El recuerdo de Thiago
El Bayern ha vuelto a ser el Bayern tras haber querido ser el Barça, mientras el Barça sigue siendo un equipo que, alejado de la mano redentora de Messi, todavía no se sabe lo que es
La venta de Thiago al Bayern de Múnich es la historia de una renuncia. De un plumazo –y a cambio de un puñado de millones, todo hay que decirlo– el Barça dimitía formalmente de sí mismo, decidido a reescribir una fórmula del éxito que otros grandes clubes europeos intentaban replicar a la carrera y con todo tipo de matices, incluido el gigante de Baviera. El nuevo paradigma, susurrado al oído de sus dirigentes por voces indescifrables y tenebrosas, mostraba un camino más directo hacia el gol, sin tantos escalones en el centro del campo y con una obsesión principal que ponía al hijo mayor de Ma...
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La venta de Thiago al Bayern de Múnich es la historia de una renuncia. De un plumazo –y a cambio de un puñado de millones, todo hay que decirlo– el Barça dimitía formalmente de sí mismo, decidido a reescribir una fórmula del éxito que otros grandes clubes europeos intentaban replicar a la carrera y con todo tipo de matices, incluido el gigante de Baviera. El nuevo paradigma, susurrado al oído de sus dirigentes por voces indescifrables y tenebrosas, mostraba un camino más directo hacia el gol, sin tantos escalones en el centro del campo y con una obsesión principal que ponía al hijo mayor de Mazinho en el disparadero: el sistema métrico decimal.
De repente, y sin que nadie terminase de comprender el cómo ni el por qué, a los responsables del área técnica del Barça les entró una obsesión insana por reducirlo todo a datos tangibles que iban desde la altura y el peso del futbolista a las distancias recorridas. Y en esas hojas de excel, llenas de estándares estadísticos, siempre salía perjudicado el fútbol de Thiago, su talento innato para el control, el ritmo y la fantasía. El siguiente –y prácticamente el único– jugador de la cantera en instalarse en el primer equipo desde aquel adiós sería Sergi Roberto, un centrocampista de largo recorrido que ha jugado más como lateral que en el mediocampo.
Con su fichaje, el Bayern de Múnich rubricaba el compromiso inicial con una modernidad a la que nunca dejó de mirar con cierta desconfianza. A fin de cuentas, venía de conquistar Europa con las mismas armas de siempre, y la revolución personificada en su nuevo entrenador y su nuevo centrocampista estrella se esperaba con una mezcla de necesidad evolutiva, arrogancia y escepticismo. Si existe un club en el mundo acostumbrado a vivir bajo el acecho constante de sus leyendas, ese el Bayern: un castillo gigantesco en el que los espectros bailan de un puesto a otro convencidos de que el próximo inquilino lo hará peor. Y todo comienza por unos futbolistas que nunca serán capaces de igualar a sus recuerdos. No es de extrañar, por tanto, que cuando su técnico solicitó el fichaje de un extremo como Kevin De Bruyne para acompañar a Thiago en la nueva sala de máquinas alemana, objetaran de conciencia apelando a las viejas fórmulas del éxito para terminar fichando a un escudero: Arturo Vidal.
En el duelo que se avecina en Lisboa se encontrarán dos equipos que debieron ser más de lo que son en los últimos años: uno, empeñado en mirar hacia adelante porque parece molestarle su pasado; el otro, obsesionado en volver siempre atrás porque no se siente cómodo con los nuevos vientos que anuncia el futuro. Es probable que, si ambos se gobernaran desde la esencia, encontrasen en su próximo rival una parte de sí mismos que querrían recuperar, una especie de espejo imperfecto en que reflejarse sin llegar a reconocerse del todo pero intuyendo juventudes pasadas. Será un duelo casi fratricida entre dos equipos que se abrazan más allá del túnel de vestuarios pero con una gran diferencia: el Bayern ha vuelto a ser el Bayern tras haber querido ser el Barça, mientras el Barça sigue siendo un equipo que, alejado de la mano redentora de Messi, todavía no se sabe lo que es. Tampoco quiere esto decir gran cosa. A fin de cuentas, son solo palabras... Y el fútbol suele devorarlas a la misma velocidad que Barça y Bayern trituran sus propios recuerdos, incluido el de Thiago.