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Educación
Tribuna
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El valor de la excelencia universitaria más allá de la acreditación

Las universidades deben empezar a verse a ellas mismas como actores participantes de las sociedades en que están inmersas

Una clase en la universidad Diego Portales, en Chile.

Un estudio publicado recientemente alertó sobre el “desempleo ilustrado” en Chile. Según el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE), durante el trimestre móvil marzo-mayo de 2025 un 8,1% de profesionales se encuentran cesantes en el país, la cifra más alta desde que existe esta medición.

Ante este escenario y a más de seis años de promulgada la Ley de Educación Superior en Chile, que establece el Sistema de Aseguramiento de la Calidad, parece necesario reflexionar sobre la pertinencia del índice de empleabilidad de las carreras universitarias y cómo el acceso a instituciones de calidad, transforma vidas y otorga una formación que permita enfrentar el actual mercado laboral.

Chile tiene una destacada trayectoria en el desarrollo de una cultura de la calidad y de la mejora continua en las instituciones de Educación Superior. El marco legal y reglamentario de calidad universitaria nace en 1990 con la creación del Consejo Superior de Educación (CSE), cuyas funciones se traspasan al Consejo Nacional de Educación (CNED) y a la Comisión Nacional de Acreditación (CNA). Desde 2018 en adelante, las normas y regulaciones están a cargo del Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior.

Es por esto que cuando en las universidades chilenas hablamos de calidad siempre, o casi siempre, lo hacemos refiriéndonos al cumplimiento de los criterios y estándares establecidos por la CNA. Sin embargo, esta certificación de calidad es solo un punto de partida, ya que la verdadera excelencia trasciende los estándares normativos.

Es que, según la literatura internacional más actualizada, las grandes universidades se definen por su capacidad de transformar vidas y liderar intelectualmente en un mundo en cambio acelerado, y eso requiere más que cumplir indicadores. En efecto, demanda una visión amplia y estratégica que permita a nuestras casas de estudio formar ciudadanos globales capaces de enfrentar desafíos como la desigualdad o el cambio climático, integrando la investigación y la vinculación con el medio en los procesos formativos.

Lograr una mejor universidad, que tenga excelencia con equidad, requiere la aplicación de modelos integradores con criterios que son fundamentales: una formación transformadora; una gobernanza ágil, participativa y transparente; la capacidad de atraer y retener talento; políticas sostenibles y sustentables, y una articulación efectiva con el sector productivo.

Todo esto permite que los desafíos sociales conecten con los quehaceres universitarios, donde los distintos ejes de trabajo dialoguen entre sí y se retroalimenten. Estos ideales no son abstractos, sino que están profundamente vinculados a los desafíos globales y locales que las universidades de todo el mundo hoy enfrentan.

Pero estas no son ideas nuevas, sino que con raíces profundas en nuestra historia. Como decía Andrés Bello, la universidad, como institución social, debe estar cerca de la sociedad. Enrique Molina Garmendia, fundador de la UdeC, afirmaba que el buen desarrollo universitario es bueno para la Patria y para la realización de los superiores destinos humanos.

La excelencia no puede seguir siendo entendida como un conjunto de indicadores burocráticos, sino que es una forma de ser y de estar en el mundo, como un puente. Un lugar de encuentro de las personas y el conocimiento. Las universidades deben empezar a verse a ellas mismas como actores participantes de las sociedades en que están inmersas, entender que los desafíos son comunes y que la ciencia no está alejada del sector productivo ni de las sociedades.

Y una vez que veamos aquello, el lugar donde competirán nuestras casas de estudio será el entorno global. Porque si no damos ese salto seguiremos otorgando títulos y celebrando certificaciones administrativas mientras el mundo nos adelanta. ¿De qué nos sirve que las universidades chilenas se certifiquen por la CNA e incluso varias de ellas se muestren competitivas en los rankings internacionales mientras el desempleo ilustrado aumenta?

La excelencia no se certifica: se construye abrazando la complejidad, innovando y cambiando realidades. Por ello, es hora que nuestras universidades empiecen a estudiar la experiencia internacional y el entorno que nos rodea.

Porque la excelencia realmente no se trata sólo de medir indicadores, sino de transformar países. Y eso no lo hace un sello: lo hace una visión enfocada en las personas y en sus vidas, con equidad y sustentabilidad como ejes que garanticen una mejor universidad para toda su comunidad. Porque sin personas, no hay universidad.

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