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EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
Tribuna
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El gran reto de las universidades hoy: entre la inmutabilidad medieval y los desafíos del siglo XXI

La universidad del futuro no puede aferrarse únicamente a su pasado. Es hora que asuman su responsabilidad histórica y se transformen para sobrevivir y prosperar

Estudiantes de la Universidad San Sebastián, en Santiago (Chile)
Estudiantes de la Universidad San Sebastián, en Santiago (Chile), en septiembre de 2024.Elvis González (EFE)

Qué duda cabe que hoy enfrentamos como civilización desafíos monumentales. Desde el cambio climático hasta la revolución tecnológica, nuestra existencia está siendo desafiada. Y en un mundo cambiante, las universidades deben actualizarse, modernizarse y repensar su rol como articuladores y generadores de conocimiento.

Hace algún tiempo, en un encuentro de rectores en España, el exrector de Harvard, Lawrence Summers, señaló que las universidades son instituciones que han permanecido casi inalteradas durante siglos. “Hay universidades de más de mil años, son más longevas que los bancos”, le dijo Summers a Ana Botin, lideresa de uno de los principales bancos del planeta.

Ciertamente, este reconocimiento de inmovilidad no es nuevo: en muchos lugares e instituciones es posible constatar esta fuerte aversión al cambio, y no solo ahora: yo misma señalé hace ya ocho años los retos de esta ‘Universidad Feudal’ y la necesidad de un cambio del que cada día se hace más urgente hacerse cargo.

El contexto actual exige una transformación radical para que la universidad –probablemente la institución más excepcional desarrollada por nuestra civilización– siga siendo la organización relevante, transformadora y generadora de conocimiento que hayamos tenido.

Las universidades no pueden seguir funcionando como islas, aisladas del tejido social. Deben ‘volver’ a él, articulando un pacto civilizatorio que integre la ciencia como búsqueda de la verdad, junto con las comunidades, las autoridades y el sector privado. Los desafíos globales que amenazan nuestra propia supervivencia como especie —crisis climática, crisis ambiental, crisis de biodiversidad, inequidad, pandemias—no son ajenos a las universidades; las afectan y demandan su participación activa.

Estamos en un momento excepcional en el que la competencia, la democratización del conocimiento y el auge de la investigación de vanguardia extra universitaria, están desafiando el modelo de universidad. Pero esto no siempre lo vemos con claridad. Y si lo hemos visto, no nos hemos hecho cargo de ello.

Es cosa de mirar la última Encuesta de Proyecciones y Expectativas en Actores Estratégicos de la Educación Superior (EPAES), que en 2024 les preguntó a 331 líderes de instituciones de educación superior chilenas, cómo veían la solidez financiera de sus organizaciones en los próximos 5 a 10 años. El 48% de las universidades estatales, y el 78% de las privadas, respondió que ‘sólida’ o ‘muy sólida’.

Pero estas percepciones chocan con la realidad que entregan los datos. Según información del Ministerio de Educación, 28 de las 58 universidades que operan en Chile, están en riesgo económico. A esto hay que sumar el shock de demanda que la demografía nos está trayendo. De acuerdo al Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad de Santiago, el fenómeno demográfico es el principal factor explicativo para el estancamiento observado en la matrícula de pregrado en educación superior, tendencia que seguramente se mantendrá. Por lo tanto, de aquí en adelante cada año habrá menos jóvenes para matricularse en educación superior. Pero, otra vez, muy pocos están pensando en que menos estudiantes significarán menos ingresos y, en el largo plazo, menos universidades.

¿Qué estamos haciendo para enfrentar aquello? Muy poco. Lo más notable quizá son las iniciativas de educación continua o ‘educación de por vida’. Esto es inteligente porque si la curva demográfica se desplaza, entonces los más grandes podrían ser los nuevos universitarios: ya no es suficiente que las personas ejerzan una carrera que aprendieron hace 20, 30 o hasta 40 años atrás. La dinámica vertiginosa de la generación de conocimiento, sumada a la extensión de la esperanza de vida, debería ir de la mano con una actualización constante de los conocimientos sistemáticos y estandarizados de las personas.

En la última década, por una fuerte presión ciudadana y estudiantil, en la educación superior chilena se ha generado todo un ecosistema de nuevas normativas, instituciones, agencias estatales, mecanismos de financiamiento y regulaciones de los procesos de aseguramiento de la calidad, que ha hecho que las universidades enfrenten riesgos, pero también que se ensimismen y se centren en el cumplimiento de indicadores, más que en la formación de ciudadanos útiles a la sociedad y en la generación de conocimientos susceptibles de ser demandados por ella.

Estos desafíos no son exclusivos de Chile. A nivel global, la irrupción de empresas tecnológicas y laboratorios privados está desplazando a las universidades como centros exclusivos del saber. Este cambio pone en jaque su capacidad para atraer recursos y talentos, mientras la democratización del conocimiento a través de plataformas digitales cuestiona su monopolio histórico como centros educativos.

En este contexto, las decisiones que tomemos hoy definirán la existencia misma de las universidades en el futuro. Necesitamos una transformación profunda, que deberá incluir la adopción de nuevas tecnologías educativas, la colaboración estratégica con el sector privado para investigación aplicada y una reorientación de la oferta académica hacia las necesidades del mundo actual, como las derivadas del cambio climático, la inequidad social o el perfeccionamiento de profesionales consolidados.

Y eso es lo que tenemos que hacer: ampliar la universidad y su campo de acción y articulando, junto a los privados, los gobiernos y a la sociedad civil, un pacto civilizatorio que nos permita enfrentar estas crisis de la mejor manera posible, sumando al conocimiento y la formación, uniendo la necesidad a la solución y resguardando a esta institución grandiosa que es la universidad.

Históricamente, la Universidad de Concepción ha hecho esfuerzos para vincularse a través de distintas iniciativas. Pero falta aún más, como impulsar la flexibilización curricular, integrarse más estrechamente con el sector privado y público, quizá a través de consorcios universidad-industria-gobierno para financiar investigación en temas estratégicos e impulsar la transformación digital y enfocarse en personas mayores.

La universidad del futuro no puede aferrarse únicamente a su pasado. Es hora que asuman su responsabilidad histórica y se transformen para sobrevivir y prosperar en el siglo XXI. Pero para eso tenemos que cambiar, algo que en los últimos 500 años hemos hecho muy poco.

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