas hazañas.
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