Columna

Extraterrestres

La realidad es tan absurdamente moldeable como parece y no pasa nada cuando se trata de un puñado de hombrecitos verdes pero sí cuando se juega con el inestable presente

El pasado jueves, DMAX programó un nuevo capítulo de la serie documental Alienígenas, toda una rareza en la parrilla, pues podría decirse que el interés popular por la ufología ha caído sensiblemente desde que entramos en el siglo XXI. El capítulo en cuestión estaba dedicado al caso Roswell. Ya saben, el caso del granjero que dio con los supuestos restos de una nave extraterrestre –y de sus tres tripulantes– en Nuevo México en julio de 1947.

La pretendida no ficción no sólo abordaba el misterio Roswell –reforzado por testimonios como el del nieto del comandante Marcel, el tipo ...

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El pasado jueves, DMAX programó un nuevo capítulo de la serie documental Alienígenas, toda una rareza en la parrilla, pues podría decirse que el interés popular por la ufología ha caído sensiblemente desde que entramos en el siglo XXI. El capítulo en cuestión estaba dedicado al caso Roswell. Ya saben, el caso del granjero que dio con los supuestos restos de una nave extraterrestre –y de sus tres tripulantes– en Nuevo México en julio de 1947.

La pretendida no ficción no sólo abordaba el misterio Roswell –reforzado por testimonios como el del nieto del comandante Marcel, el tipo que, ni corto ni perezoso, se llevó a casa fragmentos de la nave que parecían, pero no eran, papel de aluminio– sino que se preguntaba por qué ese año, 1947, hubo un aluvión de avistamientos y al menos otro accidente ufológico con testigos –el de Cape Girardeau, en Misuri–.

La respuesta pasaba por dar por hecho que los extraterrestres habían acudido en masa interesados por el estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Querían saber qué íbamos a hacer con ellas, y hasta qué punto podría estar el planeta, y por extensión, el universo, en peligro.

A continuación, se fantaseaba con la idea de que la Guerra Fría había sido una tapadera. Ajá, Rusia y Estados Unidos habían llegado a un acuerdo para fingir que el desarrollo tecnológico que estaban llevando a cabo ambas potencias no tenía nada que ver con los restos de naves extraterrestres de que disponían una y otra –sí, Rusia tuvo su propio Roswell a mediados de los 50–, sino con la guerra en marcha.

Sí, la realidad es tan absurdamente moldeable como parece. Y no pasa nada cuando se trata de un puñado de hombrecitos verdes –un científico de la época incluso mostraba una fotografía de uno de ellos: tenía aspecto de oficinista divertido– pero sí cuando se juega con el inestable presente y sus infinitas y terroríficas posibilidades.

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