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La salud mental: una de las mayores crisis del siglo XXI

La ansiedad y la depresión no siempre generan titulares llamativos, pero son la raíz silenciosa de la crisis que enfrentamos

El reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la situación global de la salud mental nos recuerda algo que ya intuíamos: estamos frente a una de las mayores crisis del siglo XXI. Más de mil millones de personas en el mundo viven con algún trastorno mental. La depresión y la ansiedad son, con mucha distancia, las condiciones más prevalentes, y juntas explican no solo la mayor parte del sufrimiento de quienes las padecen, sino también pérdidas económicas globales que superan el billón de dólares anuales en productividad.

Pero al mirar los datos con mayor detalle surgen desigualdades que no podemos pasar por alto. La prevalencia de los trastornos mentales es mayor en mujeres que en hombres (14,8% vs 13,0%). Ellas se ven particularmente afectadas por la ansiedad, la depresión y los trastornos de la conducta alimentaria, con un aumento de los cuadros entre los 20 y 69 años, alcanzando un peak entre los 50 y 69. Estos años coinciden con etapas de alta carga de cuidados: crianza de hijos e hijas, cuidado de familiares mayores y, en muchos casos, la doble presencia en el trabajo y el hogar. Hablar de salud mental en mujeres es, necesariamente, hablar de cómo nuestra sociedad organiza y distribuye los cuidados.

La infancia y la adolescencia también concentran una parte crítica de la crisis. En 2021, un 14% de los adolescentes de 10 a 19 años vivía con un trastorno mental, y casi la mitad de los casos de salud mental comienzan antes de los 18 años. La ansiedad es la condición más frecuente en esta etapa, con mayor prevalencia en mujeres adolescentes, seguida de la depresión.

Estas cifras obligan a pensar en políticas de prevención temprana que incorporen un enfoque de género pensando en el presente, pero también en el futuro, interpelando la responsabilidad a los distintos actores de la sociedad, con el fin de que los síntomas no se transformen en trayectorias de sufrimiento crónico y que perpetúan desigualdad de género, entre otras. Otro dato especialmente alarmante: la Región de las Américas concentra las mayores prevalencias globales de ansiedad y depresión (6,7% y 5,1%, respectivamente). Es decir, somos la región del mundo más afectada. No se trata solo de un problema individual, sino de un espejo de nuestras condiciones sociales, económicas y culturales.

En este contexto, el informe de la OMS adquiere un valor estratégico: sus cifras deben orientar las prioridades de las políticas públicas y la asignación de recursos en salud. Si queremos realmente enfrentar esta crisis, necesitamos invertir en prevención, detección temprana y acceso oportuno a tratamientos de calidad, con especial atención a las desigualdades de género, las necesidades de niños, niñas y adolescentes, y la sobrecarga de cuidados que recae de manera desproporcionada en las mujeres.

La ansiedad y la depresión no siempre generan titulares llamativos, pero son la raíz silenciosa de la crisis que enfrentamos. Y si no logramos mantener la mirada ahí, integrando la perspectiva de género, las etapas de desarrollo y la organización social de los cuidados, corremos el riesgo de reproducir una deuda histórica en salud pública. El desafío es transformar estos datos en acción: en políticas más equitativas, en sistemas de salud más accesibles y en un compromiso real de los Estados por priorizar la salud mental como parte integral del bienestar social.

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