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Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

El terciopelo nocturno de Bill Evans

Si alguna vez se necesita escuchar un disco para la penumbra de la duermevela o el licor de la madrugada, ‘Portrait in Jazz’ es uno de los mejores

Escuchar el jazz de Bill Evans es como tocar terciopelo en la noche, con su sensación de suave abandono. Guarda una intimidad tan espiritual que uno siente que se halla siempre ante una música recién descubierta, como si nunca se gastase ese fluir de notas ligeras y dulcemente relucientes.

El aire de belleza hipnótica choca con el perfil de este pianista colosal que tuvo un trágico fin de sus días y, además, nunca ha sido suficientemente valorado por la memoria colectiva. Su nombre enciende a las mentes más melómanas, pero se diluye en un triste ostracismo entre el común de los oyentes mortales, aquellos que quizá presumen de gusto por la música, pero no profundizan en las conexiones ni referencias alternativas. Muerto con tan sólo 51 años en Nueva York debido a una insuficiencia hepática y a una hemorragia interna por culpa de su adicción a la heroína y la cocaína, Evans se arrastraba por la vida a causa del suicidio de su hermano, que agravó aún más su dependencia de las drogas.

Hay pocos artistas que hayan tenido la habilidad, la capacidad y el talento para cambiar parte del rumbo de la música y, encima, hacerlo en dos ocasiones. Lo hizo, primero, formando parte de un equipo imbatible. En 1959, Miles Davis, John Coltrane y él alumbraron la obra maestra Kind of Blue (1959) y, tan sólo un año después, volvieron a ofrecer otro viraje asombroso cada uno por separado. Davis con Sketches of Spain, Coltrane con Giant Steps y Evans con Portrait in Jazz.

Portrait in Jazz es una gema del mejor jazz de todos los tiempos. Un álbum que parece como suspendido en el aire, en una dimensión distinta a todo lo demás. Un disco exquisito y nocturno. Exquisito por esa expresión estética original y suprema que se instala en un horizonte nuevo para el avance del jazz, un universo donde todo brilla en su propia luz e intensidad. Una intensidad elegante, refinada, bella, en la que su reformulación sonora se hace desde el piano de corte europeo clásico, sin el raigambre del blues, sin la tradición negra, como hacían otros pianistas afroamericanos coetáneos tan valiosos como Thelonious Monk, Oscar Peterson, Herbie Hancock o Art Tatum. Y nocturno porque, si alguna vez se necesita escuchar un disco para la penumbra de la duermevela o el licor de la madrugada, Portrait in Jazz es uno de los mejores.

La caricia de la noche vive dentro de este álbum, como en toda la obra de Bill Evans. La noche melancólica trazada a través de un organismo vivo como es la conjunción del pianista con el contrabajista Scott LaFaro y el baterista Paul Motian. Un trío lleno de armonía y entendimiento, que ofrece un sonido nítido, suavemente vibrante en la forma larga del fraseo instrumental, donde los tres tocan en forma tridimensional. Es decir, hasta entonces los tríos lo hacían de forma bidimensional: el piano dominaba todo y dirigía la sección rítmica de batería y contrabajo. Pero con ellos, en Portrait in Jazz y en sus conciertos, la forma tridimensional los llevó a que cada instrumento tuviese un papel de líder, con una sección rítmica fraseando en lo melódico y lo rítmico y no sólo apoyando o marcando el compás. Como decía Evans, de esta forma había más espacio y, por tanto, más diálogo.

Es la identidad de Bill Evans, el pianista de las gafas de pasta, hundido por la heroína, la cocaína y el suicidio de su hermano. Un coloso que acabó sin pena ni gloria. Y, si el gran público puede que no sepa su nombre ni la trascendencia de su música, su jazz brilla en la oscuridad, como el roce del terciopelo en la noche, un tacto al que abandonarse como si la vida se replegase alejada, muy alejada, del estrés diario.

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