Las (nuevas) venas abiertas de América Latina
La profusión del poder ilegal en América Latina tiene profundas raíces históricas. Éstas se hunden en sociedades constituidas sobre vínculos primarios —familia, amistad, religión— más que sobre vínculos formales de tipo político o económico
Anatomía del poder ilegal (Violencia, crimen organizado y corrupción en América Latina), de Lucía Dammert (Ariel, 2025), debiera ser lectura obligatoria en todas las escuelas de gobierno y políticas públicas de la región, así como para todos —y todas— quienes ocupan o aspiran a ocupar posiciones de poder, no importa cuál sea su naturaleza.
En Chile, la opinión pública se estremece ante la noticia de un nuevo crimen, y está bien que así sea: hay países donde esto se ha normalizado y ya no causa asombro. Dammert lo caracteriza como una epidemia. De México hacia el sur se concentra un tercio de los homicidios del planeta, la mayoría cometidos con armas de fuego que provienen de Estados Unidos por contrabando. Solo entre 2017 y 2024, en ese país se vendieron 106 millones de armas, y la producción no deja de crecer.
Pero los homicidios con armas de fuego son apenas la punta del iceberg. El poder ilegal es una metástasis cuyos tentáculos se extienden a todos los ámbitos de la sociedad: escuelas, hospitales, espacios públicos, economía. Se cuela en cada resquicio. Los datos son apabullantes.
Los controles y tarifas aduaneras, por ejemplo, resultan una broma frente a la magnitud del contrabando, que incluye cigarrillos, ropa usada, automóviles, maquinaria y minerales de alto valor. Los sistemas impositivos también lo son, si se los compara con el extendido negocio de la extorsión: bandas criminales que cobran cuotas o peajes al comercio, al transporte o incluso a familias pobres, a cambio de no violar a sus hijas o no raptarlas para la prostitución —industria particularmente boyante en Chile—; o que extorsionan a profesores y trabajadores de la salud para obtener privilegios para los miembros de las bandas y sus familias. A ello se suma el soborno: el pago ofrecido a una autoridad para obtener una prestación indebida, como “alquilar” armas a policías corruptos para usarlas en delitos.
Aunque la producción de droga se concentra en Colombia, Ecuador y parte de Perú, la red del narcotráfico ha invadido toda la región. Busca enclaves aislados para procesarla, puertos para enviarla a Europa y Estados Unidos, y también nuevos consumidores, cada vez más numerosos en el Cono Sur.
Dammert describe con detalle un fenómeno menos visible en Chile: la trata de personas y el tráfico de migrantes. Dado que cruzar hacia Estados Unidos se ha vuelto más difícil, gran parte de ese tránsito se ha desplazado hacia el sur, donde muchos terminan esclavizados en faenas laborales o sexuales.
Mención aparte merece la minería ilegal, que arrasa con el medioambiente y con comunidades antes aisladas de la llamada vida moderna. El oro, cuyo precio alcanza cifras récord, es su principal atractivo: en Colombia se estima que el 85% de las exportaciones de este metal tiene origen ilegal, y en ciertas zonas del Perú la cifra alcanza el 90%. Esta industria, al igual que la droga, constituye una fuente de ingresos para millones de personas, ya sea por trabajo directo o por la provisión de insumos como combustible, transporte o seguridad. Lo mismo ocurre con la tala y la pesca ilegales, que devastan a diario bosques, ríos, lagos y mares. Chile no está exento de este flagelo, aunque aquí se manifiesta sobre todo a través del robo, una práctica que preocupa crecientemente a las industrias minera, forestal y pesquera.
Ante la magnitud del poder ilegal, Dammert llama —con razón— a no quedarse en la indignación, en los llamados a la “mano dura” o en medidas tan espectaculares como ineficaces. Propone, en cambio, un “enfoque multidimensional” que aborde simultáneamente el crimen organizado, los mercados ilegales, la extorsión y la corrupción; que modernice los organismos de seguridad, el Ministerio Público y el Poder Judicial; que regule con mayor transparencia la circulación del dinero; y que, al mismo tiempo, fortalezca la respuesta comunitaria y la cooperación regional.
La autora acierta al subrayar que la profusión del poder ilegal en América Latina tiene profundas raíces históricas. Éstas se hunden en sociedades constituidas sobre vínculos primarios —familia, amistad, religión— más que sobre vínculos formales de tipo político o económico; países con Estados frágiles, donde la ley se aplica solo a los más débiles y donde la economía formal es apenas la fachada de una trama reticular que opera bajo tierra. Desde su independencia Chile buscó (y creyó) ser una excepción a la norma Latinoamérica: ya no más.
En su influyente libro Las venas abiertas de América Latina (1971), Eduardo Galeano sostenía que los países latinoamericanos han estado históricamente subordinados al poder económico y político de Europa primero, y de Estados Unidos después; de ahí —decía— provienen su atraso y su pobreza. El libro de Dammert viene a mostrarnos que hoy se ha sumado un nuevo factor estructural que condena a la región al subdesarrollo: el desborde del poder ilegal.