La cara más besada
La relación macabra entre el cadáver de una joven suicidada en el Sena y un juguetero noruego dio lugar al maniquí utilizado para primeros auxilios
Albert Camus comparó su sonrisa con la de La Mona Lisa, y Nabokov se inspiró en ella como ninfa del agua para hacer un poema. En realidad, nadie supo su nombre. Por eso mismo, todo el mundo se refería a ella como “La desconocida del Sena”.
Su cuerpo apareció una tarde de 1880 en las aguas del río. Se trataba de una joven de unos 16 años que había decidido poner fin a su vida arrojándose al Sena. El cadáver presen...
Albert Camus comparó su sonrisa con la de La Mona Lisa, y Nabokov se inspiró en ella como ninfa del agua para hacer un poema. En realidad, nadie supo su nombre. Por eso mismo, todo el mundo se refería a ella como “La desconocida del Sena”.
Su cuerpo apareció una tarde de 1880 en las aguas del río. Se trataba de una joven de unos 16 años que había decidido poner fin a su vida arrojándose al Sena. El cadáver presentaba una enigmática sonrisa, y fue expuesto durante varios días en la morgue de París, por si alguien podía aportar algún dato acerca de la desconocida joven. A pesar de que un buen número de gente se acercó hasta la morgue, nadie dio información sobre aquella muchacha cuyo rostro era de una belleza que marcaría estilo en las décadas siguientes. Porque con los años, su rostro se convertiría en la cara más besada de la historia.
Tal asunto se debió a que uno de los trabajadores de la morgue, cautivado por la belleza del cadáver, encargó hacer una réplica de aquel rostro, una máscara mortuoria que conservase para los restos la serenidad de su recóndita sonrisa. Así fue como, a partir de este molde de cera, se fueron haciendo miles de máscaras en yeso; artículos que sirvieron de decoración en los salones de toda Europa. Para estar a la moda de entonces, en todo salón que vistiese elegante no podía faltar una máscara de “La desconocida del Sena”. Todo un atributo que daba prestigio a la estancia.
De esta manera, los moldeadores de la época incluyeron en sus catálogos la máscara de la joven como artículo estrella. Sin ir más lejos, el poeta Rainer Maria Rilke, la saca en su novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, cuando nos cuenta que un moldeador tenía una máscara de la muchacha colgando al lado de su puerta. Llegados aquí, bien puede decirse que, a finales del siglo XIX y principios del XX, la máscara de la desafortunada joven era todo un éxito comercial. Tanto fue así que, años después, un juguetero de Noruega, de nombre Asmund Laerdal, se acordó de ella cuando recibió un curioso encargo sanitario.
La cosa vino del médico austriaco Peter Safar, (1924-2003), quien experimentó con métodos de primeros auxilios a la hora de reanimar a pacientes, aplicando con éxito técnicas de reanimación cardiopulmonar (RCP) como la presión torácica o el boca a boca. Decidido a divulgar su descubrimiento, el doctor Safar encargó al fabricante de juguetes noruego un maniquí que sirviese de modelo para el aprendizaje.
El primer maniquí estaba formado por una cabeza con cabello natural y su correspondiente tórax, conseguido a partir de un resorte. Con una bomba de inflar ruedas de bicicletas se llenaba el cuerpo de aire. Una vez desinflado, se guardaba todo en una maleta. Un ingenio sencillo, pero efectivo, que serviría de ejemplo a la hora de enseñar técnicas de primeros auxilios. Pero Asmund Laerdal, llevado por los prejuicios de la época, pensó que si fabricaba un maniquí masculino, los hombres iban a ser reacios a aprender una técnica de reanimación tan fundamental como el boca a boca.
Con los prejuicios, al juguetero le vino el asalto del recuerdo y la imagen de la máscara macabra que colgaba de una de las paredes del salón de casa de su abuela. Así, tomando como modelo a la famosa desconocida, el juguetero fabricó su maniquí, al que bautizó como Resusci Anne. El ingenio fue presentado en septiembre de 1960 durante el Primer Simposio Internacional sobre Reanimación en Stavanger (Noruega). Desde entonces, la cara de “La dama desconocida” se ha convertido en “la cara más besada de la historia”.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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