Reconectar con la ciudadanía olvidada
El desafío de la segunda vuelta para muchos de nosotros aún no está perdido. Pero para que todo sea posible, se requiere convicción y un compromiso social verdadero

Resulta incomprensible y hasta absurdo que la discusión de cara a la segunda vuelta presidencial se centre en la cantidad de derechos sociales de los que se despojará a la ciudadanía o cuánto se fortalecerá a las AFP, medidas que impactan directamente en la vida de los más vulnerables.
El Estallido Social de 2019 fue en su carácter, fundacional. Su génesis fue la búsqueda de una democracia real y una sociedad más equitativa, motivada por clamores esenciales como mejores sueldos, salud digna, pensiones justas y una educación de calidad. Mientras resuenan aún las voces del conteo de los votos de la sorpresiva primera vuelta, el debate mediático también dejó su eco más radical que centraba su condena a la movilización del 18-O y posterior desde una perspectiva de la destrucción y el caos y no en la comprensión de las causas profundas de la crisis social.
La elección presidencial que acabamos de vivir en primera vuelta exige algo más que un simple análisis de cifras. Nos demanda una reflexión profunda sobre el quiebre entre la política y la calle. La realidad subyacente sigue siendo la misma: Chile es una olla en ebullición, un volcán a la expectativa. El problema fundamental radica en que la clase política, sumergida en un “debate cosmético”, ha evitado abordar las raíces de la desigualdad. La persistencia en la política del gatopardismo —cambiar algo para que, en esencia, nada cambie— solo garantiza que este volcán despierte de nuevo.
Desde mi óptica como dirigente sindical, el problema se agudiza porque los partidos de izquierda han abandonado irremisiblemente a su base histórica. El discurso imperante habla de “ciudadanos” y transiciones, un lenguaje estéril frente a la realidad de los adultos cesantes, los jóvenes endeudados y la tercera edad abandonada, que siguen sumidos en la incertidumbre con salarios bajos. El tenue cambio que percibimos no es un progreso político, sino solo el devenir lógico del paso del tiempo, y la verdad última es que seguimos jugando en la cancha que dejó la dictadura, bajo el marco de su Constitución.
Esta realidad ha generado una élite política que se ha acomodado, volviéndose conservadora y temerosa de los cambios necesarios. Es en este espacio de frustración donde la ultraderecha se vuelve magnética y seductora para muchos. El desengaño es profundo: emerge cuando el progreso familiar solo funciona en la estadística y la tarjeta de crédito colapsa. Esta frustración social y económica es el combustible que el discurso derechista logra captar, algo que el progresismo, al asumir esta distancia, ha dejado en un vacío.
Por ello, resulta incomprensible y hasta absurdo que la discusión de cara a la segunda vuelta presidencial se centre en la cantidad de derechos sociales de los que se despojará a la ciudadanía o cuánto se fortalecerá a las AFP, medidas que impactan directamente en la vida de los más vulnerables.
La tarea urgente es reivindicar esa frustración, nombrar al culpable como lo que es: el sistema social y el escenario político existente. La solución debe buscarse en una alternativa local de la social democracia, pero con calle, volviendo a las realidades reconocibles, objetivas y obligándose a sí misma a bajar del podio. Esto debe materializarse en un proyecto social de educación, formación y, sobre todo, de generación de comunidad.
El desafío de la segunda vuelta para muchos de nosotros aún no está perdido. Pero para que todo sea posible, se requiere convicción y un compromiso social verdadero. En este mundo marcado por el individualismo sistémico, la única forma de sumar voluntades solidarias es dejando de hablar de la gente y empezando a trabajar con ella, recogiendo sus necesidades. En ese contexto, creo que el sindicalismo puede emerger como el gran espacio de convergencia y unidad social para acabar con el gatopardismo antes señalado.
De lo contrario, este proceso electoral se sumará a una larga lista de frustraciones populares, dejando a una sociedad deseosa de cambios sociales en armonía, unidad y convergencia. Esperando en vano por una democracia real y una vida digna, mientras el volcán social vigoriza su latencia.
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