arte

Ojo clínico

Formas y colores sirven a la artista jienense Cristina Lucas para hablar del consumo bajo términos estéticos

'Monocromo verde', de Cristina Lucas.

Cristina Lucas (Jaén, 1973) parece tener siempre un ojo puesto en la historia y en lo que tiene de inabarcable. Un ojo que a menudo guiña movida por su fina ironía y sentido del humor. A veces, hurga en la construcción de sentido, o de la falta de éste. Otras, colecciona hechos objetivos que a lo largo del tiempo producen una lectura que nos incita a romper prejuicios, o al menos a tener una imagen más global del mundo. Por eso sus obras son siempre cartografías, sean mapas o no, hablen de evoluciones o involuciones, crezcan o decrezcan. El tiempo, la memoria y sus fronteras es lo que su ojo c...

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Cristina Lucas (Jaén, 1973) parece tener siempre un ojo puesto en la historia y en lo que tiene de inabarcable. Un ojo que a menudo guiña movida por su fina ironía y sentido del humor. A veces, hurga en la construcción de sentido, o de la falta de éste. Otras, colecciona hechos objetivos que a lo largo del tiempo producen una lectura que nos incita a romper prejuicios, o al menos a tener una imagen más global del mundo. Por eso sus obras son siempre cartografías, sean mapas o no, hablen de evoluciones o involuciones, crezcan o decrezcan. El tiempo, la memoria y sus fronteras es lo que su ojo crítico indaga y denuncia, también en sus últimas obras reunidas en Informal Colors, en la galería Juana de Aizpuru.

Todo se organiza por Monocromos y Figuras ordenados por colores. Cristina Lucas se pasea por ese mundo corporativo que habitamos y extrae de él formas y tonos cromáticos que presenta del modo más formal, como impresiones con las que pinta sin pintar, y esculturas. Cada una de las obras se construye con los múltiples logos que nos asaltan diariamente en la calle o en Internet, clasificándolos por color y forma. Al marco, saltan esos términos asociados a determinados colores y que actúan, como cualquier territorio, como frontera. Habla de la condición que el sistema económico tiene sobre el ser humano y la sociedad. Somos, dice entre líneas, consumidores. Aunque eso se oye de lejos. En Es capital, su intervención en Abierto × Obras en Matadero hace tres años, ya tenía en el cartel que anunciaba la muestra una buena ristra de esos logos de colores, aunque ahora se superponen y se convierten en un texto visual ilegible.

En esa exposición, que luego llegó al Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) y al Patio Herreriano, abordaba el final de la utopía del socialismo, absorbida por el fetichismo del imperio global del capital. Su interés por el color tampoco es nuevo. Ahí está Pantone -500 + 2007, una de sus obras más conocidas, que alude a su utilización simbólica en el marco del código cartográfico que delimita la distribución geopolítica de los territorios y el sistema de banderas que propicia la identificación colectiva.

Aquí la cartografía está trazada sobre el hiperconsumo y sobre una mirada a la propia historia del arte. La artista parece volver al origen, a las sensaciones puras, guiñándole el ojo también a De lo espiritual en el arte. Ahí, decía Kandinsky, que la forma misma, aunque fuera abstracta o geométrica, tiene una sonoridad interna, y que siempre la forma contiene el color. Cada matiz de cada color genera imágenes, apuntaba. Las de Cristina Lucas tienen mucho ruido. Un ruido ensordecedor, pero clarividente.

‘Cristina Lucas. Informal Colors’. Galería Juana de Aizpuru. Madrid. Hasta el 31 de marzo.

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