El clásico: del error en la cancha al horror en el despacho

El arbitraje falló y debe mejorar, pero es todavía más pernicioso para el baloncesto que se fomente la teoría de la conspiración

Tavares, Taylor, Ayón y Carroll, tras la final.Mariscal (EFE)

El Instant Replay, sistema que esta temporada ha popularizado el fútbol con el sugerente nombre de VAR, se fundió en el WiZink Center con el Gran Hermano periodístico desencadenado por el error arbitral de sancionar como ilegal el tapón de Randolph a Tomic cuando quedaba un segundo para concluir la prórroga de la apasionante final entre el Real Madrid y el Barcelona. Faltaban cámaras para atender todos los frentes y espacio para apostar los micró...

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El Instant Replay, sistema que esta temporada ha popularizado el fútbol con el sugerente nombre de VAR, se fundió en el WiZink Center con el Gran Hermano periodístico desencadenado por el error arbitral de sancionar como ilegal el tapón de Randolph a Tomic cuando quedaba un segundo para concluir la prórroga de la apasionante final entre el Real Madrid y el Barcelona. Faltaban cámaras para atender todos los frentes y espacio para apostar los micrófonos ante tantos representantes del Madrid ansiosos por proclamar a los cuatro vientos el robo del que, según ellos, acababan de ser objeto, allí, en su casa, en una final de Copa, ante más de 13.400 espectadores con mayoría madridista, y, frente a su eterno antagonista, el Barça.

El Real Madrid sacó toda su artillería para reclamar la visibilidad del que se siente profundamente agraviado. Se puede llegar a entender que, en caliente, en el túnel camino del vestuario, Felipe Reyes se expresara a voz en grito: “¡Vaya puto robo, que lo vea todo el mundo. Son dos años seguidos. Descarado. Es tapón clarísimo...!”. Y que Rudy remachara: “Es una vergüenza chaval”. Sergio Llull, que llegaba tras sus compañeros, parecía más obsesionado por lo que su equipo podía haber evitado: “No pueden llegar al final... ¡vas ganando de 16, joder!”.

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Lo peor es que a los errores arbitrales se sucedieran los horrores de los despachos. También se puede entender que el director del Madrid, Juan Carlos Sánchez, estime oportuno que el club no “pueda ni deba callarse”. Y que abogue porque se tome nota de los errores “para que no se repitan en un futuro”. Pero ese deseo no entronca con su respuesta a la pregunta sobre la falta anterior a la acción entre Randolph y Tomic, con un mandoble del propio Randolph a Singleton que los árbitros no señalaron: “No se pueden rearbitrar todas las jugadas del partido”. En definitiva, subyace la idea de que, en este caso, para Sánchez, resulta imperdonable el error arbitral con Instant Replay de por medio, y en cambio se puede transigir con el error sin Instant Replay, por más que fuera tanto o más decisivo que el primero.

El Instant Replay no es infalible, y así se ha demostrado tanto durante su incipiente introducción en el fútbol y durante su ya más largo recorrido en la NBA, donde se instauró el Replay Center en 2014. Y eso a pesar del despliegue de medios de la NBA, que cuenta con un Centro en Nueva Jersey, que costó 15 millones de dólares, y desde el que un Jefe de Operaciones puede hablar al momento con los árbitros, que, como sucede en la ACB, son los que tienen la última palabra. La NBA, además, en un afán de transparencia, hace públicos unos informes sobre el arbitraje de las acciones en los dos últimos minutos de los partidos. Así, por ejemplo, reconoció en público que en el último partido entre Golden State y Houston hubo un error flagrante en una acción en la que Kevin Durant tocó el balón fuera de los límites de la cancha. O por ejemplo, también fue célebre un final entre Golden State y Cleveland, en el que el informe arbitral reconoció cuatro errores flagrantes, con tres faltas de Durant a LeBron.

Todo es mejorable y la perfección se antoja una utopía. Lo que sí es evitable es que se fomente la teoría de la conspiración —¡qué retorcidamente buenos deberían ser los árbitros de la final del clásico para urdir semejante desenlace final, que un triple de Llull además estuvo a punto de variar en la última décima!—. Ese horror de los despachos es mucho más pernicioso que los errores en la cancha, sin que ello signifique ignorar la trascendencia de estos últimos.

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