La piedad

El poder de las redes sociales involucra a dos partes, la persona con poder y la que termina sintiendo sus efectos

Klopp, durante la pretemporada del Liverpool. JEFF KOWALSKY (AFP)

Es probable que, a fuerza de recordarla, la final de Kiev acabe pareciéndosele a Jurgen Klopp como él cree que ocurrió, y eso no será un triunfo pequeño. Una de las ventajas que tiene el pasado es que puede moldearse el recuerdo que se tiene de él. Así, para Klopp la historia de lo que pasó en la final de la Champions se resume en dos acciones "despiadadas" y "brutales" de Sergio Ramos, según su balance técnico meses después. Es un resumen que no hay que desmerecer porque explica más de lo que parece. Dentro de dos años el pa...

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Es probable que, a fuerza de recordarla, la final de Kiev acabe pareciéndosele a Jurgen Klopp como él cree que ocurrió, y eso no será un triunfo pequeño. Una de las ventajas que tiene el pasado es que puede moldearse el recuerdo que se tiene de él. Así, para Klopp la historia de lo que pasó en la final de la Champions se resume en dos acciones "despiadadas" y "brutales" de Sergio Ramos, según su balance técnico meses después. Es un resumen que no hay que desmerecer porque explica más de lo que parece. Dentro de dos años el partido habrá sido ya un combate que Ramos ganó dando cabezazos sin que las fuerzas del orden pudiesen detenerlo. Recordemos que también se amagó, aunque no fue a mayores, con decir que el penalti a Lucas Vazquez contra la Juventus no lo fue. No se deja nada al azar y, lo que se deja, lo acaba absorbiendo un agujero negro.

Lo cierto es que de ese partido quedaron muchas acciones que ocurren en muchos otros partidos, entre ellas la falta de Ramos, y una que no pasa nunca en ningún lado, como el gol de Bale. Que la primera haya sido más determinante que la segunda entra dentro de la lógica destructiva según la cual siempre hay una falta, un saque de banda que no es o un fuera de juego muy ajustado que desequilibra todos los astros del universo a favor del Real Madrid. No hay victoria blanca sin pecado original, ni título sin una especie de fundación perversa de la antirreligión sobre la que se levantan los monstruos que luego dictarán el pasado según usos y costumbres del presente.

Klopp, con todo, siempre deja entrevistas interesantes, que es más de lo que puede decir la mayoría de sus compañeros de profesión. Ésta la dio a The Telegraph, y tampoco hay que reprocharle mucho: bastante duro es perder como para que te nieguen también la forma de hacerlo. Pero ahí, en ese periódico, se refirió a algo más importante que su obsesión con Kiev: las redes sociales y su delicado papel con jugadores como Karius, el portero del Liverpool. "El poder (de las redes sociales) involucra a dos partes, la persona con poder y la que termina sintiendo sus efectos". Dice que no tener perfiles en redes fue la decisión más inteligente de su vida y advierte que en algún momento se volverán a decir las cosas a la cara. Esto, que parece una frase cogida por los pocos pelos de Coelho, es una extraña verdad de otro tiempo. No hay forma, juzga Klopp, de que la crueldad con la que se castiga a alguien se mantenga si uno tiene que arrogarse no el papel de verdugo sino de persona.

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