Espacio público donde no hay espacio
En Ciudad de México, bajo la estructura que soporta la autopista Siervo de la Nación, el parque urbano El Dique ofrece un lugar de encuentro y regeneración
Una autopista une tanto como desune: comunica lo lejano y fractura lo cercano. El eje de conexión metropolitano mexicano Autopista Siervo de la Nación no es una excepción. Esos 14 kilómetros dividen el territorio de la capital mexicana tanto como contribuyen a hacer fluir el tráfico. En ese marco, el arquitecto Erik Jiménez Reyes, a cargo del colectivo Taller de Urbanismo MX (TUMX), se puso a pensar en cómo reparar ese supuesto avance. Es la...
Una autopista une tanto como desune: comunica lo lejano y fractura lo cercano. El eje de conexión metropolitano mexicano Autopista Siervo de la Nación no es una excepción. Esos 14 kilómetros dividen el territorio de la capital mexicana tanto como contribuyen a hacer fluir el tráfico. En ese marco, el arquitecto Erik Jiménez Reyes, a cargo del colectivo Taller de Urbanismo MX (TUMX), se puso a pensar en cómo reparar ese supuesto avance. Es la especialidad de su estudio: accesos, corredores, puentes y espacios que cuesta ver. Están convencidos de que el disfrute de una ciudad se da en las calles. Y que es esa arquitectura la que mide la calidad de vida.
Así, la respuesta a unir con lo que desune la encabezó el verbo integrar: cómo mejorar sin dañar, cómo reunir lo dividido. Y llegó de la mano de los cuidados: cuidar a la gente y cuidar el paisaje es, en realidad, lo mismo, proteger la nueva infraestructura. Los arquitectos de TUMX lo resumen así: el éxito de un espacio depende del grado de identificación de sus usuarios con él.
Así, el colectivo partió de lo dividido. Ese terreno era poco más que un no lugar: un área industrial en la que, como espacio alejado de la codicia, habían proliferado colonias habitacionales. Allí se sumaban infraestructuras viales —que restaban espacio público—. Y… ya se sabe: tráfico, industria, informalidad e inseguridad van de la mano de la falta de vigilancia, de la ausencia de mantenimiento y de la carencia de iluminación. Más que un sitio, aquello era un lugar de paso. De paso rápido.
Sobre ese espacio, los huecos, los restos y, sobre todo, bajo los bajos de la nueva vía, intervinieron los arquitectos. Pensaron en un parque urbano capaz de conectar, una isla de zonas verdes capaz de unir a las personas, un lugar de encuentro entre habitantes y naturaleza. Por eso también aquí la integración urbana pasaba por unir el asfalto con la naturaleza.
Así, pensando en conectar, el parque El Dique nació con la ambición de ser un principio. No quería ser un jardín, era un pedazo de sendero: el principio de un sistema de parques que rodearía el corredor. El parque amortiguaría la presencia de la autopista con vegetación y espacio para el ocio. Y así ha sido. Hoy son el ocio, y la vegetación lo que encierra el tráfico perimetralmente. El Dique es un bulevar recreativo pensado para todas las edades, luminoso, comunicado y protegido que sirve hoy de paseo, parque infantil y jardín vecinal.
Allí hay canchas de fútbol y baloncesto, zonas de skate, un gimnasio al aire libre, zonas de convivencia, itinerarios iluminados, seguros y accesibles y, tal vez, más importante: espacio para reimaginar lo que habitualmente se desprecia.
Está levantado con materiales reciclados prefabricados y especies vegetales rescatadas. “Los jardines polinizadores aumentan la biodiversidad y construyen una barrera de protección a la contaminación del canal”, explican los arquitectos.
De ese modo, cuidándolo, lo que era un espacio residual, busca convertirse en el centro del barrio, el paseo y la plaza del pueblo, un lugar de encuentro donde los más vulnerables —ancianos, niñas, personas con movilidad reducida— son los más cuidados. ¿Por qué debe ser coloreado? ¿Para anunciarse? ¿Para no dejarse devorar plantándole cara al deterioro? ¿Para explicar, de un solo vistazo, que aquel es un lugar plural? Todas pueden ser respuestas. Si funciona, y está funcionando, la pregunta estará bien hecha.