Retrato de Alberto Zerain, un ejemplo de compromiso y dedicación

A sus 56 años de edad, el alpinista español sumaba 10 de los 14 ochomiles y en el Nanga Parbat, donde ha desaparecido junto al argentino Galván, se enfrentaba a su mayor reto

Fotografía de Archivo, tomada el 8 de junio de 2017, del alpinista Alberto Zerain. David Aguilar (EFE)

Aquel punto indefinido que avanzaba ladera abajo a gran velocidad solo podía ser un fragmento de roca desprendido desde el campo 2, o una mochila extraviada en un descuido. La masa desconocida se aproximaba al campo 1 de la vertiente norte del Everest en línea recta, a saltitos, creciendo con celeridad ante nuestros ojos incrédulos. Nunca hubiéramos pensado que, en realidad, se trataba de una persona, ni siquiera de un alpinista con prisas. Pero Alberto Zerain no tenía prisa alguna: bajaba así porque podía y cuando pasó entre las tiendas camino del campo base parecía un paseante, con las manop...

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Aquel punto indefinido que avanzaba ladera abajo a gran velocidad solo podía ser un fragmento de roca desprendido desde el campo 2, o una mochila extraviada en un descuido. La masa desconocida se aproximaba al campo 1 de la vertiente norte del Everest en línea recta, a saltitos, creciendo con celeridad ante nuestros ojos incrédulos. Nunca hubiéramos pensado que, en realidad, se trataba de una persona, ni siquiera de un alpinista con prisas. Pero Alberto Zerain no tenía prisa alguna: bajaba así porque podía y cuando pasó entre las tiendas camino del campo base parecía un paseante, con las manoplas colgando de sus muñecas como si llevase los brazos en jarras. El Zeras, como se le conocía en Vitoria, había salido a dar un paseo de unos 1.300 metros de desnivel para no sucumbir al tedio del campo base.

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Fue en el año 2000 y el programa de TVE Al filo de lo imposible había reclutado a varios alpinistas para recrear la epopeya de 1924 protagonizada en esta montaña por George Mallory y Andrew Irvine. Zerain hizo de Irvine, un papel que le emocionaba: estaba seguro de poder alcanzar la cima vistiendo un traje de la época aunque el guion del programa solo les obligase a vestir de esta guisa hasta el último campo de altura. Oscar Cadiach, que hacía de Mallory, solía escuchar las arengas divertidas de Zerain: “Tú, Mallory, eres la ambición y yo, Irvine, la fuerza”.

Pocos himalayistas pueden presumir de una capacidad de adaptación a la altura y de una fortaleza física como la que exhibía Zerain. Caminaba a 8.000 metros como si lo hiciese por las laderas del Gorbea, y esa facilidad unida a su idilio con las montañas más elevadas del planeta le había permitido firmar ascensiones no solo rápidas sino limpias. Por eso a nadie extrañaba que su cordada habitual fuese un guía de montaña argentino, Mariano Galván, con quien compartía fortaleza física y una ética que defendía el estilo alpino, enfrentarse a la montaña con poco, sin cuerdas fijas, porteadores de altura u oxígeno artificial.

Galván se había adjudicado en solitario (2010) la pared sur del Aconcagua para dar el salto al Himalaya: en apenas seis años de actividad sumaba la mitad de las 14 cimas más elevadas del planeta. El mundillo de los ochomiles regala paradojas: no es infrecuente dar con hombres y mujeres empeñados en coleccionarlos todos… aunque dejen de saber el porqué y sus razones iniciales se difuminen para dejar paso a una obsesión amarga. No era el caso de Zerain, casado y con dos hijos, transportista de profesión y con una trayectoria de montaña definida única y exclusivamente por la pasión. A sus 56 años de edad, Zerain iba a más, sumaba 10 de los 14 ochomiles y en el Nanga Parbat se enfrentaba al mayor reto de montaña que había conocido. “Mi familia y la montaña es lo que soy”, aseguraba en 2007. Atrás habían quedado años de obsesión para dejar paso a una madurez que le había enseñado a dosificarse, a saber sufrir y sacrificarse y a llevar a buen puerto sus expediciones. Tenía la confianza del que sabe hacer bien las cosas, del que sabe aproximarse a las montañas con cautela, bien entrenado y con una planificación exhaustiva.

Al parecer, un alud explicaría su desaparición y la de Galván. Seguro, ambos sabían que la zona en cuestión era un terreno clásico de aludes. Así lo reconocieron los británicos Rick Allen y Sandy Allan en 2012, los únicos que han podido completar la arista Mazeno hasta la cima del Nanga Parbat. Claude Rey, gran nivólogo y en su día presidente de la Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña, solía felicitarse por los avances en la detección y prevención de aludes, pero reconocía que cuando un alpinista debe cruzar una ladera expuesta es imposible saber a ciencia cierta si esta aguantará o se vendrá abajo. ¿Seguir o regresar? En todos los grandes logros del alpinismo se plantea esta sencilla pregunta de respuesta tremenda: todos los alpinistas saben del compromiso de su actividad. Juntos, Zerain y Galván (37 años) habían escalado el Dhaulagiri y el Manaslu y juntos querían imitar a los grandes alpinistas que un día recorrieron (sin éxito) la Mazeno: Doug Scott, Erhard Loretan, Jean Troillet, Wojcieck Kurtyka…

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