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El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca

La tauromaquia se crece en el castigo de los políticos

Los ataques a la fiesta de los toros la revitalizan y han convertido las colas de las taquillas en un acto de rebeldía

El diestro francés Sebastián Castella lidia su primer toro este jueves, en la corrida de la Feria de San Isidro, en la plaza de Las Ventas, en Madrid.Borja Sánchez-Trillo (EFE)

Lo que son las cosas… La gran verdad de los últimos tiempos sobre la fiesta de los toros la dijo hace ya unos años el político socialista Manuel Chaves, entonces presidente de la Junta de Andalucía, en la entrega de los premios taurinos y universitarios que convoca la Real Maestranza de Sevilla. Después de pedir para la tauromaquia “prudencia y mucho respeto a la hora de opinar sobre un asunto que los andaluces sentimos como un elemento singular e identitario de nuestra cultura”, avanzó una profecía: “Los toros solo se acabarán el día que las plazas estén vacías”.

Es verdad que muchos a...

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Lo que son las cosas… La gran verdad de los últimos tiempos sobre la fiesta de los toros la dijo hace ya unos años el político socialista Manuel Chaves, entonces presidente de la Junta de Andalucía, en la entrega de los premios taurinos y universitarios que convoca la Real Maestranza de Sevilla. Después de pedir para la tauromaquia “prudencia y mucho respeto a la hora de opinar sobre un asunto que los andaluces sentimos como un elemento singular e identitario de nuestra cultura”, avanzó una profecía: “Los toros solo se acabarán el día que las plazas estén vacías”.

Es verdad que muchos aficionados han desertado; unos, por hartazgo ante la degeneración del espectáculo, y otros, convencidos por los antitaurinos. Pero no es menos cierto que los ataques de los políticos han conseguido, por el momento, un efecto contrario al deseado; al menos, en las primeras grandes ferias de la temporada —y no es el primer año que sucede— se nota un aumento del número de espectadores.

Pero, ciertamente, los hechos empezaban a darle la razón al político andaluz. Antes de la pandemia se notaba cierto abandono de las taquillas, sobre todo, fuera de los ciclos más importantes, y, después, la covid se erigió en una muy seria amenaza para la continuidad del espectáculo.

Inesperadamente, se formó una tormenta perfecta: la enfermedad cerró sine die las plazas, muchos veteranos aficionados se quedaron en el camino, al tiempo que, otra vez, por la irresponsabilidad de los taurinos, permanecieron enquistados los muchos y graves problemas que amenazan desde tiempo ha la permanencia del espectáculo: la incomprensible desunión del sector, la creencia de que se trata de un espectáculo anacrónico y rancio, la permanente sospecha de manipulación y fraude, la dictadura de las figuras y sus ganaderos afines que apuestan por el aburrimiento antes que por la emoción, y la incapacidad para detener un profundo cambio social encabezado por una fuerte corriente animalista mundial.

“Los toros solo se acabarán el día que las plazas estén vacías”, Manuel Chaves, expresidente de la Junta de Andalucía

Pero cuando el ambiente dibujaba un escenario alarmante resurgió un personaje ansioso de protagonismo: la política.

No era un advenedizo, ciertamente, porque la mayoría parlamentaria del Partido Popular aprobó la ley 18/2013 que regula tauromaquia como patrimonio cultural; y tres años antes, en julio de 2010, el Parlament de Cataluña abolió los toros en esa Comunidad. El Partido Popular aprobó la ley y se olvidó de ella, y el Tribunal Constitucional tardó seis años —hasta octubre de 2016— en sentenciar que el acuerdo catalán era ilegal, lo que no devolvió los toros a Barcelona porque la afición en esa parte de España hacía tiempo que era testimonial. En julio de 2017, el Parlamento de Baleares aprobó una ley que prohibía la muerte de los toros en la plaza, y meses más tarde fue derogada por el Constitucional.

Cuando llegó la pandemia, los toros en Cataluña, el no del Parlament y la sentencia del Constitucional eran cosas del pasado. Los graves problemas de la fiesta de los toros eran otros: la ineptitud de los taurinos, el abandono de los políticos y el creciente desinterés del público.

