El Madrid contra el mejor

Ahora le toca lo más difícil: hacer girar la rueda de un equipo triunfal y unos jugadores saciados

El Real Madrid festeja la Supercopa de España.Denis Doyle (Getty)

Si Florentino Pérez no termina sucumbiendo al vicio, éste será otro verano en el que el Real Madrid no ficha una súper estrella porque no sabe dónde ponerla. Para que tal situación se produzca han de darse muchas circunstancias, la primera de todas haberlo ganado ya casi todo. Pero no tener dónde colocar las estrellas nunca fue un problema en el Madrid para ficharlas; hablamos de un club que, por acumulación de galácticos, llegó a proponer un ataque formado por Guti, Beckham, Figo, Zidane, Raúl y Ronaldo, en...

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Si Florentino Pérez no termina sucumbiendo al vicio, éste será otro verano en el que el Real Madrid no ficha una súper estrella porque no sabe dónde ponerla. Para que tal situación se produzca han de darse muchas circunstancias, la primera de todas haberlo ganado ya casi todo. Pero no tener dónde colocar las estrellas nunca fue un problema en el Madrid para ficharlas; hablamos de un club que, por acumulación de galácticos, llegó a proponer un ataque formado por Guti, Beckham, Figo, Zidane, Raúl y Ronaldo, en la que Guti era el mediocentro defensivo. Así que, ¿qué ocurre? Que no se fichan por algo tan antiguo y válido en el fútbol: no toques mucho lo que funciona.

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Vistas así las cosas, con la juventud pletórica consolidándose en el once o en el estrellato (los Carvajal, Varane, Asensio) y la veteranía en su edad dorada (Modric, Ramos, Cristiano, Benzema), es difícil no caer en el optimismo; hay que remontarse a muchísimo tiempo atrás para ver tal reconocimiento de interioridad en el máximo rival después de las dos derrotas en la Supercopa. A ello contribuye el entrenador elegante y práctico, que ha crecido con el equipo hasta poner sobre la mesa un debate que hace año y medio sería extraterrestre: el Madrid de Zidane o el Barça de Guardiola. Precisamente por esa comparación éste será más que nunca el año de Zidane. Ha sido estimulante en la derrota, cuando cogió a un equipo hundido en el 0-4 del Barcelona en el Bernabéu. Ha perseverado en su idea pese a que muchos presumían de que no sabía ni él mismo cuál era esa idea. Y ahora le toca lo más difícil: hacer girar la rueda de un equipo triunfal y unos jugadores saciados, que han empezado una temporada como terminaron otra, envueltos en elogios, aclamaciones y títulos.

En el Madrid, territorio de pasiones extremas, los círculos virtuosos amenazan siempre con cerrarse antes de tiempo porque no hay mayor enemigo para los blancos que ellos mismos. Las derrotas, los empates y hasta las victorias son a menudo resultados señalados con escándalo y entre crisis; esto de ahora, sin embargo, puede ser más peligroso: el optimismo en el Madrid es euforia, y la tradicional prepotencia blanca que da tantas victorias en atmósferas difíciles suele volverse en contra y relajar el ambiente. Pocos lo recuerdan por cómo terminó, pero uno de los mejores Madrid de los últimos 15 años fue el de Queiroz; imparable, lujoso y goleador hasta primavera, la estación en la que el Madrid enseña el colmillo y con Queiroz se lo enseñaron a él como primera bestia a abatir.

Contra eso, contra sí mismo y su idea deformada en el espejo, es contra lo que tiene que luchar el Madrid.

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