arte

Metafísica de lo común

Luces deslocalizadas y sonidos ensayando nuevas formas de relación. Es la experimentación escultórica de Lucía C. Pino en Espai 13

Vista de la exposición de Lucía C. Pino en la Fundación Miró. 

La historia de la instalación artística no tiene más de cincuenta años, y su prehistoria (los “entornos” de Allan Kaprow y Claes Oldenburg), sólo unos cuantos más. Es un formato caprichoso que necesita el maximalismo y la inmersión del visitante (las piscinas de Leandro Erlich, el Partenón de libros de Marta Minujín, las pipas gigantes de Ai Weiwei, el Reichstag empaquetado de Christo y Jeanne-Claude) cuando no el minimalismo (The Weather Project, de Olafur Eliasson, y la grieta de Doris Salcedo en l...

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La historia de la instalación artística no tiene más de cincuenta años, y su prehistoria (los “entornos” de Allan Kaprow y Claes Oldenburg), sólo unos cuantos más. Es un formato caprichoso que necesita el maximalismo y la inmersión del visitante (las piscinas de Leandro Erlich, el Partenón de libros de Marta Minujín, las pipas gigantes de Ai Weiwei, el Reichstag empaquetado de Christo y Jeanne-Claude) cuando no el minimalismo (The Weather Project, de Olafur Eliasson, y la grieta de Doris Salcedo en la Turbine Hall de la Tate Modern) o la eliminación de lo visual (las habitaciones de Martin Creed). Las bienales y ferias de arte también hacen su función como bazares de curiosidades donde siempre hay alguien que toca la flauta para que la cobra comience su perfordance. Pero cuando la instalación tiene más ­sentido es justamente cuando es contradictoria y se mimetiza en un decorado, o en un parque de juegos (Marcel Broodthaers, Carsten Höller), planteando la dialéctica entre reforzar el marco/sitio institucional y criticarlo sin disolverlo.

La instalación Non-Slave Tenderness, que firma la artista valenciana Lucía C. Pino (1977), se escapa de todos esos conceptos, pues se llama a sí misma una “posibilidad”. La posibilidad de una isla es el nombre que la comisaria Alexandra Laudo da al ciclo de intervenciones en el Espai 13 de la Fundación Miró, en una lectura casual de aquellos versos de John Donne escritos nada menos que hace 400 años y que Hemingway trasladó a la guerra civil española. Como surgidos del reflujo político actual, son un himno de la alegría leído muy oportunamente: “Nadie es una isla completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida…”.

Si la isla de Lucía C. Pino sirviera para dar eco a esa llamada, sería una función más que añadir al carácter inadecuado de las instalaciones artísticas. Esta es la propuesta: traspasar un umbral de luz amarilla para acceder a un reducto de ciencia-ficción, un esqueleto social que conecta cables, vidrios, tubos de luz, baterías y bidones de agua, sonidos, chapapote… En medio de la (in)quietud, se oye la respiración de organismos latentes, aliens o crisálidas que dejan un rastro de babas. La isla es cambiante, siempre está en proceso, traspasa, transita, nos asalta y nos define. ¿Estamos dentro o fuera de ese cuerpo social? Esa es la ternura, el espacio de liberación sobre una roca. Romántico y metafísico.

‘Non-Slave Tenderness’. Lucía C. Pino. Ciclo Espai 13. Fundación Miró. Barcelona. Hasta el 11 de marzo.

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