Józef Wittlin: de la pesadilla de la Gran Guerra a la del nazismo
Una nueva traducción en español de ‘La sal de la tierra’ recupera el brillo y el particular estilo de una de las novelas fundamentales de las letras polacas. “Mi padre se sentía impotente por no poder ayudar a su pueblo”, recuerda su única hija, afincada en Madrid
La guerra sorprendió a la región de Galitzia —entonces parte del imperio austrohúngaro— en 1914. Los habitantes de los diversos dominios del emperador Francisco José fueron entonces llamados a combatir por su soberano. El escritor Józef Wittlin así lo hizo también. Fruto de esa experiencia, en 1925 empezó a escribir La sal de la tierra, cuando todavía parecía improbable que otro conflicto se asomara en el horizonte. Sin embargo, para la fecha de su publicación, en 1935, ya Europa se encontraba en la boca d...
La guerra sorprendió a la región de Galitzia —entonces parte del imperio austrohúngaro— en 1914. Los habitantes de los diversos dominios del emperador Francisco José fueron entonces llamados a combatir por su soberano. El escritor Józef Wittlin así lo hizo también. Fruto de esa experiencia, en 1925 empezó a escribir La sal de la tierra, cuando todavía parecía improbable que otro conflicto se asomara en el horizonte. Sin embargo, para la fecha de su publicación, en 1935, ya Europa se encontraba en la boca de uno que superaba las magnitudes de la Gran Guerra. La sal de la tierra se convertía así en una especie de prefacio de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la ocupación nazi, Wittlin se vio obligado a huir a Estados Unidos junto con su esposa Halina y su hija Elizabeth, donde permanecería hasta su muerte debido a la hostilidad de la República Popular de Polonia. Aunque Elizabeth y su madre pudieron regresar después del fallecimiento de su padre a su tierra natal, no volvieron a residir ahí: en 1955 Elizabeth se trasladó junto a su esposo a Madrid, donde todavía reside en una casa pequeña pero llena hasta el último rincón de todo tipo de papeles, poemas, libros y copias de las obras de su padre. Entre sus posesiones hay cuadros y otros regalos de famosos artistas de los que fue alumna, además de guiones e ideas sin acabar de obras de teatro, parte de su trabajo personal. Recibe con generosa hospitalidad y con gran alegría al poder tener oportunidad de hablar de su padre y la nueva edición de La sal de la tierra.
Lo primero que hace es hablar del “maravilloso” trabajo de la editora Valeria Bergalli en esta nueva edición en español, que describe como un “increíble esfuerzo” para completar lo que se había cortado en otras ediciones. La primera traducción directa al castellano se publicó en 1990 y ahora —31 años después— el sello Minúscula considera que es tiempo suficiente para sacar lo que esperan que sea la “edición definitiva en español”, incluyendo en ella partes que otras ediciones y países habían cortado, las notas originales del autor y un fragmento de Muerte sana, el segundo libro de lo que el autor pretendía que fuera una trilogía, pero que se perdió dentro de una maleta que un soldado frenético tiró al mar cuando Wittlin y su familia huían de Francia.
Bergalli considera esta obra de Wittlin un libro “fundamental”, y uno de los mejores del siglo XX. Lo que tiene de particular es que, en lugar de centrar la historia alrededor del conflicto bélico como ocurre en muchas novelas que tienen la guerra como temática principal, La sal de la tierra se desenvuelve alrededor del proceso transformador de una persona cualquiera en una máquina de guerra.
Piotr Niewiadosmki, el protagonista, trabaja en una pequeña estación de ferrocarril cuando también él es forzado a atender la llamada del emperador Francisco José. Pobre y analfabeto, sin siquiera saber diferenciar la derecha de la izquierda, Niewiadosmki se encuentra representando el soldado desconocido. Wittlin concentra la diversidad de nacionalidades, profesiones y antecedentes característicos de las regiones austrohúngaras: un ejército de gente de todas las clases sociales, comparable con la torre de Babel.
Y eran precisamente los campesinos los que despertaban en Wittlin un afecto especial, sentía una profunda simpatía y solidaridad por la gente que sufre. Su hija recuerda que su padre mencionaba a los pequeños españoles que morían de hambre durante la Guerra Civil cuando ella, como cualquier otro niño de seis años, rechazaba la comida que le servían.
Elizabeth Wittlin asegura que la naturaleza empática de su padre hizo que los años que estuvo en Estados Unidos le provocaran una intensa impotencia por lo poco que podía hacer por su pueblo. En 1945, cuando por fin terminó la ocupación nazi de Polonia, rechazó una oferta para dirigirse al pueblo polaco a través de la radio porque no sentía que tuviera ningún derecho a realizar esa tarea al no haber sufrido hambre y persecución. Según su hija, el tiempo que vivió en el país estadounidense supuso un suplicio para él porque se sentía verdaderamente “inútil” ante la situación europea, a lo que se añadía el dolor de cualquier escritor por no poder expresarse en su propio idioma.
Sin embargo, a pesar de sus intenciones pacifistas y su naturaleza no conflictiva, el autor no encontró más que trabas en el camino. El mismo país en el que había gozado de gran popularidad y donde se podían comprar estampillas suyas entre la colección de poetas famosos, después de la guerra se volvió territorio enemigo por ser considerado “escritor hostil” por la República Popular de Polonia. Fue eliminado de las enciclopedias y se publicaron sus obras sin nombre. Como consecuencia de esta agresión, fue imposible para Wittlin volver a pisar su tierra natal por el resto de su vida. No sería hasta muchos años después de su muerte, tras la caída de la República Popular de Polonia en 1989, cuando se empezara a recuperar su figura y sus obras.
No obstante, sus trabajos obtuvieron popularidad en otros países. Es más, desde su publicación, La sal de la tierra ha sido premiada en numerosas ocasiones y traducida a múltiples idiomas, y hasta le valió la candidatura al Premio Nobel (a condición de acabar la trilogía). También fue galardonado por la American Academy of Arts and Literature.
Su obra es una prosa poética. Su hija la considera “una oración humilde, un rogar casi ritual a veces invocando a Homero, la Biblia u otro”, que a veces toma la forma de una letanía y tiene como resultado “un abrupto embiste a la conciencia del lector”. Subraya también que su humor irónico hace que su estilo atraiga a lectores de años muy posteriores a los suyos. Y pese a que admite que la escritura casi “musical” de su padre es difícil de traducir, asegura que tanto la editorial como los traductores de la nueva edición de La sal de la tierra (Jerzy Slawomirski y Anna Rubió) han sabido mantener la esencia original de la obra. Una novela que Elizabeth Wittlin considera “especialmente vigente en el mundo en el que vivimos”.
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