Tumores pictóricos
En los sótanos de la Biblioteca de la Universidad de Yale se conserva una de las colecciones pictóricas más siniestras del mundo
Hace unos días, el cirujano Pedro Cavadas logró extirpar con éxito un tumor gigante, de 13 kilos de peso. Se trataba de una neurofibromatosis del nervio facial que sufría desde su nacimiento el paciente marroquí de 30 años, Alí Amnad Rifi. De inmediato, los medios se hicieron eco de la noticia. Como no podía ser menos, la información tuvo una buena acogida entre la comunidad científica por ser un paso adelante en el tr...
Hace unos días, el cirujano Pedro Cavadas logró extirpar con éxito un tumor gigante, de 13 kilos de peso. Se trataba de una neurofibromatosis del nervio facial que sufría desde su nacimiento el paciente marroquí de 30 años, Alí Amnad Rifi. De inmediato, los medios se hicieron eco de la noticia. Como no podía ser menos, la información tuvo una buena acogida entre la comunidad científica por ser un paso adelante en el tratamiento de la neurofibromatosis, una enfermedad genética que ataca el tejido nervioso, provocando tumores que deforman por completo el cuerpo. Sin ir más lejos, Alí padecía una deformidad esquelética que, a su vez, no dejaba crecer sus órganos internos.
La neurofibromatosis no es una enfermedad nueva. Recordemos casos como el del Joseph Carey Merrick, también conocido como El Hombre Elefante, que se hizo famoso a finales del siglo XIX en Inglaterra debido a las malformaciones que sufría. Un siglo después, el cineasta David Lynch llevaría su vida al cine; el drama de un hombre aquejado de una enfermedad que lo convirtió en un ser marginal, arrinconado de la vida, Joseph Carey Merrick acabó como una atracción de feria.
La neurofibromatosis es un drama cuyos efectos pueden paliarse gracias a los adelantos quirúrgicos. Para llegar al primer caso conocido de neurofibromatosis hay que remontarse al antiguo Egipto, según lo recoge el papiro de Ebers, descubierto entre los restos de una momia en la tumba de Assasif, en Luxor, en 1862, y que es uno de los tratados de medicina más antiguos que existen. En él se describe la neurofibromatosis como tumor de consistencia firme y estático, sin pulsación interna.
No hay emoción alguna en el rostro de los hombres y mujeres que Lam Qua retrató. Es más, si no fuera por los tumores que pone en evidencia, pasarían por ser meros retratos planos
Siguiendo el hilo de la noticia de la operación quirúrgica del doctor Cavadas, podemos llegar hasta los sótanos de la Biblioteca de la Universidad de Yale, ahí donde se conserva una de las colecciones pictóricas más siniestras del mundo. Se trata de una serie de 86 retratos de personas que sufren deformidades provocadas por tumores. Fueron encargadas al pintor chino de formación y estilo occidental, Lam Qua (1801-1860) por el médico y misionero norteamericano Peter Parker, (1804-1888).
Lo que hizo Lam Qua fue reflejar de forma viva los tumores que aquejaban a hombres, mujeres y niños, con el fin de ser catalogados científicamente, creando así un banco de datos que serviría de documento médico para futuros estudios. Pero también utilizó los retratos como reclamo para obtener fondos para sus investigaciones en el campo de la medicina.
Los retratos de Lam Qua son inexpresivos. No hay emoción alguna en el rostro de los hombres y mujeres que Lam Qua retrató. Es más, si no fuera por los tumores que pone en evidencia, pasarían por ser meros retratos planos y sin ningún tipo de atracción artística. Lo que hace destacable a estos cuadros es la falta de simetría de las personas retratadas, el atributo deformante que supera la dimensión clínica y que se vincula con las pinturas de Francis Bacon cuyos retratos, cargados de aura tumoral, eran conseguidos a base de pigmentar remolinos deformes en los rostros.
El doctor Peter Parker completaba los retratos con sus notas correspondientes, no exentas de comparaciones y figuras literarias. Por ejemplo, hay un retrato de un pescador chino con un tumor excesivo en el pecho del que el doctor Parker señala en sus notas que “posa con su tumor como un músico lo haría con su violonchelo”. En resumidas cuentas, una colección pictórica que resulta tan siniestra como curiosa.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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