Crítica

‘Westworld’ busca su alma

Muchos habían intentado ser la nueva 'Perdidos' pero solo la serie de HBO lo ha logrado con todas sus consecuencias

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A Stephen King nunca le convenció la versión cinematográfica de El Resplandor. El escritor y Stanley Kubrick eran, al fin y al cabo, polos opuestos. La narrativa del primero, según él mismo reconoce, nace de las entrañas, mientras que el cineasta siempre fue cerebral, calculador y medido. La película es una obra maestra y, aun así, es fácil entender su choque. Igual que es sencillo comprender la pasión que proyectan lo...

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A Stephen King nunca le convenció la versión cinematográfica de El Resplandor. El escritor y Stanley Kubrick eran, al fin y al cabo, polos opuestos. La narrativa del primero, según él mismo reconoce, nace de las entrañas, mientras que el cineasta siempre fue cerebral, calculador y medido. La película es una obra maestra y, aun así, es fácil entender su choque. Igual que es sencillo comprender la pasión que proyectan los Nolan hacia Kubrick simplemente viendo Westworld.

La serie de HBO, creada por Jonathan Nolan y Lisa Joy, ha finiquitado su segunda temporada en ese brete. Decidir si apostar por la frialdad de la explicación del cansino Bernard (Jeffrey Wright), los conceptos grandilocuentes y las reflexiones sobre el libre albedrío, mundos virtuales y la privacidad de los datos personales o quedarse con lo simple, el conflicto de personajes, el alma que siempre ha engrandecido las series semanales. Ambos conceptos se han visto las caras esta temporada. Y la sentencia está clara.

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Todo nace de Perdidos. Muchos habían intentado ser la nueva Lost, pero solo la prestigiosa producción lo ha logrado con todas sus consecuencias. Como aquella, cuando de verdad sobresale Westworld es al hablar de la maternidad de Maeve (Thandie Newton), la odisea del personaje de Ed Harris, la evolución de Sizemore o incluso de la historia personal de un campamento indio (uno de los mejores episodios de la temporada es autocontenido), no con los golpes de efecto temporales ni estructurales. Por muy valiente que sea el concepto, el querer parecer más listo que los demás, y tener que consultar internet para entenderlo todo, acaba aburriendo a cualquier espectador.

Desarrollar una segunda temporada quizás sea, además, el gran reto de una serie. El primer año se presenta un misterio, introducen personajes y crean una atmósfera pensada durante largo tiempo. Los creadores dan todo lo que tienen, desde desarrollos personales a giros imprevisibles, y, de repente, gracias al éxito, los invitan a volver. Deben poner toda la carne en el asador otra vez, pero sin decepcionar a los seguidores ganados. Si eras Mujeres desesperadas, presentabas un nuevo misterio que nunca llegará a la altura del primero, mientras que si eras Perdidos, seguías liando la manta, haciendo preguntas encima de preguntas. Westworld también ha pasado ese trauma de la segunda temporada. El reto era enorme: mantener su estilo, sorprender y seguir evolucionando. No siempre ha logrado la respuesta perfecta, pero ha dejado claro quién quiere ser a riesgo de perder espectadores.

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El apoteósico final del año pasado y sus ganas de querer ir más allá nos hicieron que le perdonáramos sus pecados, su frialdad, pero ¿cuánto tiempo puede durar? Westworld ha acabado temporada haciendo hincapié en la exposición de la trama, pero de nada serviría eso si sus personajes no nos importaran. Por desgracia durante algún momento soporífero de estos 10 episodios, sus guionistas parecían olvidarse de ello. Ahora se prepara para un capítulo muy distinto en concepto, pero si el alma se mantiene, la fascinación seguirá. Ninguna serie se hace grande solo con cerebro. Westworld debe decidir si es un androide o un ser humano. Si pueden ser Kubrick y también King.

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