Columna

Évole se reinventa y hace historia de la tele

'Lo de Évole' parecía un título ególatra y de culto estalinista a la personalidad, pero a los dos minutos quedó claro que el nuevo programa no podía llamarse de otra forma

El periodista Jordi Évole en la serie documental 'Lo de Évole'. En vídeo, avance de la serie.

Lo de Évole parecía un título ególatra y de culto estalinista a la personalidad, pero a los dos minutos quedó claro que el nuevo programa de Ídem no podía llamarse de otra forma. Le dijo el aludido a Luz Sánchez-Mellado que reinventarse cuesta un cojón, pero yo creo que lo que hizo el domingo va más allá de una reinvención personal: se trata, sin ningún pero, de historia de la tele.

Évole quiere reeditar Cuerda de presos, el programa de Jesús Quintero en Antena 3 en el que entrevistó a varios presos en sus cárceles en 1996. En este episodio prólogo cuenta su obsesión c...

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Lo de Évole parecía un título ególatra y de culto estalinista a la personalidad, pero a los dos minutos quedó claro que el nuevo programa de Ídem no podía llamarse de otra forma. Le dijo el aludido a Luz Sánchez-Mellado que reinventarse cuesta un cojón, pero yo creo que lo que hizo el domingo va más allá de una reinvención personal: se trata, sin ningún pero, de historia de la tele.

Évole quiere reeditar Cuerda de presos, el programa de Jesús Quintero en Antena 3 en el que entrevistó a varios presos en sus cárceles en 1996. En este episodio prólogo cuenta su obsesión con el programa (y con el Loco de la Colina) a través de un recurso antitelevisivo: grabando el proceso de preproducción. Es decir, mostrando la tramoya que siempre se oculta.

En esta trama, Quintero parecía una especie de coronel Kurtz, inalcanzable en las marismas del Guadalquivir. Era muy entretenido ver a Évole remontar el río y encontrarse con los que hicieron aquel programa y con los presos que entrevistó. Por eso, como el final de Apocalipsis Now, fue decepcionante que el propio Quintero apareciera en la puerta de su casa, en una escena que desmerecía el programa y se parecía más al acoso de un reportero rosa a una tonadillera.

Pero fue un anticlímax menor y disculpable en un documental que sugería muchas reflexiones sobre el testimonio, el silencio y qué es una entrevista. Fue tan interesante, que el morbo del cebo de Oriol Junqueras quedó casi en nada. ¿A quién le importaban a esas alturas las palabras de un político, por muy preso que esté? Su aparición fue como abrir la ventana al ruido grosero del mundo después de haber escuchado un susurro armonioso.

No sé si de verdad le ha costado un cojón a Évole todo esto, pero bien lo merecía.

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