Una estación que repara la ciudad
Juan Herreros y su estudio firman la nueva Estación de Alta Velocidad de Santiago de Compostela, una obra en que la arquitectura es urbanismo
Hace casi 75 años, el tren llegó a Santiago de Compostela sin acercarse al centro. La estación, extramuros, forzó que barrios del sur, como Pontepedriña, quedaran separados del resto de la ciudad. Sin embargo, apunta el arquitecto Juan Herreros, esa condición “salvó el área natural de las Brañas del Sar”. Ese patrimonio ecológico hoy, con la nueva estación, se ha acercado a la ciudad. ¿Por qué?
El concurso internacional que Herreros y su estudio ganaron en 2011 para levantar la nueva Estación de Alta Velocidad explicaba que el nuevo edificio debía sobrevolar los andenes, adosado a una generosa pasarela —existente y repensada— que iba a pasar a cumplir una doble función: acceso a la estación, conexión y paso ciudadano. En un ejercicio de notable colaboración política, la nueva infraestructura debía servir para actualizar los servicios ferroviarios y, a su vez, para facilitar los desplazamientos de las personas.
El tren, en este proyecto, actúa como un elemento conector, a pesar de la propia naturaleza ambigua de las vías, que desconectan para poder conectar.
Sobre el terreno, los arquitectos prestaron atención a un hecho: la mayoría de los viajeros llegaban a la estación caminando. Eso les decidió a ubicar la nueva estación en la misma cota que la ciudad. Tomaron esa idea descontextualizando otra tipología arquitectónica: los aeropuertos. Así, la zona de salida que sobrevuela las zonas de aparcamiento de los aviones, es aquí el acceso. Y, también como en los aeropuertos, el acceso a los trenes se realiza por pasarelas que garantizan orden y seguridad.
Con accesibilidad universal y ascensores con espacio para transportar bicicletas, la arquitectura de la nueva estación hace que el cambio de cota parezca sencillo. Herreros habla de “una forma orgánica que retractila el programa sin concesiones compositivas”. Y es cierto que la infraestructura resultante es tan aparentemente ligera —está levantada con sistemas industrializados de ensamblaje sencillo— como sólida —ubicada sobre una gran plataforma de pilares y losas de hormigón—.
El resultado es una gran infraestructura que, al haber sido diseñada con materiales perforados y translúcidos, no parece pesar y sí demuestra estar más preocupada por guiar y acompañar a los viajeros y facilitar la cotidianidad de los ciudadanos que por imponer su presencia. Ese aspecto translúcido —para atrapar la mayor cantidad de luz natural posible— y para no marcar el lugar se ha conseguido gracias a la utilización de paneles metálicos perforados culminados con cubiertas de zinc que rinden homenaje, apunta Herreros, a un sistema del que la industria gallega es puntera. Los interiores se hacen eco de esa búsqueda de luz natural para hacer más liviana la espera.