Mundo zoo

Virginia Navalón firma un libro sorprendente que cautiva por el vértigo imaginativo de unos versos que parecen reclamar la etiqueta de “realismo onírico”

En Bestiario (Premio Emilio Prados), el cuarto libro de poemas de Virginia Navalón, los animales no son los protagonistas de apólogos morales ni de fábulas domésticas, sino los testigos de un universo donde el “yo” se descompone y regenera siguiendo la pauta de los ciclos naturales. Como en otro ilustre Bestiario —el de Cortázar—, las criaturas zoológicas permiten introducir la extrañeza en el discurso y desvelar las grietas fantásticas que se esconden bajo la superficie de l...

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En Bestiario (Premio Emilio Prados), el cuarto libro de poemas de Virginia Navalón, los animales no son los protagonistas de apólogos morales ni de fábulas domésticas, sino los testigos de un universo donde el “yo” se descompone y regenera siguiendo la pauta de los ciclos naturales. Como en otro ilustre Bestiario —el de Cortázar—, las criaturas zoológicas permiten introducir la extrañeza en el discurso y desvelar las grietas fantásticas que se esconden bajo la superficie de la cotidianidad. En el caso de Navalón, los salmones de piscifactoría, los escarabajos peloteros y las hormigas rojas funcionan como el vehículo de una reflexión ontológica que se proyecta sobre las cinco secciones de las que consta el libro: el peso de la rutina (‘Mundo’), el paso del tiempo (‘Tiempo’), el desamparo vital (‘Sola’), la crisis de identidad (‘Daño’) y la búsqueda de un nuevo horizonte (‘Tránsito’). Las composiciones se distribuyen como estampas minimalistas donde no faltan piruetas alegóricas (“El miércoles también iré / a la oficina zoo. / Jugaré el jueves / a cruzar cebras, / a saltar semáforos”) ni aforismos vestidos de paisano: “En una gota de rocío­ / cabe el cielo”, “Puedes encerrar una vida / en la palabra ausencia”.

Esa inquietud expresiva se materializa en otros recursos que reflejan la estética del extrañamiento que defiende la autora, como los neologismos, las creaciones verbales o las composiciones léxicas: así, los relojes “tictaconean”, las desilusiones “luciérnagan el aire” y los árboles se despiertan “a-terrados”. Entre la entomología cultural (simbolizada en el rictus artístico de las warholianas “latas de sopa Campbell”) y la fiesta de la naturaleza viva (en la que “el almendro [...] / lanza confeti rosa”), Navalón apuesta decididamente por la segunda opción. De este modo, el planto ecológico y la autopsia privada se subordinan a una escritura capaz de insuflar aliento al árbol “apenas sensitivo” hasta transformarlo en un bosque animado. He aquí, en fin, un libro sorprendente que no cautivará al lector tanto por la madurez de su meditación existencial como por el vértigo imaginativo de unos versos que parecen reclamar la etiqueta de “realismo onírico”.

Bestiario. Virginia Navalón Pre-Textos, 2018 84 páginas. 15 euros

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