Se llama Dimitrov, solo Dimitrov

Estigmatizado por las comparaciones con Federer y su noviazgo con Sharapova, el búlgaro, campeón del Masters y tres del mundo, alza el vuelo a los 26 años. “Grigor estaba hundido”, dice a EL PAÍS su técnico

Dimitrov eleva el trofeo del Masters, ayer en Londres.NEIL HALL (EFE)

“Hubo cosas a mi alrededor que no eran las más adecuadas y había perdido la inspiración”. A comienzos de año, Grigor Dimitrov (Haskovo, Bulgaria; 26 años) hacía una confesión a sangre fría en Melbourne. El búlgaro reconocía entonces que había perdido la pasión y le embargaba la duda. Señalado en sus inicios como un elegido, fue perdiéndose progresivamente en un limbo. Su ascenso en el circuito fue interpretado como la irrupción de un nuevo fenómeno estiloso, de un tenista refinado que estéticamente guardaba...

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“Hubo cosas a mi alrededor que no eran las más adecuadas y había perdido la inspiración”. A comienzos de año, Grigor Dimitrov (Haskovo, Bulgaria; 26 años) hacía una confesión a sangre fría en Melbourne. El búlgaro reconocía entonces que había perdido la pasión y le embargaba la duda. Señalado en sus inicios como un elegido, fue perdiéndose progresivamente en un limbo. Su ascenso en el circuito fue interpretado como la irrupción de un nuevo fenómeno estiloso, de un tenista refinado que estéticamente guardaba parecidos con la derecha y el revés de Roger Federer. Todo relucía, pero poco a poco la decepción fue apoderándose de su carrera y su brillo fue consumiéndose.

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Dimitrov se había perdido en un laberinto. Las comparaciones con el suizo —de ahí su apodo, Baby Federer-— y su antiguo noviazgo con Maria Sharapova —estuvieron juntos dos años, de 2013 a 2015— le estigmatizaron tanto que de algún modo perdió su identidad propia. Pero eso fue ayer, en el pasado, porque hoy, coronado como campeón de la Copa de Maestros y después de una temporada sensacional, el búlgaro ha reescrito su nombre con mayúsculas y comenzará 2018 como número tres del mundo y con un porvenir muy atractivo.

“Pasó por muchas cosas cuando todavía era demasiado joven”, cuenta a este periódico su entrenador, el joven Daniel Vallverdú (31); “tuvo que aprender a diferencia qué era bueno y qué era malo. Tardó un poco, pero ahora su entorno está bastante limpio y no tiene nada fuera del tenis que esté molestándole. Por suerte, se ha dado cuenta de que para estar al nivel al que está jugando ahora su entorno debe estar lo más despejado posible. Se ha dado cuenta de que lo que le das al tenis, él te lo devuelve”.

Corrigió el rumbo Dimitrov y los frutos han ido cayendo. Este curso protagonizó un maravilloso pulso con Rafael Nadal en Australia; perdió, pero fue un paso de gigante, la demostración de que podía batirse con los grandes y que el nuevo camino que había escogido era el correcto; después elevó en Cincinnati su primer Masters 1000; y ahora, en Londres, batió ayer a David Goffin (7-5, 4-6 y 6-3, en 2h 30m) y completó un pleno que le convierte en el último maestro.

La experiencia en la academia de Nadal

Dimitrov devuelve la pelota durante la final contra Goffin.GLYN KIRK (AFP)

“Yo creo que, en el fondo, esa experiencia ha sido positiva; dura, pero positiva, porque que te comparen con Federer significa que mucha gente ve potencial en ti. Si se le comparaba era sobre todo por el estilo de juego, no por el nivel, y cuando eres joven es difícil de asimilar eso”, explica Vallverdú, venezolano y de raíces españolas; “ahora es lo suficientemente maduro para asimilarlo. Él y Roger (36) son dos jugadores completamente diferentes, tanto dentro como fuera de la pista. Ahora tiene eso súper superado, ni se le pasa por la cabeza eso”.

Este curso ha llegado la inflexión. En verano compartió unos días con Rafael Nadal en la academia del mallorquín en Manacor y descubrió muchas cosas. “Cualquier jugador que pueda pasar un tiempo con Rafa es muy valioso, sin duda”, destaca el preparador. “Aparte de ser el jugador que es, Rafa te da una idea muy clara de cómo debe comportarse fuera de la pista un jugador de élite y de las prioridades que debe tener en la vida”, agrega el técnico.

“Estaba hundido, pero el tenis lo tenía”

Anímicamente derrumbado, Dimitrov encontró en Vallverdú el estímulo ideal para dar un volantazo y dar con el virtuoso que se adivinaba hace cinco años. “El comienzo fue bastante complicado, la verdad”, admite el tutor durante la reflexión para EL PAÍS; “Grigor estaba hundido, pero el tenis lo tenía, así que solo era cuestión de recuperar la confianza. Cuando tienes un jugador con la capacidad tenística que tiene él tampoco es tan difícil. En lo que me enfoqué fue en que recuperara sus armas y que se sintiera cómodo en la pista”.

Primero llegaron los primeros pasos, la potenciación de la derecha y el servicio, sus dos herramientas esenciales; luego reforzó el trabajo físico junto al preparador Sébastien Durand y el fisioterapeuta Azdine Bousnana; y sobre todo aireó la mente y se centró exclusivamente en lo que debía para ir dando saltos importantes de enero a noviembre. “Ha estado de tú a tú con los más fuertes, sobre todo con Rafa varias veces”, recuerda Vallverdú, que cierra afirmando: “Es difícil hacer predicciones en el tenis. El nivel en el top-10 va a estar a tope el año que viene, pero si Grigor sigue por esta línea hará grandes cosas”.

Lo ha logrado Dimitrov, al que ya no le atormentan los fantasmas suizos ni le persigue una estela rubia. Ahora, hoy día, él es simplemente Dimitrov. Solo Grigor Dimitrov.

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