La catarsis de Azarenka

La bielorrusa, exnúmero uno hace siete años y que medita en la pista, resurge tras plantearse la retirada y afronta en la final a Osaka al tumbar a Williams: “Perder mucho es lo mejor que me ha podido pasar”

Azarenka medita durante el partido contra Serena en la pista central de Nueva York.Seth Wenig (AP)

Aunque enfrente viene un tornado que la atrapa y la sacude durante un set en el que a su cuerpo le ha costado escapar del agarrotamiento, Victoria Azarenka sonríe, se anima, relativiza. Ni rastro de tensión, o al menos no más de la necesaria. Serena Williams le ha vapuleado durante algo más de media hora y la semifinal parece ir encaminada hacia un solo destino, hasta que poco a poco, puntada a puntada, la bielorrusa va transformando la dinámica del duelo y es la estadounidense la que no puede seguir el ritmo, se...

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Aunque enfrente viene un tornado que la atrapa y la sacude durante un set en el que a su cuerpo le ha costado escapar del agarrotamiento, Victoria Azarenka sonríe, se anima, relativiza. Ni rastro de tensión, o al menos no más de la necesaria. Serena Williams le ha vapuleado durante algo más de media hora y la semifinal parece ir encaminada hacia un solo destino, hasta que poco a poco, puntada a puntada, la bielorrusa va transformando la dinámica del duelo y es la estadounidense la que no puede seguir el ritmo, se ahoga y aprovecha una pausa médica por un dolor en el tobillo para coger el aire que le falta.

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En ese instante, la realización televisiva enfoca de manera oportuna a Victoria Azarenka, que ya ha igualado el partido y sigue peloteando como Muhammad Ali revoloteaba sobre el otro púgil: pim-pam, pim-pam. Cadencia, golpes sofisticados, certeros, aparentemente livianos pero en el fondo demoledores. Ko técnico. La bielorrusa, con las piernas entrecruzadas sobre la silla y con los ojos cerrados, medita los siete u ocho minutos que dura la interrupción, como si allí no pasara nada y en lugar de estar en la Arthur Ashe, jugándose el acceso a la final de un grande siete años después, estuviera en lo alto de un acantilado y divisando el mar, purificándose.

Y algo de esto tiene su historia, que arranca con una ascensión abrupta cuando era una veinteañera -dos Open de Australia, 2012 y 2013, y la defensa del número uno durante 51 semanas- y se adentra luego en pasajes de sombras, descenso y decepciones. “He pensado en la retirada varias veces”, decía después de remontar (1-6, 6-3 y 6-3) y desembarcar en la final femenina del sábado (22.00, Eurosport); “en enero no sabía si volvería a jugar, pero finalmente decidí intentarlo por última vez”. Continuó, una última bala, y ahora la catarsis.

Llega esta tras dos cursos oscuros, de resultados discretos y salpicados de lesiones. Sin continuidad —17 triunfos y 12 derrotas en 2018, y 22-18 el año pasado—, todo comenzó a cambiar cuando contactó, precisamente, con el entrenador de Serena, el francés Patrick Mouratoglou. El reconocido técnico diseñó una innovadora pretemporada en noviembre en Boca Ratón, al sur de Florida, y la invitó. Entonces, Azarenka hizo un reset. Por recomendación del galo incorporó un técnico desconocido, Dorian Descloix, y al preparador físico Francis Bougy.

La teoría de la Neutralidad

A partir de ahí, su recrecimiento fue exponencial. Compitió únicamente en Monterrey y Lexington, pero su evolución física y anímica se disparó. Hasta hoy. “Perder muchos partidos fue lo mejor que me pudo pasar”, comentó. “Cuando te conviertes en la número uno puedes llegar a creerte que eres invencible y la mejor, pero no es cierto. Tu ego empieza a crecer y ahí puedes hacerte daño”, prosiguió.

“Y en lugar de echar abajo mi ego, yo intenté aprender y darme cuenta de las cosas, que por ser una tenista no eres mejor que nadie y sigues siendo humana. Lo mejor que puedes hacer es intentar ser la mejor versión de ti misma y mejorar. Y no hablo de mejorar como jugadora, sino como persona. Lo hago por mí, por mi hijo”, prolongó. Cita la Azarenka madre a su hijo Leo, por cuya custodia litigó durante dos largos años con su expareja, en un tira y afloja desagradable que terminó pasándole factura personal y profesional.

Sin embargo, la intervención de Mouratoglou y el volantazo de Boca Ratón han devuelto a una formidable jugadora que juega con alegría y sin complejos. Preguntada por su actitud y la constante buena disposición, incluso cuando Serena le había dado la tunda inicial, Azarenka, que desde hace un tiempo ha recurrido al concepto psicoanalítico de la Neutralidad, expresó: “No es positivismo lo que me lleva a estar más serena en la pista, sino el tener una mentalidad neutral, tener el pensamiento en lo que estás haciendo y persistir. Es un trabajo difícil y constante, pero siento que he aprendido mucho”.

“En la final me divertiré, pero ella [Naomi Osaka, 7-6, 3-6 y 6-3] también es muy poderosa. Las dos buscamos nuestro tercer major. Será divertido”, zanjó con una sonrisa de oreja a oreja la 27ª del mundo, que saldrá de Nueva York entre las quince mejores del circuito y en el cara a cara con la nipona va en desventaja (1-2), aunque la única vez que se retaron sobre rápida salió airosa; “estoy muy orgullosa de mí misma por haber asumido el desafío de perder, darle la vuelta y ser mejor”.

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