Las variantes varían poco

Los coronavirus mutantes convergen en unos pocos trucos que podemos gestionar

Un trabajador de la UCI de un hospital en Bergamo (Italia), el 12 de marzo.MIGUEL MEDINA (AFP)

Imagina en qué podría consistir una bomba genética. Piensa un rato y dime lo que se te ha ocurrido. Tal vez una lluvia de microorganismos extraterrestres llegados de más allá de Orión, o quizá un experimento maligno del Doctor No, ¿no? Son los dos temas clásicos de puro pertinaces que han lastrado la ciencia ficción desde el dos veces centenario Frankenstein de Mary Shelley. El ataque de los otros y el genio científico cuya ambición es superior a su talento. Los dos clichés del género para destruir el mundo. Un rollo.

Pero la realidad supera a la ficción ―otro cliché— y la...

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Imagina en qué podría consistir una bomba genética. Piensa un rato y dime lo que se te ha ocurrido. Tal vez una lluvia de microorganismos extraterrestres llegados de más allá de Orión, o quizá un experimento maligno del Doctor No, ¿no? Son los dos temas clásicos de puro pertinaces que han lastrado la ciencia ficción desde el dos veces centenario Frankenstein de Mary Shelley. El ataque de los otros y el genio científico cuya ambición es superior a su talento. Los dos clichés del género para destruir el mundo. Un rollo.

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Pero la realidad supera a la ficción ―otro cliché— y las bombas genéticas existen en la naturaleza, y han sido perfeccionadas por el talento científico. Hay genes que significan “propágame”. El fenómeno se llama meiotic drive en la jerga, lo que requiere un pequeño repaso de la biología de bachillerato. Las personas llevamos dos copias de cada cromosoma, una de mamá y otra de papá. Las dos se entremezclan (recombinan) en tus óvulos o en tus espermatozoides, así que lo que pasas a tu hijo es un cromosoma que tú nunca tuviste, porque es una combinación de los genes de tus padres, los abuelos del niño.

¿Podría el SARS-CoV-2 convertirse en una bomba genética?

Hasta ahí todo bien. Pero hay genes propágame que, en una versión microscópica de la selección natural, se aseguran un predominio numérico en la siguiente generación. Como esto ocurre durante la meiosis, el proceso de barajado de genes que ocurre en las gónadas, se llama meiotic drive (impulso meiótico). Los genetistas han perfeccionado ese mecanismo natural hasta el punto de que están preparados para extinguir a la especie de mosquitos que más trasmite la malaria. Solemos llamarlo reacción genética en cadena, lo que no solo da una idea de su eficacia, sino también de sus riesgos. Sí, amigos, las bombas genéticas existen, y no son como las habíais imaginado.

¿Podría el SARS-CoV-2 convertirse en una bomba genética? Para empezar, ¿qué quiere decir eso exactamente? Quiere decir que el coronavirus evoluciona con la geometría de un árbol, donde el tronco original se bifurca en grandes ramas, pequeñas ramas, ramitas y brotes axilares en una pesadilla fractal de mutación y victoria en la guerra incesante del genoma del virus contra nuestro sistema inmune. Para nuestra alegría y fortuna, este no parece ser el caso.

El microbiólogo evolutivo Vaughn Cooper, de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania, expone un análisis concienzudo del asunto en Scientific American. La fuente es buena, porque el laboratorio de Cooper ha descrito en Estados Unidos siete linajes independientes del SARS-CoV-2 que han descubierto cada uno por su cuenta la misma mutación en la misma proteína del virus. Se trata, según el científico de Pittsburgh, de un caso de evolución convergente como pocos han sido documentados hasta ahora. El virus muta todo lo que quiere, pero las variantes exitosas se basan siempre en los mismos cambios. Los demás no parecen funcionar. Son muy buenas noticias, porque significan que no habrá bomba genética, sino solo unos pocos trucos que podemos gestionar.

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