Columna

Los recogepelotas, nuestro último reducto

Viendo cómo van las cosas en el tenis y en tantos ámbitos, uno empieza a temer que aparezca un iluminado que tome la determinación de que profesionalicemos también la labor de los niños

Nadal y la recogepelotas, el día después del pelotazo.FIONA HAMILTON (EFE)

Recuerdo la ilusión con la que esperábamos la celebración del emblemático Trofeo Conde de Godó todos los jóvenes que entrenábamos en el Tenis Club Barcelona a finales de los años 70. Teníamos 17 o 18 años y después de anticipar durante meses la llegada de nuestros admirados tenistas, teníamos la posibilidad, junto con otros chavales de clubes cercanos, no solo de verlos de cerca, sino también de hacer de líneas en sus partidos.

Aparte de intentar no perderme detalle de sus golpes intentaba cumplir con cierta solemnidad juvenil mi importante cometido, indicar si la bola era in o...

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Recuerdo la ilusión con la que esperábamos la celebración del emblemático Trofeo Conde de Godó todos los jóvenes que entrenábamos en el Tenis Club Barcelona a finales de los años 70. Teníamos 17 o 18 años y después de anticipar durante meses la llegada de nuestros admirados tenistas, teníamos la posibilidad, junto con otros chavales de clubes cercanos, no solo de verlos de cerca, sino también de hacer de líneas en sus partidos.

Aparte de intentar no perderme detalle de sus golpes intentaba cumplir con cierta solemnidad juvenil mi importante cometido, indicar si la bola era in o out, en partidos de Manolo Orantes, Guillermo Vilas o Ivan Lendl. Justo por detrás de la responsabilidad del juez de silla, estaba nuestro dictamen y el sentimiento, además, de ser unos privilegiados y de estar recogiendo un premio por nuestros entrenamientos diarios a lo largo del resto del año.

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Actualmente todo esto ha pasado a mejor vida con la creciente profesionalización del deporte. Aquellos jóvenes aspirantes a jugadores han sido sustituidos en los últimos años por adultos expertos en dictaminar si una bola ha ido dentro o fuera de la pista. Es frecuente, fíjense si quieren, ver a un línea cantando bolas en el US Open y posteriormente verlo de nuevo en el Open de Australia o en Roland Garros. No deja de ser curioso que para llevar a cabo el sencillo trabajo de ver dónde cae la bola (solo hay que estar atentos y no tener problemas de visión) debamos trasladar de Nueva York, a Melbourne y luego a París o Londres a los líneas. Es difícil encontrarle una justificación.

El único reducto que queda de aquel tenis menos profesionalizado de mis nostálgicos recuerdos son los recogepelotas, chavales más jovencitos que entrenan para ser tenistas, a los que se dan unas instrucciones previas para recoger las bolas y a dar la toalla a los jugadores en los descansos. Ellos son los únicos que pueden seguir esperando con cierto anhelo su premio, su momento cerca de sus tenistas admirados, la personificación del sueño que la mayoría de ellos persigue durante todo el año cuando se preparan a diario en sus respectivos clubes.

Estos últimos días, se ha hablado de la anécdota ocurrida en el penúltimo partido de Rafael, en el que una jovencita y simpática recogepelotas encajaba con una sonrisa un pelotazo de mi sobrino. La niña se llevó, aparte del tremendo golpe, una historieta para comentar con sus compañeros, el hecho de que Rafael se acercara con normal preocupación (lo que entiendo que habría hecho cualquiera) para saber cómo se encontraba.

Viendo cómo van las cosas en el tenis y en tantos ámbitos distintos, uno empieza a temer que aparezca un iluminado que tome la determinación de que ya va siendo hora de que profesionalicemos también la labor de los recogepelotas. El día que alguien de Singapur deba trasladarse a Toronto para recuperar las bolas en la pista y tirárselas al jugador, no solo incurriremos en otro sinsentido sino que impediremos la convivencia de unos niños con los ídolos a los que quieren emular.

Sería una pena, aunque de vez en cuando, alguno se exponga a recibir un pelotazo.

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