Enseres

Vicente Verdú ha realizado un cuadro literario de lo que nos resulta más próximo y, sin embargo, nos pasa más inadvertido: las excrecencias materiales de nuestra vida cotidiana

Versión en inglés de la frase “hogar, dulce hogar”.Cordon Press

Un solterón ya entrado en años, en un desapacible día hibernizo londinense, vuelve a casa, tras una dura jornada laboral, apretando el paso según sufre las inclemencias de una incipiente nevada, ante cuyos efectos teme padecer cualquier destemplanza. Por fin, arriba al hogar, y, según ha franqueado la puerta, inicia ansiosamente los protocolos reconfortantes, librándose, primero, de la ropa mojada; después, embutiéndose en su cálido batín acolchado y calzándose las zapatillas, para, finalmente, tras un suspiro de alivio, arrellanarse en su sofá frente al fuego de la crepitante chimenea, servir...

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Un solterón ya entrado en años, en un desapacible día hibernizo londinense, vuelve a casa, tras una dura jornada laboral, apretando el paso según sufre las inclemencias de una incipiente nevada, ante cuyos efectos teme padecer cualquier destemplanza. Por fin, arriba al hogar, y, según ha franqueado la puerta, inicia ansiosamente los protocolos reconfortantes, librándose, primero, de la ropa mojada; después, embutiéndose en su cálido batín acolchado y calzándose las zapatillas, para, finalmente, tras un suspiro de alivio, arrellanarse en su sofá frente al fuego de la crepitante chimenea, servirse una copa de oporto y encenderse morosamente una pipa. Justo en ese anhelado momento de felicidad doméstica, y antes de entregarse a la distraída lectura del Times,se deja poseer por un rapto filosófico y exclama, satisfecho: “¿Hay algo mejor que alcanzar esta beatitud de la placidez hogareña, bien sentado en tu butacón, humeante la pipa y, antes de enfrascarte en la lectura de tu periódico, acariciar las lanas de tu amoroso perro?”. Tras un intervalo, de repente, volviendo a la realidad, grita horrorizado: “¡Pero si yo no tengo un perro!”. Este relato truculento, que nunca leí, me fue contado, no se sabe hace cuántos años, por mi viejo y querido amigo, muy versado en estas materias, Fernando Savater, con lo que no recuerdo quién era el autor del mismo, si Arthur Machen o el mismísimo Lovecraft, pero, para el caso, poco importa, porque de lo que se trata es de cómo las cosas que nos rodean inopinadamente se nos muestran cual una aterradora revelación.

No sé si el libro es un perspicaz libro de historia, un ensayo, una experiencia biográfica, una novela gótica o un reportaje. Seguramente, algo de todo ello

Con la aguda captación óptica de la pintura realista holandesa, pero sin prescindir del ojo clínico moderno, que rebusca despiadadamente entre los bajíos más secretos de los mortales, Vicente Verdú, escritor y artista, ha realizado un cuadro literario titulado Enseres domésticos. Amores, pavores, sujetos y objetos encerrados en casa (Anagrama), de lo que nos resulta más próximo y, sin embargo, nos pasa más inadvertido: las excrecencias materiales de nuestra vida cotidiana, muy capaces, cuando las observamos con atención, de darnos un formidable susto. Tras mucho darle vueltas, no sé si el libro de Verdú es un perspicaz libro de historia de los enseres domésticos, un ensayo antropológico, una sabia experiencia biográfica reciclada, una novela gótica o un reportaje en directo. Seguramente, con algo de todo ello, como solo son capaces de sintetizarlo quienes han vivido y reflexionado lo suficiente con provecho y, fatalmente, descubren el reverso terrorífico del sosegado envoltorio de nuestra existencia vulgar, esa cobertura que deja sueltos muchos cabos monstruosos.

El término “enser” o “enseres” deriva del latino “ens/entis”, participio presente del verbo “sum/ese”: “ser o estar”, pero que, en castellano, se aplica a las cosas materiales que nos conciernen, a aquellos objetos domésticos que nos rodean o nos acompañan profesionalmente, aunque sin perder por ello ese ribete existencial del “ente”, cuyo uso se pega a nuestra piel mortal; en suma: el de esas cosas que llevan nuestra marca y que, por tanto, nos tatúan. Como quien no quiere, un poco al desgaire, Verdú traza, por tanto, el mapa de lo que nos acoge cotidianamente con su mórbido manto hogareño, y que, sin embargo, encubre lo que, con el paso del tiempo, será nuestro sudario. ¡Qué gozo! ¡Qué horror! ¡El del anverso y el reverso de nuestra existencia, maravillosamente compilado con su fértil pluma doméstica por ese escritor que es Vicente Verdú, que encima no se despinta!

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