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El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca

¿Y por qué el ministro de Cultura tiene que ser aficionado a los toros?

Los taurinos aún esperan que alguna vez surja un responsable político favorable a la fiesta

José Guirao recibe la cartera del Ministro de Cultura de Màxim Huerta.Uly Martín

¡Vaya sorpresón supuso para el mundo taurino el nombramiento de Màxim Huerta como ministro de Cultura!

A los pocos días, surgió el nombre de José Guirao, menos conocido en la calle, pero con más bagaje cultural. Y tras la expectación inicial, otro jarro de agua fría. Tampoco le gustan los toros al flamante ministro; y no solo eso: es un convencido animalista. Pero como es, además, hombre inteligente, dice entender lo que es el arte de la tauromaquia, su tradición y su implantación, reconoce sus contradicciones personales y se declara ‘dialogante’, lo que ha tranquilizado a la Fundación ...

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¡Vaya sorpresón supuso para el mundo taurino el nombramiento de Màxim Huerta como ministro de Cultura!

A los pocos días, surgió el nombre de José Guirao, menos conocido en la calle, pero con más bagaje cultural. Y tras la expectación inicial, otro jarro de agua fría. Tampoco le gustan los toros al flamante ministro; y no solo eso: es un convencido animalista. Pero como es, además, hombre inteligente, dice entender lo que es el arte de la tauromaquia, su tradición y su implantación, reconoce sus contradicciones personales y se declara ‘dialogante’, lo que ha tranquilizado a la Fundación del Toro de Lidia.

¡Pero qué ingenuos son los aficionados a los toros! A estas alturas, todavía, mantienen la esperanza de que un día aparezca un ministro/a comprometido con la fiesta y decidido a adoptar las medidas necesarias para defenderla y promoverla como patrimonio cultural.

El PP aprobó la ley taurina, que es papel mojado y nula su eficacia

Pura ingenuidad… Una quimera. No habrá nunca un responsable político con valentía suficiente para enfrentarse a lo políticamente correcto que, hoy por hoy, dicta que ser aficionado ni está bien visto ni es moderno.

No lo ha habido con el Partido Popular, y ni lo hay ni habrá con el PSOE. El primero se limitó a aprobar la ley de noviembre de 2013 que regula la tauromaquia como patrimonio cultural, y ahí se detuvo. La norma es papel mojado y su eficacia ha sido y seguirá siendo prácticamente nula. Nunca se le conoció apego taurino alguno a Mariano Rajoy -solo ha visitado una plaza de toros en campaña electoral- ni a su ministro Méndez de Vigo, que se hacía ver en Las Ventas el día de la Corrida de la Cultura por aquello de la coincidencia de nombre con el de su departamento.

Y el PSOE jamás ha votado favorablemente una propuesta taurina en el Parlamento nacional; o votó en contra o se abstuvo. La ambigüedad como bandera es el estandarte taurino de los socialistas. Pero cariño, ni una gota. Ni a Felipe ni a Rodríguez Zapatero se les vio nunca en un tendido. Y Pedro Sánchez ha sido más claro: “Nunca iré a una plaza de toros”, ha contestado cuando le han preguntado. “Pero no prohibiría la tauromaquia”, se apresura a aclarar.

Tarde de corrida en Las Ventas durante la pasada feria de San Isidro.PLAZA1

La fiesta de los toros no debe esperar nada de los partidos políticos actuales. Ninguno se atreverá -es de suponer- a decretar su prohibición legal, pero todos esperarán pacientes que la tauromaquia desaparezca por inanición; y a su invisibilidad contribuyen con su desapego, su pasividad, sus complejos…

El hecho de que Carmen Calvo, actual vicepresidenta del Gobierno, y José Luis Ábalos, ministro de Fomento, sean aficionados a los toros no significa nada, ni por ello moverán un dedo en favor de la fiesta. Son aficionados como podrían ser creyentes; es decir, a título exclusivamente personal y privado. La estrategia del partido está por encima de gustos y creencias particulares. Y el PSOE ni es taurino ni contribuirá a la permanencia de la fiesta de los toros.

Y esa actitud no la dicta una ponencia política, sino el nuevo tiempo. Quienes hace solo unos años mostraban su afición como algo natural, la ocultan hoy con la misma franqueza. Ser aficionado a los toros no está bien visto, y un político, sea del signo que sea, no puede ni debe ir a contracorriente de lo que impera en la sociedad de la que vive.

El PSOE nunca ha respaldado una iniciativa taurina en el Parlamento

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Hoy, un político que hiciera pública su fe taurina estaría descalificado para ser ministro de Cultura. Sería el exponente máximo de la contracultura.

¿Para qué se necesita un ministro taurino con las manos atadas antes de tomar posesión de la cartera?

Y, sobre todo, ¿por qué el responsable político de la tauromaquia debe ser un señor o una señora que se emocione en una plaza? ¿Acaso alguien le ha preguntado al señor Guirao si le gusta el deporte, el cine o la ópera? ¿Duda alguien de que no prestará atención al bel canto en el supuesto caso de que lo que le apasione sea el silbo gomero? ¿Apelaría, entonces, el ministro a sus contradicciones?

No. Lo que se le debe pedir al ministro no es que sea taurino, sino que cumpla, primero, con la legalidad vigente, que establece que la tauromaquia es patrimonio cultural de este país, guste o no a su partido y a él mismo; lo que se le debe pedir es que no desampare a millones de españoles -de todas las ideologías, estratos sociales y económicos- que disfrutan con la fiesta de los toros; lo que se le debe pedir es que sea ministro de todos, de los animalistas y de los taurinos.

Carece de importancia, entonces, cuáles sean sus preferencias. Lo necesario, lo imprescindible y lo urgente es que sea una persona seria, responsable y honesta. Si así es José Guirao, ministro de Cultura, y todos los que le conocen hablan y no paran de sus muchas cualidades humanas y profesionales, el mundo del toro está de enhorabuena.

O no…

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