La remontada

No importa si la estadística te contradice. ¿Hay algo más bonito que perseguir tareas imposibles?

El entrenador del Atlético, Diego Simeone.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

¿En qué medida puede respirar tranquilo un equipo de fútbol cuando la vida le sonríe, y llega al partido de vuelta, en casa de su rival, con cierta ventaja? Mmm. Son esos días en los que ganas desde el autobús, en chaqueta y corbata. El partido promete ser un agradable baño. Y de repente, te ahogas en la bañera. Los desengaños se producen muchas veces en mitad de un día radiante, cuando es imposible que algo salga mal, y justo después de que uno se ha estado diciendo: “Qué feliz soy, carajo”. Tal vez sirva de algo recordar que el padre de Stravinsky se murió justo después de decir: “¡Qué bien ...

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¿En qué medida puede respirar tranquilo un equipo de fútbol cuando la vida le sonríe, y llega al partido de vuelta, en casa de su rival, con cierta ventaja? Mmm. Son esos días en los que ganas desde el autobús, en chaqueta y corbata. El partido promete ser un agradable baño. Y de repente, te ahogas en la bañera. Los desengaños se producen muchas veces en mitad de un día radiante, cuando es imposible que algo salga mal, y justo después de que uno se ha estado diciendo: “Qué feliz soy, carajo”. Tal vez sirva de algo recordar que el padre de Stravinsky se murió justo después de decir: “¡Qué bien me siento! ¡Pero qué bien me encuentro!...”. El Barça y el Wolfsburgo tienen la eliminatoria de cara, sin duda. Yo preferiría estar en su lugar. Pero.

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Conviene desconfiar de la comodidad de un buen resultado. En esto, a veces me gusta seguir el comportamiento de las moscas, que en lugar de alejarse del ser humano, y ponerse a salvo, se acercan todo el tiempo a él; es ahí, en mitad del peligro, donde se sienten más seguras. Augusto Monterroso, que las observó durante años, sostenía que el lugar más tranquilo para una mosca es el matamoscas. Cuando la eliminación es casi segura, llega un instante en el que te sientes a salvo en el ojo del huracán.

La belleza y efervescencia del fútbol radica en que lo que seguramente debe ir bien, de pronto va mal. En ese vértigo sobre el que caminas, buscando el triunfo, pero flirteando con la derrota, radica el sentido de este deporte. Hace años, un amigo me dijo que nunca hay que aceptar un trabajo del que estés seguro que no te van a echar. “Esa amenaza te proporciona aplomo”, aseguraba. Digamos que el fútbol consiste en una promesa que rara vez se cumple, aunque tú sabes, porque lo has soñado, que algún día se hará efectiva. De sobras es sabido que la imaginación permite la reconstrucción de hechos reales. Las gradas se quedarían desiertas si no existiese la posibilidad segura de la sorpresa y el sufrimiento inesperado. ¿Qué loco querría ganar sin sobresaltos, con facilidad, sin antes estar contra las cuerdas y haberlo dado todo por perdido, y contra pronóstico llevarse la victoria?

No importa si la estadística te contradice y lo más probable es que el Wolfsburgo elimine al Madrid, y el Barça al Atlético. ¿Hay algo más bonito que perseguir tareas imposibles, que conducen a la frustración? El fútbol es una estrategia para alcanzar la felicidad, y que nadie domina; es secreta. Simplemente, un improbable día sucede. El escritor británico Somerset Maugham afirmaba que para escribir un buen libro existían tres reglas que se debían cumplir a rajatabla, y que, desgraciadamente, nadie conocía. Esta incertidumbre proporciona la fe con la que al finalizar un partido, otra vez con derrota, te permites decir con toda la razón de tu parte: “Mañana ganamos, me cago en la puta”. Según esto, claro que se puede remontar la eliminatoria. Y por supuesto que no.

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