Anna Cruz: “No veía la luz y quiero ser feliz jugando”
La internacional española y campeona de la WNBA explica su precipitada salida del Araski por motivos emocionales: “No sé cuánto baloncesto me queda, tenía que reaccionar”
El pasado mes de julio Anna Cruz dejó atrás siete temporadas de periplo emigrante en Rusia, Estados Unidos y Turquía y decidió volver a la liga española por una “necesidad física y mental”. La jugadora barcelonesa, de 34 años, se convirtió en el fichaje estrella del Araski de Madelen Urieta. En Vitoria buscaba un entorno y un proyecto que le permitiera consolidar su reco...
El pasado mes de julio Anna Cruz dejó atrás siete temporadas de periplo emigrante en Rusia, Estados Unidos y Turquía y decidió volver a la liga española por una “necesidad física y mental”. La jugadora barcelonesa, de 34 años, se convirtió en el fichaje estrella del Araski de Madelen Urieta. En Vitoria buscaba un entorno y un proyecto que le permitiera consolidar su reconstrucción anímica y deportiva tras ocho meses de convalecencia —después de someterse en enero a su segunda intervención quirúrgica en la rodilla derecha—. Sin embargo, la realidad no respondió a las expectativas y el domingo, en un escueto comunicado, el club vasco anunció la rescisión del contrato con la internacional española. Una decisión chocante, tomada por consenso —”yo di el primer paso y el club estuvo de acuerdo”—, que Cruz explica desde lo emocional y sin buscar reproches. “La rodilla ya está bien y me mataba la sensación de estar desaprovechando el momento. No veía la luz, no fluía, estaba bloqueada y tenía que reaccionar. No sé cuánto baloncesto me queda en el cuerpo, pero no quería seguir así ni acabar así. Quiero tener buenas sensaciones en la pista. Quiero ser feliz jugando”, cuenta en su particular psicoanálisis con EL PAÍS la segunda jugadora española tras Amaya Valdemoro en conquistar un anillo de la WNBA (en 2015 con Minnesota Lynx).
“No soy de hacer las maletas a mitad de temporada, me gusta acabar lo que empiezo, estar comprometida con el equipo y con el club”, prosigue Cruz. “Pero si ves que la situación influye en tu felicidad hay que tomar decisiones. Lo sencillo hubiese sido aguantar y alargarlo. Quizá hace 10 años no hubiese hecho esto. Ahora, con todo lo que he vivido y viendo la situación en la que estamos, ya no es necesario aguantar hasta ciertos límites”, analiza la escolta, ganadora de ocho medallas en nueve torneos con la selección española. Su decisión remite, por excepcional, a la que tomó en mayo Marta Xargay —que, con 29 años, anunció su retirada momentánea de las pistas para “tomar aire”—. “El núcleo de la selección somos especiales hasta en la manera de ver y afrontar la vida”, confiesa Cruz. Sin embargo, en su caso la voluntad no es alejarse del baloncesto sino disfrutar plenamente de él. “Le he dicho a mi representante que me deje unos días tranquila porque ha sido una decisión dolorosa y frustrante. Pero me encuentro bien físicamente, la rodilla está respondiendo y no quiero colgar las botas. No quiero hacer un parón demasiado largo”, detalla la exjugadora de Araski, de vuelta a su Barcelona natal. “Me gustaría estar cerca de casa porque ya he vivido mucho tiempo fuera, pero no descarto irme de nuevo al extranjero si llega algún proyecto que me motive”, añade.
Cruz es licenciada en Comunicación Audiovisual, tiene un máster en periodismo deportivo, está en el segundo nivel del curso de entrenadores, y ha iniciado estudios de dirección comercial y márketing. Un currículo formativo forjado en gran parte en sus días de frío y soledad en Rusia. Entre 2013 y 2019 pasó tres años en Oremburgo y otros tres en Kursk, a 1.000 y 500 kilómetros de Moscú, respectivamente —”no sé ni cómo aguanté tanto allí”, masculla siempre—, y, tras un improductivo paso por el Fenerbahçe, interrumpido abruptamente por la lesión de rodilla, se sumó a la repatriación que en estos años han emprendido todas las internacionales salvo Alba Torrens y Astou Ndour. Buscaba cambiar el camino baqueteado por aquellas sensaciones de sus primeros años de profesional, “cuando la partía en el Rivas Ecópolis”. “Pero en Araski no he conseguido sentirme yo misma. No tenía sentido seguir forzando la situación y tampoco merece buscar culpables. Es como una ruptura de pareja”, sentencia, antes de rematar sus explicaciones. “Igual me generé unas expectativas y un cuento feliz que no se ha podido cumplir. La dinámica del equipo no es la que todo el mundo esperaba [11º en la clasificación con solo 4 triunfos en 13 partidos]. Ojalá mi salida sirva de revulsivo”, incide. Cruz no mira a medio plazo. Tampoco al horizonte del próximo verano, cuando la selección afrontará el Eurobasket y los Juegos de forma consecutiva.
El repaso a su salida de Vitoria marca el boceto de sus deseos de futuro inmediato. “He jugado 20 minutos de media y no exijo jugar 40, me parecen suficientes. No es la cantidad sino la calidad. Ni yo he sabido adaptarme al estilo del equipo ni ellos han sabido sacar lo mejor de mí. No busco una Anna Cruz que meta 40 puntos y dé 10 asistencias porque esa no ha existido nunca. Quiero sentirme a gusto y con la confianza plena de todos”, recalca. “No busco que me entiendan, pero no ha sido un gesto de rebeldía. No sé si encontraré lo que deseo, pero todo el mundo se merece ser feliz”, subraya de regreso a casa. “De momento, voy a entrenar por mi cuenta. Tengo los medios para prepararme bien. No voy a hacer gimnasia de mantenimiento. Y lo que tenga que venir, vendrá. Estoy abierta a todo”, remata antes de proyectar el particular carpe diem que la ha llevado a hacer mudanza de nuevo en busca de la felicidad. “Hay que vivir el aquí y el ahora. Lo que nos ha enseñado todo esto es que no hay que planear nada. La vida son dos días y si ya has perdido uno y medio te queda medio para intentar ser feliz”, cierra.