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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos memorias y una misma ciudad

Lvov era la capital de la antigua Galitzia, en los tiempos de la ocupación austriaca, cuando Józef Wittlin la abandonó. Así la llevaba en su corazón y así es como escribe sobre ella. "El ensayista de la nostalgia" le llama Yuri Andrujovich. Se fundó en 1256 por el príncipe Daniel Romanovich de Galitzia. Hoy pertenece a la Ucrania recientemente independizada como nación; desde que fuera conquistada por los polacos en 1340 permaneció en su territorio hasta que en 1772 pasó a Austria, volvió a Polonia en 1919, se la anexionó la Unión Soviética en 1939 y esta anexión se convirtió en definitiva en 1945 tras los acuerdos pactados al término de la Segunda Guerra Mundial. De esta agitada historia proceden sus otros tres nombres: Lviv (ucranio), Lwów (polaco) y Lemberg (alemán). Precisamente en 1945 la familia Zagajewski, cuyo vástago Adam contaba cuatro meses de edad, emigró a Gliwice (hoy Katowice), al sur de Polonia. Ambos narran en estos dos libros sus muy distintas visiones de su amada y legendaria Lvov.

DOS CIUDADES

Adam Zagajewski

Traducción de J. Slawomirski y A. Rubió

Acantilado. Barcelona, 2006

304 páginas. 17,31 euros

MI LVOV

Józef Wittlin

Traducción de Elzbieta Bortkiewicz

Pre-Textos. Valencia, 2006

100 páginas. 15,38 euros

Wittlin conoció el esplend or

centroeuropeo de Lvov y a él dedica su recuerdo. Él acabó emigrando a Estados Unidos, pero nunca la olvidó. El sentido central del libro lo define él mismo: "No es Lvov lo que echamos de menos tras años de distanciamiento, sino a nosotros mismos en aquella Lvov". El libro es, por esta razón, decididamente autobiográfico, pero de la manera en que él lo expresa. Hay un alarde enumerativo, que manifiesta una memoria muy precisa, y hay siempre un toque de lirismo, pero muy ajustado, escueto, quizá pudoroso, no falto de entusiasmo sino pudoroso, que se esconde tras un sentido del humor a veces hiriente, a veces desenfadado. Nos deja la imagen de una ciudad bella y amada y distinta de la de Zagajewski, aunque ambos coinciden en su carácter batiar (golfo). Zagajewski, por su parte, cuenta una relación fascinante. En realidad, aunque él naciera en Lvov nunca vivió en ella; su Lvov es el de su familia obligada a emigrar, desarraigada y constreñida a vivir en la fea ciudad industrial de Gliwice bien lejana del ambiente de glamour austrohúngaro. Eran en realidad unos inmigrantes en Gliwice que, viviendo entre los burgueses y los socialistas, mantenían un modo de vida y de trato añorante. Y su situación personal la expresa muy bien cuando habla de los paseos por la ciudad con su abuelo: "Yo recorría las calles de Gliwice y él las de Lvov". Así pues, la mirada atrás de Zagajewski lo que cuenta es cómo él se va haciendo (y creciendo) dentro de una familia que aún vive espiritualmente en Lvov y físicamente en Gliwice. Este conflicto que crea esta dualidad está bellísimamente expresado a través tanto del inicio en el conocimiento del mundo como de la consiguiente construcción de la propia conciencia del autor adolescente. Nada cuesta pensar que Wittlin habría sido un inmigrante más, lo mismo que la familia de Adam, de no haber abandonado Lvov en 1922, pero entonces no nos hubiera dejado una visión de su amada ciudad como la que nos deja en su libro. Wittlin nos dice: ahí estuve yo, ahí estuvo mi mundo; Zagajewski nos dice: aquí estoy yo, esto soy.

Así como para Wittlin la nostalgia tiene un peso determinante en su relato, en Zagajewski lo que predomina es la memoria, la lucidez de la memoria; para él la nostalgia no es posible porque la pérdida se encuentra depositada sólo en la vivencia familiar, no en la vivencia ciudadana; no hay añoranza más que por familia interpuesta; lo que él vivió fue la Gliwice del régimen comunista. De esta manera, la lectura comparada de ambos libros es un verdadero regalo.

Pero Dos ciudades es mucho

más. De manera parecida a la del ucranio Andrujovich, Zagajewski se aferra al presente porque es consciente de que ahí se halla el único camino de su vida. A diferencia de Andrujovich (El último territorio, Acantilado, 2006), que se mantiene en una Ucrania de la que todos desean salir, Zagajewski se exilió en 1982 y recuerda desde fuera. Como Wittlin, él también ha vuelto periódicamente a la tierra donde creció, pero ambos son exiliados; lo que varía es la actitud y el punto de vista; lo que los une es la inteligencia. Al término de su texto, en una habitación en la banlieu de París, escuchando el allegro de un quinteto de Mozart, comenta: "Sin embargo, este allegro no es nada alegre; se entrelazan en él dos motivos: uno claro, rococó, y otro triste y lóbrego. Uno convencional, algo porcelanoso, y el otro trágico. En aquella música dialogan dos ciudades. Dos ciudades bailan pegadas. Dos ciudades distintas y, no obstante, condenadas a un amor difícil, como los hombres y las mujeres".

Dos ciudades contiene, además, una sección titulada 'Archivos abiertos' donde el autor reflexiona en forma narrativa sobre el mundo asfixiante del otro lado del telón de acero con perspicacia, lucidez y tristeza no reñidas ni con un fondo de humor muy tenue ni con la decisión de no dar un paso atrás en su experiencia. Y hay otra sección, titulada 'El nuevo pequeño Larousse', que es una especie de miscelánea de textos breves, cargados de connotaciones literarias y deudores de sus lecturas, tan ejemplar como atractivo. Es un libro maravilloso y no hay más que decir de él. En el de Wittlin, por cierto, se incluyen acertadamente muchas fotografías de Lvov que el lector de ambos libros agradece de veras.

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