Pero en octubre de 2020, el entonces ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, habló públicamente sobre la fiesta y avivó el fuego: “No debo recomendar ir a los toros”, dijo, “pero el teatro es diferente en el sentido de que es una cuestión pacífica”, y se abrió la caja de Pandora.

Por esas fechas, el partido de ultraderecha Vox recogió el desánimo taurino, su líder, Santiago Abascal, se dejó ver junto al torero Morante de la Puebla, y se constituyó en el único partido ‘taurino’ del panorama político del país.

Colas de aficionados en las taquillas de La Maestranza.(Imagen cedida por la empresa Pagés).

Al mismo tiempo, varias comunidades autónomas ‘taurinas’ tomaron nota y se ofrecieron como defensoras del drama ganadero y torero producido por la pandemia, con Madrid y Andalucía a la cabeza. Los respectivos presidentes, Isabel Díaz Ayuso y Juan Manuel Moreno se vistieron de luces, y en la capilla de la virtual plaza de la política coincidieron con los socialistas Emiliano García Page, castellano manchego, y el extremeño Guillermo Fernández Vara, entre otros líderes autonómicos.

En el verano de 2020, Yolanda Díaz, a la sazón ministra de Trabajo, entra también en liza y decide negar a los toreros su condición de artistas, y, en consecuencia, el acceso a las ayudas que los trabajadores del sector cultural tenían derecho a causa de la pandemia, que, posteriormente, fue reconocido por los tribunales de justicia.

Un año más tarde, en octubre de 2021, Miguel Iceta, ministro de Cultura, excluye los toros del bono cultural, una medida que fue anulada posteriormente por el Tribunal Supremo, y obligó a rectificar al Gobierno.

Y, por último, la reciente eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia, precedida de la no concesión de una medalla a las Bellas Artes de 2023 a ningún representante de la tauromaquia, por decisión del actual ministro de Cultura, Ernest Urtasun.

Los nuevos espectadores han conseguido taponar por el momento la hemorragia de la tauromaquia, y, a cambio, los toros han perdido parte de su identidad

La corriente animalista, por un lado, y la política, por otro, pretenden convertir la afición a los toros en una práctica marginal, en un elemento incorrecto, y han dividido la sociedad entre los “retrógrados” que acuden a las plazas de toros y los “progresistas” que consideran la fiesta una forma de tortura animal. Pero ni lo uno ni lo otro; en una plaza, solo hay amantes de los toros con el alma política en su armario.

En consecuencia, ponerse en la cola de una taquilla viene a ser hoy algo así como un acto de rebeldía y de reivindicación de la libertad.

Pero, ¿ha cambiado el público de los toros desde la irrupción de la política?

Sin duda. Son menos los aficionados sabios, exigentes y generosos de antaño, y prevalece el triunfalismo de un público de aluvión, jaranero, desconocedor de la lidia y ávido de diversión y trofeos, pero la fiesta de los toros parece parcialmente recuperada de sus graves dolencias gracias a los ataques de sus enemigos. Los nuevos espectadores han conseguido taponar por el momento la hemorragia por donde se le escapaba la vida a la tauromaquia, y, a cambio, los toros han perdido parte de su identidad, pureza e integridad.

¿Se ven más jóvenes en los tendidos? Menos de los que dicen los empresarios del sector, porque los precios no permiten alegrías a los menos pudientes, pero en Madrid se han inventado una discoteca en Las Ventas que se llena todos los días de feria; en Sevilla, unas jornadas escolares en el ruedo de la Maestranza, y la Fundación Toro de Lidia publica unos videos para que aprendan de toros quienes no los han podido ver por televisión en su infancia.

Aludiendo a Manuel Chaves, habría que concluir que la política ha revitalizado la fiesta de los toros. Estará más descafeinada, puede parecer, incluso, una caricatura de la que vivieron nuestros mayores, pero permanece viva porque las plazas no están vacías.

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