Llega el Ángel de la Historia

El año de las ovejas mecánicas y de los desastres medioambientales anticipa un ciclo histórico donde el dinero y el activismo contra la “filantropía tóxica” colisionan

Vista de Le Studio d’Orphée, de Jean-Luc Godard, en la Fundación Prada de Milán. AGOSTINO ROSO

Atención!, regresa el Ángel de la Historia, con sus ojos desorbitados, sus alas extendidas y su boca a punto de gritar. Tiene el rostro vuelto al pasado, y donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de acontecimientos, él ve un derrumbe que le paraliza. Quiere recomponer lo despedazado, pero las ruinas y los muertos le sobrecogen. Las brasas de Notre Dame y el acqua alta inundando San Marcos recuerdan que todo sigue, q...

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Atención!, regresa el Ángel de la Historia, con sus ojos desorbitados, sus alas extendidas y su boca a punto de gritar. Tiene el rostro vuelto al pasado, y donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de acontecimientos, él ve un derrumbe que le paraliza. Quiere recomponer lo despedazado, pero las ruinas y los muertos le sobrecogen. Las brasas de Notre Dame y el acqua alta inundando San Marcos recuerdan que todo sigue, que nada es archivado, que Okwui Enwezor, Douglas Crimp, Agnès Varda y Robert Frank serán siempre confidenciales aunque hayan desaparecido como lágrimas en la lluvia. En sus notas sobre Angelus Novus (1920) de Paul Klee, Walter Benjamin avistó el futuro entrando como un ciclón, impidiendo que el Ángel pudiera cerrar las alas y alejándolo de la hojarasca podrida hacia delante, custodiado por el progreso, pero gobernado por las leyes atávicas del mundo animal.

Escribió Claudio Magris que la estupidez también es un hecho cronológico. Un síntoma de que caminamos hacia la edad de oro de la tontería es la banana pegada a la pared de Cattelan. Bien, no es su memez, sino la de sus megáfonos, gran parte de la prensa y la crítica, que ya no desean defender su independencia de juicio y, al contrario, fomentan el indiferenciado desprecio al lector.

Este 2019 ha sido el Año Da Vinci y el de las ovejas mecánicas de Blade Runner, habitantes de sublimes soledades atravesadas por 500 años. Benjamin también habría dicho que la movilidad de sus respectivas auras encadena a los espectadores a la copia de sí mismos. Cincuenta años de Stone­wall. Diferentes exposiciones en Estados Unidos han servido para conmemorar el medio siglo de los disturbios en el bar Stonewall Inn del West Village y trazar el viaje desde el nacimiento de la gay-nación hasta la fluidez de géneros del movimiento LGBTQ+.

Ampliación del MoMA y creación del complejo cultural en Hudson Yards, Nueva York. El Museo de Arte Moderno de Nueva York no se amplía, sino que se inaugura, recurrentemente, como los aeropuertos o los parques Disney, a un coste de 450 millones de dólares. Desde la dirección prometen una revisión de su colección cada 18 meses donde incluirán un número cada vez mayor de arte hecho por autores y autoras no occidentales. The Shed y The Vessel, en Hudson Yards, son una barahúnda absurda, el patio del recreo del capital.

Coge tu dinero y lárgate. Este año hemos asistido a la efectividad del artivismo que cuestiona las fuentes de patrocinio del arte, la llamada toxic philantropy. Su cara visible es la fotógrafa Nan Goldin y su grupo P.A.I.N., que se mantienen en su cruzada contra la familia Sackler, propietaria de la farmacéutica que produce el OxyContin, un narcótico muy adictivo usado para aliviar el dolor crónico. El apellido ­Sackler ha ido cayendo de los muros de las universidades y museos anglosajones. National Gallery, Tate y Metropolitan ya han renunciado a sus donaciones. Durante la Bienal del Whitney, la presión de los artistas obligó a dimitir al vicepresidente del museo norteamericano, Warren B. Kanders, propietario de la compañía Safariland, que fabrica balas de gas lacrimógeno usado por la policía contra la población civil.

Nostalgia de la fuga en Le Studio d’Orphée, de Jean-Luc Godard. El cineasta francosuizo (1930) ha cedido a la Fundación Prada de Milán su environment más personal, su estudio de Rolle (Suiza) con todo el material de sus últimas películas, como Le Livre d’image, que presentó el pasado año en Cannes, donde aprovechó para decir que “el cine es una pequeña Cataluña que tiene dificultades para existir”. O su poema cinemático de 63 segundos Une catastrophe (2008), en el que un reloj de pulsera mide y hiere la dilación indebida del amor.

Después de 250 años —los mismos que se cuentan desde el nacimiento de Beethoven—, la Royal Academy de Londres tiene al frente a una mujer, la artista Rebecca Salter (1955).

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